A lo largo de nuestras vidas siempre encontramos personas más o menos buenas, equilibradas o desequilibradas, con ganas de favorecer al prójimo o de hacerle la puñeta como se suele decir. Voy a relatar un caso, al que ni siquiera sé cómo denominarlo.
Era una
mujer de clase media alta. Con posibles que otras personas en aquellos tiempos
no podían ni soñar. El padre viajante, con su propio coche y la madre ama de
casa, cuidando de su padre y de las tres hijas del matrimonio.
La
persona a la que me refiero era la de en medio de las tres hermanas. Desde muy
pequeña se hizo notar; siempre con muchos dolores de cabeza, como así siguió
toda su vida y haciéndole pasar a su pobre madre las noches en vela con ella en
brazos y paseándola por toda la casa, para que dejase dormir a sus hermanas y
al abuelo. Se ponía a gritar como loca diciendo que porque sus hermanas dormían
y ella no.
Fueron
creciendo las tres hermanas y el abuelo falleció. Como no faltaba de nada en
aquella casa; les apuntaron, como ahora se dice, al conservatorio y cada una de
ellas comenzó a tocar un instrumento diferente. La mayor la guitarra, ella la
bandurria y la más pequeña el laúd. Parece ser que se les daba bastante bien,
les gustaba y llegaron a dar algún concierto, pero… la fatalidad rompió con
todos sus esquemas y estalló la guerra civil. Ese echo al igual que a tantas y
tantas familias, les descolocó su vida tal y como la tenían planteada. El padre
no volvió a viajar, le confiscaron su coche, la música desapareció de sus vidas
y todo fue un desastre total.
Dada la
zona en que vivían, las bombas y los obuses caían a discreción por loque
tuvieron que evacuarse. Fueron a vivir a casa de unos tíos en un barrio más
tranquilo, pero en una casa pequeña en la que estaban todos hacinados. Solo
había tres habitaciones y un retrete que para tantas personas era todo
insuficiente. Se juntaban dos matrimonios con cuatro hijos uno y el otro con
tres.
Nunca
olvidó las penurias que allí pasaron y aun habiendo pasado tantísimos años
seguía maldiciendo el día que salieron de su casa. Ya a finales de la contienda
que parecía estar la cosa un poco más calmada, decidieron volver a su casa ya
que no sabían en qué condiciones estaría después de casi tres años de
bombardeos. Pudieron entrar y sacar todas sus pertenencias, pero en sí la casa
estaba medio derruida. Estaba situada en la calle Martín de los Heros, frente
al cuartel de la Montaña.
En ella
estuvieron el tiempo justo de sacar todo cuanto pudieron en cuanto a ropas y
todo tipo de enseres que, en aquella casa había de todo y de lo bueno lo mejor
y al menos no les habían robado nada. Cogieron un piso en alquiler en otra zona
de Madrid, Cuatro Caminos, mucho más humilde que el que hasta ese momento
habían morado, pero, con vecindad muy agradable a las que la guerra les había
quitado seres queridos en lugar de posesiones. Hicieron buenas amistades con
ellas, las que duraron de por vida.
Una vez
en aquella casa, sin cristales y con escasísimos muebles, comenzaron una nueva
vida. Como el abuelo no tenía trabajo y para colmo de desdichas fue apresado
como tantos otros, tuvieron que ponerse las cuatro mujeres a trabajar. Hacían
lo que mejor sabían coser; la pequeña encontró una señora que la enseñó a
bordar puñetas y se le daba muy bien, dejándose los ojos, en cada puntada, esos
bordados se hacían con hilo de oro y plata.
La mayor
se dedicaba a hacer punto de media para una casa de niños y la madre remataba a
ganchillo todo lo que podía y además hacía faldones, gorritos de batista,
organdí y telas de las más finas que había, cosía como los ángeles. La mediana
sin dejar de protestar como siempre se dedicaba a las labores de la casa y
ayudaba a la mayor con el punto de media.
Habiendo
salido ya el padre del penal encontró un trabajo en una casa de recambios de
coches y al menos entraba un sueldo fijo en la casa. En 1943 un día la hija
pequeña se puso bastante mal, llamaron al médico y les dijo que la situación
era muy grave, tendrían que hacerle un lavado de hígado pues estaba amarilla a
más no poder, pero, los tiempos aquellos no eran como ahora, le bajó la regla
en esos momentos y suspendieron el lavado, no se atrevieron a hacerlo y a las
pocas horas había fallecido. Que mazazo tan grande para aquella familia que
empezaba a remontar, la muchacha contaba tan solo con 18 años.
Una gran
desgracia para todos los miembros de la familia. Al poco tiempo el padre cayó
enfermo, le diagnosticaron una trombosis, nunca se repuso de ella falleciendo
en poco tiempo.
A la hija
mayor le dieron un puesto de secretaria en la casa en donde últimamente había
trabajado el padre. Sabía muy bien taquigrafía y mecanografía, pues nunca dejó
de aprender a pesar de las circunstancias, iba a la oficina y después al salir
y llegar a casa seguía atendiendo los pedidos de punto que la casa de niños les
hacía. A la segunda, le salió trabajo en un laboratorio médico y allí estuvo
hasta que se casó.
Esta
última, conoció a un muchacho de buena familia, aunque modesta, que vivían de
su comercio de ultramarinos en el centro de Madrid. Habían tonteado durante la
guerra, pero, eran tan jóvenes, pero, ya en 1948 decidieron casarse. Hicieron
una boda sencilla, aunque ella fue vestida de blanco como una princesa, no
había olvidado nunca como había vivido cuando era niña y seguía con sus aires
de grandeza, esos aires no le reportaron buenos beneficios pues siempre miraba
a la gente por encima del hombro. No tuvo buenos quereres entre la gente que la
conocía, siempre tenía que sobresalir lo mismo en la familia que en las
amistades que a lo largo de los años fue terminando con las que tenía su marido
porque a ella no le quedaba nadie.
En 1950
tuvo una única hija, a la que no debió querer ni en su más tierna infancia.
Esta no guarda ningún buen recuerdo de ella, al contrario, solo darle buenas
palizas cuando no hacia lo que ella quería. Eso si la llevaba como a la hija de
unos marqueses y presumía de ella y de las ropas conque la vestía. Siempre
tenía que ir mejor que sus primas o cualquiera con quien se tratasen. Incluso
cuando la niña hizo la primera comunión, no quiso la madre que la hiciese con
sus compañeras de colegio, la tuvo que hacer sola, aunque si fue en la capilla
del colegio, aquello más que una comunión fue una boda. Acudió toda la familia,
se celebró en un gran restaurante, y hubo hasta baile.
Los años
pasaban y la criatura iba creciendo y como todos los niños percibía la falta de
cariño por parte de su madre, pues los niños, aunque sean pequeños, se enteran
de los ambientes en que se crían. Esa niña estaba sometida a los mandatos de la
madre y a los chantajes emocionales, como ahora se dice, que la hacía
constantemente. A medida que pasaba el tiempo y por más palos que la diese, se
había acostumbrado a ellos, y lo único que consiguió de ella es que se volviese
respondona y poco tolerante con las cosas que ella le exigía.
La niña
se daba cuenta, de que en el colegio la rehuían las compañeras, nunca la dejaba
jugar con ninguna a la salida de este como hacían otras niñas. Nunca le
consintió llevar a ninguna amiguita a su casa. Aunque la niña era por su
carácter, alegre, simpática y extrovertida, no le servía de nada, a la hora de
tener amiguitas. Al dejar el colegio, comenzó a ir a una academia para hacer
cultura general y aprender taquigrafía y máquina que, era lo que en la época se
llevaba si no se accedía a la universidad y era muy beneficioso a la hora de
trabajar.
En esa
academia, ya con catorce años, conoció a varias compañeras, chicas normales
como ella, que empezaban a salir en pandilla e incluso asistir a algunas
reuniones de las que se hacían en las casas. Ella después de mucho rogar, consiguió
que la dejasen ir, pero… la tenía que acompañar su padre y eso que era en el
mismo barrio donde vivían. En una de esas reuniones, se encontró con un vecino
del edificio de enfrente al suyo, el chaval con el que nunca había cruzado una
sola palabra le dijo: “Anda, si tú eres la chica que siempre va acompañada de
su abuela o de sus padres y que nunca sale a jugar a la calle” en aquella época
y justo en la calle en que vivían, salían todos los chavales a jugar pues era
una calle cortada al tráfico y no había peligro alguno. Allí bajaban todos los
vecinos de la casa y los de enfrente, claro menos ella. Se sintió como un bicho
raro, parecía que todos se mofaban de ella.
Con
muchos ruegos por su parte y con el consentimiento del padre y los gritos de la
madre, consiguió seguir saliendo con aquella pandilla. Unas veces paseaban,
otras iban al cine, otras de reuniones. La madre, que estaba convencida de que
era novia de uno de los chicos de la panda, le decía que a que aspiraba, salir
con el hijo del trapero, pues los padres tenían un almacén de papel usado pero
que ganaban un montón de dinero en aquella época. Llegó a coincidir en el
mercado con las progenitoras de algunos miembros de aquella pandilla y el
resultado fue que poco a poco se fueron alejando de ella y realmente duró hasta
que comenzó a trabajar.
Comenzó a
salir con las compañeras de trabajo que, eran gente humilde pero trabajadora
pero que la llegaron a aceptar en sus casas. Con el tiempo se fueron echando
novio y nuevamente se volvió a quedar sola. Aunque con algunas de las chicas de
la pandilla seguía teniendo contacto, pero también se habían ennoviado.
Al salir
de la oficina, unos días se subía andando hasta su casa, dando buenos paseos y
tranquila con tal de retrasar la llegada a la misma lo más posible. Otros días
se iba a la tienda de unos familiares que le pillaba muy cerca, y con los
cuales había pasado mucho tiempo, los hijos se habían tratado mucho con ella
debido a la buena relación que sus padres tenían en común. Ellos eran
alpinistas y monitores de Sky. Ella, aunque poco era más pequeña que ellos,
pero la trataban como a uno más de los de su pandilla que ellos tenían y por
más que rogaron a su padre para que la dejasen ir con ellos a la sierra, nunca
lo consiguieron. En realidad, eran primos segundos. En la trastienda de su
comercio, los padres que eran excelentes personas les iban empujando de un lado
a otro para ellos poder seguir trabajando pues, había veces que se juntaban
allí diez o doce chicos.
Muchos
días cuando cerraban el comercio, el pequeño sobre todo que era el más afín con
ella, se la llevaba dando un paseo hasta la puerta del sol en donde se hallaba
el club al que pertenecían el Club Alpino Español. Allí se separaban, ella
cogía el metro y el entraba en el club a reunirse con sus amigos. Siempre la
llevaba de la mano, aunque unas veces iban solos y otras con algún amigo que
había ido a buscarlo para dirigirse al club.
Dicen y
con razón que el roce hace el cariño y lo cierto fue que poco a poco se fueron
enamorando el uno del otro. Ya no se iba todos los días a dar el paseo, unos
días iban al cine, otro al teatro, otros a tomar algo, el caso es que se veían
todos los días y que cuando ella entraba por la puerta de la tienda, a él se le
iluminaban los ojos y ella jamás pudo olvidar la sonrisa que ponía. Cuando él
tuvo que hacer el servicio militar, los sábados su padre la iba a buscar a la
oficina y desde allí se iban a esperar a que el llegase al bar que había justo
enfrente de la tienda, allí estaba su padre también y su hermano. Tomaban el
aperitivo y pasaban los cinco un rato delicioso ya que los padres en lugar de
primos parecían hermanos. Luego cada uno a su casa. El a descansar que venía
agotado del cuartel y el lunes vuelta a la rutina.
La madre
como buena arpía que era le decía “que aspiraciones tienes, primero sales con
el hijo del trapero y ahora quieres juntarte con un tendero” Pasaban los
tiempos y nadie decía nada, todo era normal, las salidas y paseos, todo
transcurría como siempre. Un día fueron al cine y allí se produjo lo que hasta
ese momento no había sucedido, se besaron con toda el alma, el corazón y todo
loque se pudiera poner en ese momento. Ella estaba henchida de gozo, hasta ese
día solo se habían dado besos en las mejillas cada vez que se veían o se despedían,
pero, eso ella lo sintió como el verdadero amor que comenzaba, ya nada ni nadie
les podría separar. ¡Que equivocada estaba!
A la
salida del cine, él la tomó por encima del hombro y la apretó contra su pecho.
Comenzaron a caminar en silencio hasta que, de pronto él comenzó a hablar con
voz entrecortada y sus palabras fueron “esto no puede ser, no podemos seguir
así”, ella alucinada de las palabras que salieron de su boca, preguntó cómo era
natural “PORQUE”. ¿Porque no puede ser? ¿Qué ha pasado?
Nada,
pero no puede ser, ella, comenzó a llorar, solo sabía llorar, creía morir en
aquel momento. Él solo sabía decir no llores que me partes el alma, pero no
puede ser, no puede ser. La condujo hasta su casa y nunca se volvió a hablar de
semejante sucedido. Como no había explicaciones ella dejó de ira a diario a la
tienda, aunque no lo dejó del todo. Cuando él la veía entrar por la puerta era
como siempre esa sonrisa y ese brillo de ojos, pero ahí quedaba todo.
Ella
siempre supuso que detrás de aquello había una mano negra que tenía nombre y
apellidos. En su casa nunca la volvieron a preguntar porque no salía con su
primo, con la ilusión que llevaba cada vez que iban al cine o a cualquier
sitio. Estuvo muy, muy deprimida, pero guardándoselo solo para ella, en su casa
no podía ni debía decir nada. La madre que siempre le estaba tirando puntadas
en contra del muchacho y a partir de entonces no volvió a abrir la boca. De
sobra sabía lo que había hecho.
Desde ese
acontecido, ella comenzó a dar vueltas a su situación y llegó a la conclusión
de que lo mejor sería encontrar otro trabajo en el que ganase más y con el
tiempo poder independizarse. Unos amigos de sus padres le recomendaron una
academia en la que preparaban oposiciones para banca y sin dudarlo fue a
enterarse, claro está con su padre que era el que la llevaba a todos los
sitios. Les pareció bien el precio y los horarios, aunque a una de las clases
llegaría un poco tarde pues salía tarde del trabajar y tenía el tiempo muy justo
para llegar a punto. Allí estuvo un año y al siguiente nada más comenzar el
curso, el profesor de cálculo y contabilidad que era al que les habían remitido
el amigo, comenzó a acompañarle a casa, le decía que iba en esa dirección. Le
invitaba a algún refresco. Se paraba en buenas cafeterías. Ella lo veía muy
mayor e incluso pensaba que estaba casado al llevar una alianza en la mano
derecha; pero al haberselo recomendado el Sr. Antonio, en ningún momento pensó
que podría tener malas intenciones, simplemente era agradable con ella.
Ya
mediado el curso, un día le dijo, hay una plaza en el banco, ella pensó que se
la daría a ella pues él en el banco era jefe de formación y selección de
personal. Inocentemente le preguntó y tengo que hacer el examen, estaré
preparada y él contestó, no hace falta pues es para telefonista y además no te
la voy a dar a ti, es para tu compañera Irene. Se quedó planchada y entonces él
le dijo, no te preocupes mujer que para ti tengo otra mejor que esa. Me quiero
casar contigo. A ella le gustaba, pero fue un impacto muy grande el que
recibió, no sospechaba nada en absoluto. A partir de ahí comenzaron a salir. Él
le pidió que dejase la academia y que él le seguiría dando clases en casa
cuando el terminase su jornada. Así comenzaron a hacerlo, pero, era
dificilísimo allí preparar nada, la madre no dejaba de entrar y salir en
aquella habitación, a contarle cosas y a enredar.
Llevaban
tres meses de relación y un día salieron con el hermano de él a visitar el piso
que había comprado, era una zona alejada del centro, pero con muy buena
comunicación y toda clase de servicios alrededor. Les gustó mucho era un
hermoso piso y como no estaban entregados todavía, preguntaron en la caseta de
obra y les dijeron que ya estaban todos vendidos. Marcharon de allí y justo en
la acera de enfrente, estaban construyendo otros, preguntaron también en la
caseta de obra y les enseñaron el piso piloto. Eran pisos de cuatro
dormitorios, gran salón, cocina, un cuarto de baño y un cuarto de aseo, todo
muy amplio. Preguntaron las condiciones y los pisos que quedaban libres. Él
estaba decidido a comprar, si a ella le gustaba, y por supuesto que pudiese pagarlo
con su sueldo. Entre los dos hermanos echaron cuentas y decidieron que entraba
dentro de las posibilidades.
Desde
allí fueron a comer a casa de los padres de él, mientras se comía se hicieron
los comentarios pertinentes, diciendo que les habían parecido unos buenos pisos,
que a ella le habían gustado mucho y que él estaba decidido a comprar. Una vez
terminada la comida, madre e hijo desaparecieron, estuvieron largo rato
parlamentando en la habitación de ella, cuando salieron, sin decir nada, los
dos hermanos se miraron y dijeron vamos a volver a ver los pisos. Así lo
hicieron, se encaminaron hacia ellos, pero la caseta ya estaba cerrada, él se
quedó con los horarios y decidió que al día siguiente por la mañana a primera
hora se acercaría otra vez. Quería dar una señal para reservar uno de los que
quedaban.
Se fueron
a donde vivía el hermano entonces y allí le preguntó a ella cual sería el que
más le gustaría obtener, sabía que le habían encantado, eran tan luminosos y
grandes, eran 150 m2 construidos, gran escalera, gran portal dos ascensores, en
fin, la cara opuesta de donde ella vivía, que no llegaría a los sesenta metros.
Ella no quería ni el último ni el primero, entonces de los que quedaban
cogieron el séptimo, tenían dos por encima todavía. Cuando por la noche llegó a
casa de sus padres emocionada y contenta a más no poder, se armó la marimorena,
de entrada,
-La madre
le dijo que quien era ella para comprar nada sin consultar con ellos.
-Cuando
le respondió que ella no había comprado nada que lo había hecho su novio, le
calzó un par de bofetadas y se quedó tan satisfecha.
-El novio
llamó al padre de ella, para pedirle que lo acompañase a dar la señal y a que
viese el piso piloto. Lo que iba a comprar para vivir con su hija.
-El padre
comprensivo, accedió a ir con el muchacho a verlo y llegó satisfecho a su casa
contándole a la madre que le había gustado mucho y todas las cualidades que la
casa tenía.
La madre
no paraba de vociferar diciendo que ellos tenían que haber sido los que
decidiesen si les convenía o no. A todo al que se lo contó con la rabia que lo
hacía, dijo que lo que pasaba es que tenía envidia de la hija. Ahí comenzaron
los problemas más graves, no asumía que la hija se había convertido en una
mujer, que había un hombre que la quería y que le quería dar lo mejor que
tuviese. Con toda paciencia y resignación, la llevaron a ver el piso piloto
pues todavía quedaban meses para que los entregase la inmobiliaria, ya comenzó
a hacer reformas, había que dar la vuelta al piso, todo eran pegas, que si los
armarios, que si los azulejos, que si la cocina no la daban amueblada. En
resumen, lo que a ellos les había encantado para ella era una porquería. Sobre
todo, la luz que tenía, todo exterior con una gran terraza en el salón y otra
tendedero en la cocina; y es que donde ellos vivían era un bajo por la parte de
la calle y por la otra daba a un patio interior con escasísima luz y para más
penar, como era una histérica siempre tenía las persianas echadas para que no
viese nadie ni desde la calle ni desde el patio lo que tenía dentro de su casa.
Una casa museo en la que había cosas buenísimas y carísimas, pero que solo las
podía ver ella, porque todo el que pudiese entrar allí solo era para copiarla y
criticarla. ¡Qué pena de mujer! Ni vivió ni dejo vivir en paz a los que con
ella vivían.
El novio
le dijo que gobernase su casa que en esa iba a vivir su hija y si estaba
conforme no tenía ella nada que decir. Eso le sentó como si le hubiese
abofeteado, ella acostumbrada a mandar y a gobernar todo ¿cómo la ponía freno y
no la dejaba meter las narices? Fue lo peor que pudo hacer, le dijo el día
menos pensado te echo de mi casa y él que también tenía su carácter le
contestó, no hace falta que me eche, me voy ahora mismo y se marchó de aquella
casa. Que tormento vivió es chica hasta que se casó. Todos los días había
alguna bronca, a voces para que todos los vecinos se enterasen, era una
vergüenza. La hija salía a trabajar por las mañanas, volvía a comer y por la
noche lo hacía lo hacía a última hora solo para cenar y acostarse y, aun así,
iba detrás de ella para liarla.
Cuando se
estaba preparando la boda en una de las broncas que formó, amenazó a la hija
con no darle el dinero que tenía ahorrado, diciendo que ese dinero era suyo que
para eso la había mantenido toda la vida. Otro disgusto de campeonato pues,
haciéndola caso encargaron el dormitorio a un mueblista que les había trabajado
a ellos en varias ocasiones. Si no le daba el dinero con que iban a pagar al
señor. Los novios habían contado con ese dinero para comprar lo más
imprescindible que era eso, el dormitorio, amueblar el baño y unos pequeños
muebles para la cocina, dos concretamente pue no daba para más. Para comer y
cenar estuvieron varios meses haciéndolo en una mesa y unas sillas de las que
se utilizaban para ir al campo.
Que lento
pasaba el tiempo, el piso se retrasaba en entregarlo y la desesperación cada
vez se hacía más grande. Ya por fin, les avisaron de que se entregaba a finales
de junio. Entonces aceleraron la preparación de la boda, comenzaron una vez el
piso entregado a limpiarlo y organizar lo poco que se podía pues en realidad,
estaba prácticamente vacío. Ella se despidió de la oficina y en esos días se
dedicó a la limpieza de la casa en la que nadie la ayudó, Se le quemaron hasta
las manos de los productos tan fuertes que utilizó para quitar el cemento que
había quedado de la obra, tanto en los azulejos como los poyetes de las
ventanas, Se iba a su piso desde por la mañana y estaba allí sola hasta que el
novio la iba a buscar por la noche, se hacía unos bocadillos y así pasaba el
día pues, todavía no podía guisar porque no estaba todavía el gas puesto a su
nombre.
Una noche
muy pocos días antes de la boda, cuando llegó a casa para dormir, como de
costumbre se la lio y ya la chica que se sabía fuera de aquella casa y que no
quería seguir aguantándola, la contestó y sin mediar palabra, se tiró a ella
cogiéndole por el pelo y zarandeándola hasta que el padre intervino y se quedó
con un gran mechón de pelos en su mano. Ya no la volvió a hablar hasta mucho
después de casada.
La
maldecía con frecuencia, le decía que le deseaba que si tuviese hijos fuesen
deficientes, le quitó las llaves de la casa y le amenazó con que a ella no le
dejase los niños si algún día los tenía que ella no se iba a hacer cargo de
ellos. La hija lo tomó al pie de la letra y nunca se los dejó cuando los tuvo.
Al final
el padre se puso de acuerdo con el suegro y como personas civilizadas hablaron
de todos los asuntos y el suegro que la había cogido mucho cariño, le dijo que
avisase bien a su mujer, que él no iba a consentir que a su nuera la siguiese
tratando como lo había hecho hasta entonces, pues se las vería con él. La tenía
ya como una hija. Se pusieron de acuerdo y pagaron la celebración de la boda al
50%.
El día de
la boda, por la mañana se levantó, desayunó, se vistió y antes de salir de casa
tuvo que limpiar bien el cuarto de baño, puesto que se había duchado y había
salpicado los azulejos, recogió las cosas que le quedaban y salió de casa pues
la estaba esperando el novio para ir a su piso y dejar unas cosas que tenían
que llevar, además habían llegado unos parientes del país vasco y querían
enseñárselo. Después la acompañaron a la peluquería en donde ya estaba la madre,
la peluquera como era natural, siendo la novia, la quiso atender antes que a la
madre y esta se negó en rotundo, ella había llegado antes y no la iba a dejar
pasar por muy novia que fuese.
A la hora
de vestirse, se vistió sola y solamente le pidió por favor a su madre que le
ayudase a colocarse el velo, lo hizo de muy mala gana y sin dirigirle la
palabra. Cuando llegó la hora de salir a la llegada del coche a buscarla, su
padre la acompañó ya que era el padrino, se metieron en el coche y marcharon
para la iglesia, allí estaba el novio todo emocionado esperando, la madrina, la
niña que llevaba las arras y cantidad de familiares tanto por parte de la novia
como del novio.
Durante
la ceremonia se notaba una tensión increíble, las distintas familias no se
saludaron tan siquiera. Una vez terminada la ceremonia, se fueron al salón en
donde se celebró la boda, un bonito salón y una buena cena. Los novios seguían
con muchísimos nervios. Al ir a cortar la tarta, la novia comenzó a echar
sangre por la nariz, el novio y el padre enseguida sacaron sus pañuelos, pero
la madre ni la miró.
Una vez
que se había terminado la cena, dieron por las mesas las gracias por haber
asistido a acompañarlos y se marcharon con el hermano del novio y la madrina
que había sido su esposa.
A los dos
días se fueron de luna de miel y en todas las vacaciones no dieron señales de
vida a la familia de ella. Cuando volvieron después de 25 días, fueron a casa
de los padres de él y se encontraron con que habían enviado con un mensajero las
cosas que su hija había dejado, justo lo que llevaba puesto antes de vestirse
de novia. También habían llegado las fotos que les habían hecho, en sus álbumes
correspondientes y los padres de él voluntariamente habían pagado.
Después
de mucho tiempo, mejor dicho, a los quince años que es cuando el padre fallece,
al buscar los papeles del entierro, ella descubre una carpeta en la que estaban
las fotos de su boda, las mejores que había. El fotógrafo había llevado las
fotos primero a casa de ella, pues estaba mucho más cerca de donde se habían
casado y el hombre cuando fue a llevar el resto donde los suegros, dijo que en
casa de la novia las habían escogido y allí había llevado las sobrantes.
El
comienzo de la vida en común fue bonito y tranquilo, pero durante poco tiempo.
La madre comenzó a sembrar cizaña por todos los lados. Ella ofreció su nuevo
domicilio a sus tíos y primos y nadie respondió, fue como si ella hubiese
desaparecido del mundo. También comenzó a envenenar al señor que le había
recomendado la academia para preparar las oposiciones. Le contaba todo lo que
ni tan siquiera existía pues, la relación estaba cortada del todo.
A ella le
dolía no saber nada de su padre pues lo adoraba. Cuando quedó embarazada, la
suegra que era una bellísima persona le aconsejó que llamase a sus padres para contarles
la buena nueva, pero ella se resistía, sabía que volverían a surgir problemas,
como así sucedió cuando decidió hacerlo, ya estaba de más de siete meses.
El día
que dio a luz, su marido una vez habían llevado a ella y al niño a la
habitación y ya estaba tranquilo, llamó a sus padres y a sus suegros. La madre
de él acudió en un taxi a toda velocidad, pero, la madre de ella, hasta que no
fue a la peluquería y se había ido a comer de restaurante no apareció por el
hospital.
El padre
se presentó con una gran bandeja de pasteles para invitar a todo el que fuese a
visitar a su hija y su nieto. Se le veía feliz, pero, la madre parecía que se
había tragado el palo de la escoba, lo único que fue comenzar a decir lo que
había que hacer con el niño. Una vez que salió del hospital, no volvió a
aparecer, solo se dedicaba a llamar a casa de la vecina de su hija, ya que
ellos no tenían teléfono todavía, para preguntar por ellos y comenzar a enterar
a esa señora de las cosas que para nada la interesaban.
Iba
pasando, el tiempo y que contaría a la vecina por teléfono, que la pobre mujer
les ofreció el subir a su casa para que la hija pasase allí y pudiesen ver al
niño. Claro está la hija no accedió y entonces lo que hacían era ir al portal,
llamar al teleportero y esperar hasta que la hija bajaba con el niño y allí es
donde le veían. Eso suponía que todos los vecinos que entraban o salían veían
que no subían a casa de la hija. Eso duró una temporada hasta que un día
llegaba el matrimonio con el niño y se los encontraron allí.
El yerno
les dijo que si no les daba vergüenza hacer lo que estaban haciendo. Ella les
dijo que no les había autorizado él a subir y seguirían haciéndolo. El padre el
pobre hombre que no se atrevía a rechistar delante de ella, dijo, bueno pues ya
que estamos aquí, subimos y nos dejamos de estos numeritos. Así lo hicieron y
ahí se arregló un poco la situación, pero con ella era imposible estar una
semana sin armar alguna.
Iban de
vez en cuando a visitar a la hija y al nieto y procuraban que el yerno no
estuviese, pero, la costumbre de mandar no se le quitaba. Llegó el bautizo del
niño y decidieron celebrarlo en casa, solamente con la familia, los padres de
ambos, los hermanos de él ya que ella no tenía y dos o tres amigos. Llegó la
hora de la ceremonia y todos en la puerta de la iglesia esperando a que los
padres de ella llegasen y cuando comenzó el acto entraron y bautizaron al niño
sin la presencia de los abuelos maternos. No acudieron. El motivo es que el
padre no era el padrino. Hasta ese punto llegaba el rencor de esa señora.
Pasados
los meses, la hija les perdonó y para facilitar la relación con ellos, les
pidió permiso para si se querían quedar con el niño el puente de la Purísima.
Dijeron que sí enseguida. Al matrimonio les habían invitado a ir al País Vasco
y Sur de Francia unos compañeros de trabajo, que al marido le era importante
acudir por cuestiones de trabajo. El mismo día que iban a salir de viaje, con
todo preparado, les llamó la hija para decirles a la hora que llevaban al niño
y la contestación fue que no se quedaban con él que quien había ejercido de
padrino se quedase con él.
El
disgusto fue morrocotudo. Ella dijo que no iba que se quedaba con el niño y que
marchase él. Tenían que ir los dos o ninguno alegaba el marido. Llamó a su
madre y esta le dijo que se quedaba sin problemas con él y si tenía alguna duda
le ayudaría su prima que era mucho más joven y vivían muy cerca. Así lo
hicieron, aunque ella no se fue muy conforme. Era su primer hijo y lógicamente
le preocupaba como se desarrollarían esos días, aunque, el niño era muy bueno y
estaba muy sanito, pero para una madre separarse de su primer retoño y
dejárselo casi a una extraña fue duro. La madre de él era una buenísima mujer,
pero se ahogaba en un vaso de agua por eso, en cuanto que ellos marcharon la
prima fue la que se hizo cargo del bebé. Siempre le quedó muy agradecida pues,
aunque tenían mucha confianza con ella, fue una acción impagable.
Otra vez
sin hablarse y ella llamando a casa de la vecina para pedir que le informase de
cómo estaba su nieto. Un desastre pues ellos ya tenían teléfono, pero el caso
era incordiar y dar explicaciones a quien no las necesitaba.
Estuvieron
tiempo en esa situación y cuando no sabían nada de ella era cuando mejor estaba
el matrimonio, pues en cuanto intervenía en algo, los líos estaban asegurados.
A los tres años, la hija volvió a quedarse embarazada y cuando se lo comunicó,
la enhorabuena que le dio fue decirle que era una calentona, que si no podía
haber esperado un poco más. El resto de
las cosas que le dijo fue mejor olvidarlas.
Cuando
llegó el momento de que iba a dar a luz, enseguida quiso hacerse cargo de la
situación y ella se quedaría en casa de la hija para atender al niño mayor y
por consiguiente mangonear todo lo que fuese posible. Al salir de cuentas la
muchacha, el médico la ingresó en el hospital y después de haberle, puesto la
pastilla para dilata, esta no respondió, por lo que a las tres de la madrugada
la comadrona la envió con cajas destempladas para su casa diciendo que, se
había equivocado de fecha, que el niño no estaba todavía preparado para nacer y
que no era grande. Ante esa situación no le quedó más remedio que marcharse a
casa. A partir de ese día, todas las tardes tenía que ir a la consulta del
ginecólogo y después de reconocerla era la misma cantinela, de esta noche no
pasas. Date unos buenos paseos y ya verás como viene.
Pasaban
los días y aquel niño no venía. Mientras en casa bronca tras bronca, disgusto
tras disgusto. La situación era ya insostenible. El día 29 de marzo, tuvieron
una bronca de esas que hacen época. Cuando llegó el marido a casa, le dijo que
era una sinvergüenza y una desagradecida, que encima de estar haciéndose cargo
de todo la había hasta pegado. Toda pura mentira, pero siempre se las apañaba
de manera de poner las cosas a su manera. Claro está que el yerno no la creyó
Tan desesperada estaba la hija que le dijo a su marido, si el día 1 no he dado
a luz, bajo mi responsabilidad que me haga la cesárea. El día 30 de marzo, al
tirarse de la cama, notó una cosa muy rara, era un tapón negro lo que había
expulsado y rápidamente llamó a su esposo y se preparó en lo que llegaba a
buscarla y salieron para el hospital.
Al llegar
les recibió el médico y le dijo a la comadrona que la pusiese un goteo y la
pastilla. Cuando el médico se marchó, la comadrona dijo que no hacía nada hasta
que ella la reconociese; así lo hizo, una vez que la había reconocido, estando
ya en la habitación y habiéndole hecho pasar el peor rato de su vida, casi no
les da tiempo a llegar al paritorio. El niño había sido colocado y en cuanto
encontró su posición natural para salir, tenía una prisa terrible. Había estado
atravesado y si esa buena mujer no lo coloca, posiblemente hubiesen muerto la
madre y el hijo pues, habían pasado un mes y once días desde la fecha en que salió
de cuentas. El niño gracias a Dios era precioso, pesó 4.850grs. Cuando los
llevaron a la habitación ella vio que el niño tenía un color verdoso y además
estaba áspero, no tenía el tacto tan suave que tienen los bebés. Cuando se lo
comentó a la comadrona al día siguiente, esta le dijo no te habían dicho nada.
El niño es hipermaduro y de ahí el color y la aspereza de piel, además estaba
empezando a consumirse dentro de ti. Podríais haber muerto los dos.
Después
de todo, contentos de poder volver a casa con el bebé sanos y salvos y volver a
estar la familia reunida con el hijo mayor. La abuela en dos día se marchó a su
casa y volvió a reinar la paz.
Esas
situaciones siguieron a lo largo de los años, era tan retorcida que si discutía
con la hija dejaba a los nietos sin regalos de reyes, cumpleaños o cualquier
otra cosa. Sabía perfectamente que a quien hacía daño era a su hija. Los años
iban pasando y los niños no la soportaban, ellos iban creciendo y lo mismo que
adoraban al abuelo, la relación con ella era patética. Los chillaba por
cualquier cosa, los regañaba, en realidad no los trataba como a niños y menos
sus nietos.
Los
veranos los pasaba la familia en el chale que habían construido con mucho
esfuerzo y en el que eran muy felices, tenían muchos amigos y los niños tenían
una gran pandilla. Los abuelos iban a verlos todos los sábados y pasaban el día
con ellos. La hija seguía aguantando muchas cosas, pero pasaba pues el padre le
hacía muchos recados y era muy feliz con los nietos. Iba a diario en muchas
ocasiones y les decía a los niños si llama la abuela no sabéis nada de mí. Iba
a comprarle el butano, la llevaba a comprar etc. Y todo con gran ilusión y amor
hacia la hija y los nietos.
Los
sábados que por la noche se juntaban con amigos y aportaba cada uno sus cenas,
ella tenía que ser la que recogiese todo porque si las demás lo hacían lo mejor
que decía es que eran unas guarras.
Fueron
pasando los años, los niños crecían y llevaban a casa a todos sus amigos, pues
eso también la molestaba, le decía a la hija que paciencia de aguantar a todos
aquellos chicos allí. Y la hija siempre le decía, prefiero que vengan aquí pues
así se con quien están y como son los amigos.
Un día el
abuelo le propuso a la hija de ir a pasar quince días con ellos puesto que no
lo habían hecho nunca. La abuela ponía pegas pues decía que en casa de la hija
había dormido mucha gente. Esta le dijo que cuando iba a un hotel si les ponían
una habitación y unas ropas a estrenar. Después de mucha pelea, accedió a ir
unos días. Llevaban unos días instalados, ya quedaban pocos para que se
volviesen a su casa. Llegó el viernes y era día de mercadillo, el abuelo dijo
que él llevaba a su hija y a su amiga a comprar ya que su hija todas las
semanas iba con la hija de la amiga y era justo que ahora que estaba él fuese
el que lo hiciese.
Los niños
que escucharon que iba el abuelo al mercadillo, se apuntaron los primeros pues
nunca habían asistido a él. El abuelo no se negó y salieron de casa los cuatro
en busca de la amiga y llegaron al mercadillo. Disfrutaron de lo lindo,
pidieron de todo al abuelo y éste no les negó nada. Al terminar ahí las compras
se dirigieron al Centro Comercial Canguro a comprar la carne, el pescado, el
embutido etc.
Cuando
terminaron de todo, el abuelo y los nietos se marcharon con las bolsas al
coche. La hija y la amiga dieron la vuelta a la plaza para recoger unas prendas
de la tintorería y ellos las esperarían en el coche para volver rápido a casa.
Cuando las dos mujeres regresaron al coche, encontraron un montón de público y
al niño pequeño llorando y diciendo que a su abuelito se lo habían llevado. El
niño mayor había salido corriendo a buscar a su madre por el lado opuesto al
que ella había tomado. Allí le dijeron que al señor mayor lo habían llevado al
centro de salud pues, se había caído y había perdido el conocimiento. La madre
le dio unas monedas al niño mayor para que llamase a la hija de su amiga y
fuese a recogerlos para que no estuviesen solos.
Las dos
amigas salieron corriendo hacia el centro de salud y cuando llegaron se
encontraron con lo peor que jamás hubiesen podido pensar. En la acera de la
calle, encontraron el cuerpo del abuelo topado con una manta pues había sufrido
un infarto y había fallecido.
Que
situación tan terrible. Allí fueron muy amables y les facilitaron todas las
cosas. La hija no podía creer lo que estaba viendo, no podía ser su querido
padre el que se hubiese ido. Tuvieron que ponerla una inyección para calmarla y
gracias a eso pudo llamar a su esposo, a un tío suyo que vivía cerca y al rato
tener la cabeza fría para dar contestación a todo lo que los sanitarios le
preguntaban. De esa forma pudo decidir el llevárselo de inmediato a su casa
porque si no lo hacía así, debían enviarlo a Madrid para hacerle la autopsia.
En ese momento ella pensó que lo mejor era llevárselo a casa y seguir las
instrucciones que allí le habían dado.
Siempre
dijo con el tiempo que nunca más tomaría esa decisión. Después le trajo muchos
problemas esa disposición. Debido a ello a los dos años las autoridades querían
exhumar el cadáver pues, los agentes de la autoridad se habían denunciado entre
ellos por falta de auxilio. Eran las doce de la mañana, un 31 de julio y unos
guardias salían de servicio y otros entraban y ninguno quiso hacerse cargo del
caso. Vergonzoso, después de lo que había pasado, la perdida del padre, el
disgusto de los niños de ver caer al abuelo y que se lo llevasen unos señores a
los que no conocían. El llegar a casa y tener que informar a la abuela que el
abuelo llegaba detrás de ella en una ambulancia, pero ya fallecido. Un trago
para no deseárselo a nadie.
Después
de todo eso tener que aguantar a la abuela, haciéndoles la vida imposible,
hasta que ya era imposible soportarlo pues cayo enferma y con el carácter
insufrible, fue necesario ingresarla en una residencia geriátrica hasta su
fallecimiento.
A partir
de ese momento volvió a reinar la paz en el seno de esa familia, pero todo lo
que habían pasado había sido excesivamente duro, pues aun estando enferma no
dejaba de incordiar y meterse con la hija a la que no le costó el matrimonio
porque el marido era una buena persona y no la hacía caso, pero siempre lograba
sembrar dudas en él con las cosas que decía.
Se debe
sentir pena por los padres y atenderlos lo mejor posible, pero en casos como
este, es una situación de supervivencia, da igual sea hombre o mujer pero no se
debe consentir que interfieran de una manera tan cruel en la vida de los hijos,
al contrario facilitarles su felicidad y dejarles vivir su vida con sus hijos o
cómo consideren que deben vivirla.
PILAR MORENO año 2024
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