martes, 16 de diciembre de 2014

EL PÁRROCO FURTIVO

Hace tiempo, en un pequeño pueblo de la provincia de Soria, había un párroco joven que tenía camelados a todos sus habitantes. Con su simpatía y su buen hacer, había ido labrando sus objetivos. Todos los paisanos, le surtían de viandas, bien de sus huertas, corrales, matanzas y de todo lo que a su alcance estaba para poder satisfacer al joven sacerdote que como ellos decían, estaba tan lejos de su familia. Él se volcaba con ellos en cualquier cosa que pudiesen necesitar y claro está su agradecimiento no tenía fin. Al joven párroco, lo que más le gustaba de su ministerio, era el acto de la confesión, era el momento en el que podía enterarse de todos los intríngulis del pueblo, de cómo funcionaban lo matrimonios, de las mozas solteras, unas con novio y otras enteras. El les daba buenos consejos a través de la celosía y les consolaba en lo que podía, hubo varias, que con el consuelo de la celosía no se conformaban, ya que dicho curita, presencialmente tampoco estaba de mal ver y él se lo sabía. Era consciente de las propiedades de cada habitante, de cómo marchaban económicamente y así él iba con dulzura sacando a cada uno todo lo que podía con la excusa de arreglos en el templo o ayudas a los más necesitados. Realmente lo hacía, pero siempre una buena cantidad de los generosos donativos, iban a parar a su bolsillo. Hubo por aquellas fechas, muchos embarazos, en mujeres casadas que confesaban con frecuencia, también de jóvenes solteras, que achacaban el encargo a los revolcones que con el novio tenían en el pajar. ¡Qué casualidad! En un pueblo tan pequeño, nunca se había producido un hecho semejante y al mismo tiempo ¿Qué había pasado para que todas se hubiesen preñado al tiempo? Cuando al confesonario se acercaban, claro está el curita les decía que lo que con él habían hecho, solo había sido para agradar al Señor y él les había bendecido de esa forma. Un buen día, el Nemesio, bruto donde los haya, fue siguiendo a la Dominga hasta la iglesia y colocándose detrás de una columna cercana al confesonario, escuchó lo que esta le comentaba al párroco. “Padre, que mi marido está mosqueao, que no se traga que el crio sea de él. Dice que él hace más tiempo que me ha montao y que la preñez es más reciente” “Pues hija arréglatelas como puedas, tienes que convencerlo, mira que nadie puede saber que es mío” y tú, por tu parte a callar eh. Si se descubre que soy yo el padre ¿qué dirían de ti en el pueblo? pasarías a ser una cualquiera, una buscona que has enredao al Sr. Cura y por tu buen nombre debes guardar el secreto. El Nemesio que era de oído fino y fuerte carácter, esperó oculto a que la Dominga marchase para casa y fue tras ella sin decir nada. Al llegar a la misma, la dio dos guantás y la llamó “perra, que te he estado escuchando en el confesonario y ya se la verdad de todo, me querías colocar el hijo del cura como fuese ¿no?, pues de eso nada, coge tus cosas y marcha de esta casa, que yo me las apañaré como sea con los zagales, pero que nadie sepa la deshonra que a esta casa has traído. La mujer cogió en un hatillo unas cuantas pertenencias y de noche salió del que fuera su hogar para no volver. Cuando los vecinos preguntaron por ella, el Nemesio dijo que había ido a visitar a una tía suya que andaba enferma. El tiempo iba pasando, y unas antes, otras después iban pariendo. Cuando la partera ayudaba y sacaba a los críos del vientre de sus madres, quedaba pasmada, como se podían parecer tanto entre ellos, siendo de familias tan distintas, no daba crédito a lo que estaba sucediendo, aunque prudente nunca decía nada. Cuando ya las madres podían sacar a sus niños a la calle y se veían con otras de las que acababan de parir, se miraban extrañadas y se decían para ellas mismas que parecido tenían los recién nacidos entre ellos. Claro está, ninguna decía nada, pues pensaban tendrá el mismo padre que el mío. Los meses avanzaban y el parecido de los niños cada vez era mayor. Un buen día, una de las madres solteras iba paseando con su novio y se cruzaron con el señor párroco. Este se paró muy amable a saludar y a dar la enhorabuena al padre, que no había visto hasta entonces. En ese momento, se quedó mirando fijamente al cura y después al niño, volvió a repetir la misma acción varias veces y de pronto, como si se hubiese vuelto loco de repente, se lanzó al cuello del cura con intención de estrangularlo. Consciente de que no debía hacerlo, se lió a mamporros con él y le dio todo lo que le vino en gana. El cura no rechistó, cuando pudo incorporarse se fue a su casa sin mediar palabra. Se corrió la voz por el pueblo a toda velocidad y los que estaban reticentes a creer que todos los hijos de esa época fuesen del cura, hicieron confesar a sus parejas, las cuales dijeron la verdad, que él señor párroco, tan bueno él, no sabían como había sucedido, conversaciones, que unas habían llevado a otras y así casi sin darse cuenta, todas habían quedado en cinta. Decidieron ir a la mañana siguiente a pedir explicaciones, o lo que fuese necesario al cura, pero oh sorpresa, cuando llegaron a la casa parroquial armados de palos hasta los dientes, tocaron a la puerta y nadie contestó, insistiendo y repitiéndose la misma operación, la empujaron hasta echarla abajo y del señor párroco no quedaba ni rastro, había desaparecido furtivamente de aquel pueblo llevándose todos sus enseres. Nunca más se supo de él aunque dieron parte a las autoridades tanto civiles como eclesiásticas. ¿Dónde habría ido a plantar sus semillas? PILAR MORENO 13 Diciembre 2014

martes, 9 de diciembre de 2014

AQUELLOS GRANOS DE CAFE

Una vez más afloran a mi mente recuerdos de hace muchos, muchos años. De la casa tan querida para mí y a la que ya en otras ocasiones me he referido, si la casa de mis abuelos maternos. Todo lo que allí había para mi persona eran tesoros, sobre todo lo que había visto manejar con sus manos a la abuela Pilar. Era su costumbre, madrugar para regar las macetas que colgaban del balcón del comedor, para que cuando comenzase a transitar el público, no les cayese ni una sola gota de agua. Para mí era una delicia ayudarle tomando agua del cubo con un pequeño jarro de porcelana y depositarla sobre la tierra de los tiestos, siempre me decía lo mismo, hija ten cuidado que si los encharcas mucho, chorrean y pueden mojar a las personas que pasen por la acera. Recuerdo muy bien aquellos tiestos, eran geranios, de varios colores, pero sobre todo rojos. También había gitanillas que colgaban por la barandilla cual si fueran guirnaldas. Creo que desde entonces para mí el tener geranios en casa es como una necesidad. Después me encantaba quedarme mirando el edificio que tenía de frente que era ni más ni menos que el “Mercado de Maravillas”, donde veía descargar los camiones, tanto de pescado, carne o frutas y hortalizas. Le recuerdo muy bien incluso hasta los nombres de los dependientes de los puestos. Terminada esa tarea, la abuela iba para la cocina y allí se disponía a preparar el desayuno, era todo un ritual. Bajaba del basar la cafetera de aluminio reluciente, después el molinillo del café y por último, del armarito de madera que hacía de despensa, sacaba el café en grano y se preparaba para molerlo ¿Por qué haces esto todos los días? Preguntaba yo con gran curiosidad. Mira hija es mejor moler el café en el momento antes de ponerlo a cocer, pues así pierde menos propiedades y tiene mejor sabor. Entonces era, cuando de un bote metálico bien cerrado, sacaba un paquete de café y con mucho cuidado iba vertiendo los granos en el molinillo. Era un recipiente cuadrado, con un cajón muy pequeño en la parte inferior a donde iba cayendo el café una vez molido y en la parte superior, había una especie de vaso invertido con una puertecita por donde se introducían los granos. Una vez lleno el pequeño recipiente, se cerraba aquella puerta y se procedía a dar vueltas a la manivela que tenía en la parte superior. Lo hacía con gran destreza y el café quedaba listo para hervirlo en la cafetera. ¿Abuela me dejas que yo lo haga? Si cariño, pero ten cuidado de que no se caiga el molinillo. Así contribuía yo a preparar el desayuno y esa fue otra de las muchas cosas que la abuela me enseñó. Después nos íbamos al comedor a desayunar, con el pan frito que ella también me había preparado. Todo lo que en aquella casa sucedía lo recuerdo con gran ternura, también como a su dueña. Ahora que soy abuela, comprendo lo que aquella mujer debió quererme. PILAR MORENO 5 Diciembre 2014

ENTRE LAS RUINAS

Cuenta la leyenda, que por el verano de 1937, en plena Guerra Civil Española, unos militares andaban inspeccionando el Castillo de Albalate de Tajuña o la Torre de Albalate, también así llamada, una fortificación en ruinas que se encuentra situada en el término minuicipal de Luzaga, provincia de Guadalajara, sobre un meandro del Rio Tajuña, en un lugar en donde hace muchísimos años, se situaba la aldea que le da nombre. Su estratégica posición controlaba el paso que discurre paralelo al Tajuña entre Luzaga y Cortes de Tajuña. Consta de una torre de pequeño tamaño de planta rectangular que podía medir en torno a los 25 mc. De superficie y dos pisos de alto. Alrededor de la torre se levantaba una barbacana para protección de la torre. Tras su derrumbe parcial en la primavera de 1936 solo quedan en pie tres paredes de un torreón, aunque se pueden apreciar los restos de los cimientos del recinto en las paredes verticales del cerro en el que se sitúa. Los militares anteriormente citados, mientras hacían su inspección, creyeron escuchar un lamento, pero era más que nada un imploro de baja intensidad. En primer lugar no prestaron mucha atención, podía ser el maullido de un gato en la lejanía, pero uno de ellos, no quedándose conforme, volvió sus pasos sobre los cascotes de las ruinas y fue cuando descubrió el dramático espectáculo. Una joven de no más de dieciocho años, acababa de dar a luz ella sola en aquel inhóspito lugar. Daba pena verla, el crio entre sus piernas llorando sin apenas fuerzas y ella gimiendo sin aliento para hacerlo. El soldado que se había quedado rezagado, gritó a sus compañeros para que le ayudasen a dar auxilio a aquella pobre mujer. Con voz muy queda, cuando lograron acercarse todos a su lado, les pidió que se ocupasen de su hijo. Ellos cortaron el cordón umbilical que todavía le unía a ella, le arroparon con las faldas de la madre, ya que a ella no le volverían a hacer falta, ya que estaba desangrándose y no tenían medios de poder ayudarla, simplemente quedarse a su lado, para que al dar el paso al otro mundo no se encontrase sola. El pequeño fue llevado en brazos todo lo más rápido que pudieron a la población más cercana en donde se lo entregaron al alcalde para que pudiese hacerse cargo de su crianza y educación. Nunca volvieron a saber nada de él. PILAR MORENO 25 Noviembre 2014