Hacía muchos años que el abuelo había fallecido, lo había
idolatrado desde su más tierna infancia. Con ella fue tierno, cariñoso. Todos
los juegos posibles los aprendió de él. Montaban juntos en bicicleta y hasta
cuando tuvo una edad prudencial para saber lo que hacía, le enseñó a conducir
aunque no era tiempo todavía de obtener el carnet.
Marcela que así se llamaba, fue la primera nieta, los demás
fueron varones y con ella se había vuelto loco, la luna que le pidiese, haría
todos los posibles por conseguírsela. Era un General de infantería ya retirado
y por eso pudo dedicar todo su tiempo a su niña como él la decía.
Una vez fallecido el abuelo, los padres de Marcela, nunca
hicieron comentarios ni hablaban de las hazañas del mismo durante sus años de
militar. Él nunca habló de esos tiempos y los demás parecían respetar su
silencio, como si esos años en los que prestó servicio a la Patria, nunca
hubiesen existido. Solamente le recordaban todos como retirado y haciendo que
sus nietos en especial ella, hubiesen sido felices dedicándoles el resto de su
existencia.
Pasaron los años y los padres de Marcela también
desaparecieron. Entonces ella que era la mayor, se hizo cargo de las
pertenencias de sus antepasados. Quiso poner al día todas las cosas que en aquella
casa había. Comenzó por abrir cajones y
baúles que hasta entonces nunca se hubiese atrevido a hacer. Siempre allí se
respiraba un poco la disciplina militar y no se les hubiese ocurrido nunca
desobedecer una orden dada. Fue entonces, cuando encontró dentro de un baúl que
había pertenecido a su abuela, una caja de cartón, muy bien atada con una cinta
de seda. La abrió sin dudar y en ella se encontraban un sinfín de cartas
dirigidas a ella. Se puso a leerlas una por una, muy bien colocadas estaban por
fechas y años. Cuál fue su sorpresa, al ver el contenido de las mismas. En
primer lugar se dirigía a su destinataria, con un inmenso amor y unas palabras
tan dulces y refinadas que, hasta le hicieron ruborizarse por estar leyendo
cosas tan privadas pero, la curiosidad le podía más, sabía del amor que sus
abuelos se habían profesado hasta que la muerte los separó.
Al mismo tiempo fue leyendo todo lo que el abuelo le contaba
sobre la contienda y los avatares que en la misma sucedían. De cómo iban
haciendo prisioneros a los judíos, casa por casa, campo por campo. De las
persecuciones a los que les sometían, así como de los tormentos que les hacían
sufrir. No eran dignos de vivir y había que exterminarlos como a bestias.
También le contaba los pasos se seguían en la construcción de los barracones en
donde esos prisioneros serían asfixiados
con gas. Sus ojos humedecidos por las lágrimas, no daban crédito a lo que
estaban leyendo.
Leyó sin parar hasta la última de las cartas, al tiempo que
las iba colocando de la misma forma en que las había encontrado ¿Cuánto horror?
¿El abuelo al que ella adoraba podría haber cometido todas esas atrocidades?
Ahora se daba cuenta del silencio que siempre se mantuvo sobre la carrera
militar del abuelo. Nunca supo ella que aquel hombre venerado, había sido un
lugarteniente de Hitler. ¿Cómo imaginarlo?
Ahora llegaba a la conclusión de por qué provenían de Alemania.
Nunca nadie les explicó su procedencia. Después de mucho pensar, decidió
enseñarles a sus hermanos las cartas encontradas. Ninguno podía creerlo igual
que le había pasado a ella, pero tampoco sabían qué hacer con ellas. Su mente
muy clara, al cabo de un tiempo resolvió que debía hacerlas públicas. No era
cuestión de lo que valían como documento histórico. Era realmente desenmascarar
a aquel hombre al que todos habían adorado y el que a todos había tenido
engañados.
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