Habiendo cumplido los dieciocho años, mi mayor ilusión era tener carne de conducir y un día fui con mi prima para apuntarme en una academia y ella pudo hacerlo y a mi me rechazaron por no tener hecho el Servicio Social. Menudo rebote pillé.
De
inmediato busqué donde podía hacer dicho servicio y tuve que hacerlo en horario
nocturno ya que, al estar trabajando, no me era posible hacerlo interna o por
el día. Lo terminé con buena nota.
Una
vez terminado este requisito para poder obtener el carné, dije en casa que
volvía a la autoescuela y entonces mi padre se negó en rotundo alegando que el
me enseñaría. No conseguí estar con él en el coche ni media hora cada vez que
intentaba que me diese alguna clase, enseguida tiraba de freno de mano, en
cuanto no le gustaba alguna cosa que había hecho. Terminé por desistir, el
alegaba que era muy nerviosa y no valía para llevar un coche.
Enseguida
me casé y yo seguía con mi ilusión, pero mi marido me decía que necesidad tenía
yo de complicarme la vida, el me llevaría a donde quisiera ir. Esto nunca
sucedió, trabajaba muchas horas y yo tenía el metro a la puerta de casa. Fueron
pasando los años y seguíamos igual.
Mi
padre ya no estaba que era quien me transportaba cuando lo necesitaba, dado que
los niños todavía eran pequeños. Los años seguían pasando. Un día me ofrecieron
vender unas cosas de bisutería y acepté la oferta. Se me dieron bien las ventas de aquellos
artículos y el dinero que me reportaba, lo fui guardando y cuando consideré que
ya tenía suficiente, sin decir nada una mañana me presenté en la autoescuela,
pagué la matricula y comencé las clases. Cuando en casa lo dije mi marido me
dijo que era un capricho tonto, el estaba ahí y ya mi hijo mayor lo iba a
sacar, no me haría ninguna falta. En efecto mi hijo también acudió a la misma
autoescuela y nos presentamos los dos juntos al examen. Lo sacamos a la primera.
El
tener ya el carné, nos permitió venirnos a vivir a Villalba, donde teníamos la
casa desde que nació el pequeño, pero era solo de vacaciones. A mí me dio una
independencia que nunca había tenido. Por otro lado, mi esposo comenzó a tener
problemas con la vista y ya no quería coger el coche y era yo la que lo
transportaba a todos los sitios.
En
muchísimas ocasiones le decía que gracias a mi cabezonería podía hacer lo que
estaba haciendo y sobre todo que me lo había ganado con mi esfuerzo, que no
tenía que agradecérselo ni a él ni a nadie.
Como
gracias a Dios no me hacía falta el dinero, una vez que obtuve el carné, dejé
las ventas. Estas solo me habían servido para conseguir mi propósito.
PILAR
MORENO 5 febrero 2024