Mi vida cotidiana transcurría en Madrid, desde el día que contraje matrimonio eclesiástico. Formamos una familia y enseguida nació mi primer hijo que nos colmó de felicidad. Le llevábamos a todas partes aun siendo muy pequeño. Su papá jugaba al tenis y le acompañábamos a todos los partidos. Salíamos de vacaciones a la playa etc…pero, al ir a nacer mi segundo hijo decidimos mi esposo y yo que, ese año sería complicado viajar al mar con un niño tan pequeño y otro de tres años.
Un
compañero de mi marido había tenido alquilada una casita en Villalba, justo en
el barrio de los Negrales. El la dejaba libre pues se había construido un chale
y se trasladaban al mismo. Nos propuso ir a visitarla por si nos interesaba ya
que había comentado con él la situación que teníamos con vistas a las
vacaciones. Quedamos con el dueño de la casa y como nos gustó la situación y el
tamaño de la vivienda, en ese mismo momento le dimos una señal para que nos la
reservase.
Llegó
el mes de junio nos instalamos en esa casa dispuestos a pasar todo el verano y
mi niño mayor comenzó a pasarlo estupendamente pues en la casa contigua había
dos niños hermanitos que tenían aproximadamente su misma edad. Nuestra forma de
ser hizo que también nosotros tomásemos contacto con los vecinos y pasamos un
verano fabuloso. Al final del verano, lo habíamos pasado tan bien y habíamos
hecho estupendos amigos que no dudamos en comprar una parcela. Mientras se
construía nuestra casa, seguíamos alquilando y ya veníamos todos los fines de
semana y todas las vacaciones, incluidas Semana Santa y Navidades. Una vez que
se terminó la construcción de nuestro segundo hogar, nos trasladamos a él y fue
disfrutado al máximo.
Seguimos
con las mismas costumbres y no faltábamos ningún fin de semana y las vacaciones
escolares. El mismo día que finalizaban las clases yo tenía todo preparado y
nos instalábamos en nuestra casa en donde éramos todos felices.
En
1987 mis padres decidieron venir a pasar unos días a nuestra casa a disfrutar
de los nietos, cosa que nunca habían hecho hasta ese año. Todos estábamos
ilusionados, sobre todo los niños, que adoraban al abuelo. Sabían que con él
los juegos estaban asegurados y las salidas a cualquier sitio pues no les
negaba nada de lo que estuviese a su alcance.
El
31 de julio de ese año, había mercadillo y los niños nunca habían asistido a el
por lo que le rogaron al abuelo que los lleváse con nosotros a comprar, entre
otras cosas para no quedarse con la abuela, la que no paraba de regañarles. El
abuelo accedió y salimos de casa los cuatro felices y contentos, recogimos a mi
amiga con la que siempre iba yo en el coche de su hija y ese día nos tocaba a
nosotros llevarla.
Compramos
todo lo que necesitábamos pues ese día era nuestro aniversario de boda y al día
siguiente el de mis padres. Se iba a hacer una pequeña fiesta familiar a la que
asistirían mis suegros, cuñados y amigos con los que nos reuníamos todos los
sábados y lo pasábamos en grande. Los niños le sacaron al abuelo todo lo que
pidieron. Al llegar al coche, se quedaron el abuelo y los nietos guardando las
bolsas de la compra, y mi amiga y yo nos fuimos a recoger unas prendas al
tinte.
Al
regresar al coche vimos un gran remolino de gente y mi hijo pequeño llorando a
más no poder, cuando me vio llegar comenzó a gritar diciendo que a su abuelito
se lo habían llevado. Mi hijo mayor había salido corriendo a buscarme, pero lo
hizo por el lado opuesto al que yo había tomado, en la plaza del Canguro. En
ese momento me dijeron que a mi padre se lo habían llevado al ambulatorio pues
se había caído y había perdido el conocimiento. Al llegar mi hijo mayor todo
sofocado, le di unas monedas para que llamase a la hija de mi amiga para que no
se quedasen solos. Tenían 13 y 10 años. Entonces nosotras salimos corriendo
hacia el ambulatorio.
Cuando
llegamos al centro de salud, encontré a mi padre tumbado en el suelo, tapado
con una sábana pues había fallecido. Los sanitarios me dieron toda clase de
facilidades para que me lo pudiese llevar a mi casa y no tener que hacerle la
autopsia. Así lo hice, aunque hoy hubiese tomado otra decisión.
Ahí
mi vida sufrió un cambio radical, un cambio muy duro pues encima de haber
perdido a mi padre, tuve que hacerme cargo de mi madre, lo que hasta el momento
de su fallecimiento no fue nada fácil a pesar de no vivir con nosotros. Eso que
yo era hija única, nunca sentí el cariño de ella, Era una persona de muchísimo
carácter y si no se hacía lo que ella quería ya estaba la guerra liada.
PILAR MORENO 27 mayo 2024
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