martes, 28 de octubre de 2014

UN INGLES ENAMORADO

Elvira, era su nombre, una muchacha inteligente y muy despierta desde su más tierna infancia. Procedía de un pequeño pueblo de la provincia de Palencia. Había sido educada en la fe católica y por eso al terminar los estudios primarios, fue enviada por sus padres a un colegio de monjas de la capital en donde pudiese formarse debidamente con arreglo a la importancia que ellos daban a la religión. Una vez cumplidos los catorce años, y viviendo en el convento como ya hacía tiempo que vivía, decidió hacer una preparación a fondo para ser misionera. Sabía que en el tercer mundo había mucha necesidad de personas que cuidasen de los enfermos. Lo que no tenía claro, debido a su juventud, era si quería tomar los votos como hermana de la caridad, o simplemente servir al prójimo como enfermera. En el convento la veían muy convencida y las hermanas mayores que ya tenían mucha experiencia, vieron que realmente valía para poder llevar a cabo una buena misión. Llegado el momento, una vez que hubo cumplido los dieciocho años, hablaron con sus progenitores, exponiéndoles las ideas que la muchacha tenía y que ellas la veían preparada de sobra para ejercer ese apostolado aún sin haber tomado los hábitos. Si ella lo consideraba oportuno, llegado el momento volvería a España y en cualquier momento podría llevar a cabo su deseo. En caso contrario ellas mismas la seguirían animando para ejercer su ministerio aún sin haber profesado. Los padres aceptaron gustosos la decisión de Elvira diciendo que era voluntad de Dios y ellos estaban de acuerdo con su decisión. No tardó mucho en partir la muchacha con destino a Guinea Conakry, era una de las misiones en las que las hermanas ejercían en las aldeas más pobres y menos favorecidas del país. Al llegar, aprendió a desplazarse por las aldeas de Kankan, en donde comenzaron sus primeros pasos como misionera, debido a su carácter, la población comenzó a tomarle cariño y los niños le seguían a todas partes, esperando a que les diese algo de lo que ellos consideraban una chuchería y era simplemente que les había guardado las galletas que a ella le correspondían en su desayuno, o algún trozo de pan que pudiese haber tomado de donde hubiese podido, pues realmente la miseria era extrema. No llevaba demasiado tiempo en ese pueblo cuando llegó un doctor inglés, llamado Jhon Miller, muy atento aunque serio y Amalia tuvo que ponerse a sus órdenes, era el nuevo doctor y deberían los dos de encargarse de determinado territorio. Apenas llevaba el doctor Miller unos meses en el poblado, los enviaron a Mamou, otro poblado más lejano en el que parecía que los habitantes estaban en peores condiciones de salud. Al mismo tiempo deberían hacerse cargo de Labé y Kindia, debían ir de un lado para otro pues realmente no podían ubicarse en uno solo. Eran demasiadas las necesidades y demasiados los kilómetros que diariamente debían hacer para tener atendido todo el territorio que les correspondía. Con el paso del tiempo, el doctor Miller, se fijó en Amalia, le cautivaron sus alegres ojos, esa risa que siempre tenía en los labios por más dificultades que en el transcurso de sus obligaciones encontrasen. Los buenos modales y palabras que tenía para todo el mundo, él la bautizó como la hermana sonrisas, poco a poco y sin que ella se diese cuenta, Jhon se fue enamorando perdidamente de ella. Pasaba el tiempo y todo transcurría dentro de la normalidad que en esos parajes se puede llamar normal, hasta que un día, llegaron a Mamou a visitar a un enfermo el cual tenía una fiebre muy alta, vómitos y diarrea. Comenzaron a tratarle con los medios que tenían, a darle antibióticos y a esperar que mejorase, pero cuál fue su sorpresa, que en poco tiempo comenzaron a llegar más pacientes con los mismos síntomas. Aquello comenzó a propagarse de una manera tan rápida que no daban abasto, lo peor de todo es que en lugar de mejorar la pobre gente a los pocos días morían sin haber podido hacer prácticamente nada por ellos. No había medios, tenían que tenerlos en el suelo, no había camas para ellos, ni medicamentos, aquello se había convertido en una epidemia imparable. Una noche Amelia, se sintió mal y Jhon pensó que era el cansancio que estaba haciendo mella en su frágil cuerpo, le pidió que por favor se retirase a descansar pues estaba exhausta de tanto trabajo y a la mañana siguiente se encontraría mejor. Pasadas unas horas, el Dr. Miller fue a visitarla y cayó presa de la desesperación, Amelia se había contagiado. En ese momento, viendo la gravedad del asunto, no pudo por menos que confesarle el amor que por ella sentía, que no se había atrevido a decírselo nunca por miedo a equivocarse ya que pasaban tantas horas juntos y ella lo fuese a malinterpretar, pero se había dado cuenta de que era su gran amor. No se separaría de ella hasta poder sanarla, aunque comprendía la gravedad de la enfermedad, había contraído el virus del Ébola. Era casi imposible que la pudiese salvar, lucharía hasta la extenuación. Pasaron cinco días y al amanecer del sexto Elvira expiró. Jhon, gritaba como loco, no hacía caso de nada ni de nadie, su inmenso dolor le hacía parecer un ser extraño en lugar del doctor que con tanto esmero había luchado durante aquel tiempo. En la oscuridad de la noche, desapareció, todos lo buscaban pues era necesario que continuase con su labor ya que los casos se iban multiplicando cada vez más, habían llegado más misioneros y más doctores, pero no eran suficientes para la cantidad de enfermos que allí se amontonaban. Al amanecer un nativo entró gritando en el hospital de campaña que allí se había montado. El doctor Jhon estaba colgado de un árbol con el cinturón de su bata. PILAR MORENO 22 Octubre 2014

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