sábado, 30 de noviembre de 2019

CONOCER LA PLAYA




          Cuadros es un pequeño pueblo de trescientos habitantes en la provincia de León. Allí la juventud se aburría como autenticas ostras, todos se conocían y cualquier cosa que hiciesen unos u otras se sabía por todo el territorio, no podían hacer nada fuera de lo que toda la vida habían hecho sus padres, abuelos y demás ancestros. En verano que es cuando los chicos se animaban un poco más, ya que el invierno era sumamente frío, lo más que hacían para distraerse era ir a las horas centrales del día a darse un baño al rio Bernesga que pasaba por el pueblo.
          La mayoría de ellos jamás habían salido de allí salvo para ir a estudiar a La Robla que era el instituto más cercano y una vez terminado este ciclo, si querían ampliar sus estudios, ya deberían desplazarse hasta Madrid o Salamanca para cursar estudios en la universidad.
          Eva María, era hija de unos labriegos que le habían dado los estudios indispensables pero que sus caudales no les permitían poder enviarla a la universidad como a ella le hubiese gustado. Tampoco había salido jamás del pueblo y la verdad es que estaba bastante harta de todo aquello. Pensaba para sus adentros que porvenir le esperaba. Trabajar el campo como sus padres y sus dos hermanos mayores, era la única chica, o casarse con alguno de aquellos chicos de su edad que también se dedicaban a lo mismo. Ella tenía otras aspiraciones.
          Después de pensarlo mucho tiempo, Eva María se fue buscando el sol en la playa, con su maleta de piel y su bikini de rayas. Se dirigió al autobús que la conduciría a León capital y desde allí, tomaría un tren que le condujese hasta la provincia de Alicante. Ella había escuchado hablar de las playas, del sol, de los extranjeros que por esos pueblos habitaban y pensó que allí podría encontrar un trabajo que le permitiese prosperar, salir de aquella pobreza en la que siempre había vivido en su pueblo natal.
          Cuando llegó a Alicante, sus ojos se abrieron desmesuradamente, no podía creer lo que estaba viendo. Era el mar, por fin el mar, ese mar con el que tanto había soñado y que pensaba nunca conocería, despacio caminando por la playa, fue preguntando a unos y otros donde podría alojarse, un lugar que le permitiese dejar sus pertenencias en lo que buscaba un trabajo digno.
Enseguida encontró una cafetería en la que buscaban camarera para el mostrador y aunque el sueldo no era grande le daban una habitación donde alojarse. Sin pensarlo dos veces acepto el empleo, era un buen comienzo, de entrada, no dormiría al raso y además podría ir ganando un dinerito, el cual ahorraría ya que allí además del alojamiento, también la mantenían, con lo que no tendría que hacer ningún desembolso de su sueldo.
Allí pasó unos meses y debido a su buen hacer, el dueño de la cafetería, la llevó a trabajar a un restaurante que tenía de su propiedad, en el que la colocó como metre, para ella cambiaron muchísimo las cosas. Ella ya no debía tener el uniforme de camarera, solo debía ir bastante arreglada el sueldo

también le fue subido considerablemente. Seguían dándole alojamiento en el edificio del restaurante y por las tardes una vez terminadas las comidas y hasta la hora de las cenas, disponía de tiempo libre lo cual le permitía ir a la playa que tanto le gustaba. Allí se daba unos buenos baños y después tumbada en la arena, se permitía soñar, soñar con lo que un día sería su futuro.
Demostró ser una mujer lanzada y con arrestos que, si un día no hubiese tomado aquella decisión, nunca hubiese conocido ni tan siquiera la playa. En esta vida no hay que apocarse por nada. Las decisiones hay que tomarlas en el momento preciso.

PILAR MORENO    30 noviembre 2019
         
         
 

miércoles, 13 de noviembre de 2019

UNA ESTACIÓN DE TREN CUALQUIERA




          Las estaciones de tren son lugares a los que acuden muchísima gente, unos para tomar uno de ellos para que los dirija a su destino, unos por trabajo, otros por divertimento, otros acuden a despedir a parientes que por distintas circunstancias han de marchar lejos de su entorno sea por poco o mucho tiempo, por lo cual es muy frecuente ver lágrimas de tristeza y congoja.
          No olvidemos esas imágenes que tantas veces hemos visto de soldados que marchan a la guerra y que son despedidos por sus madres, novias, esposas o hijos, son de lo más triste que uno pueda ver pues, esas despedidas encierran además la incógnita de si se volverán a ver o nunca más regresarán.
          El caso que nos ocupa no es menos penoso, se trata de una joven rubia de larga melena, la cual acudió a despedir a su amado. Se besaron apasionadamente y éste le dijo, no me llores, volveré antes que de los sauces caigan las hojas.
          Ella pasados unos días acudió a la estación se sentó en un banco meneando su abanico, vestía su vestido de domingo, sus zapatos de tacón y su bolso de piel marrón. Sus ojos se ponían a brillar cada vez que un tren silbaba a lo lejos, los veía llegar y sus pasajeros para ella parecían muñecos. Todos los que la conocían decían que cuando se fue su amante se le paró el reloj infantil, pobre infeliz, se le marchitó en su cuerpo hasta la última flor, para ella ya no hay ni un sauce en la calle mayor.
          Pasó tanto tiempo que ella ya no distinguía a nadie, de pronto aquel viajante volvió y la encontró sentada en aquel banco verde en la estación. Corrió hacia ella y gritó “PENELOPE”, pero ella lo miró con cara extraña y le dijo tu no eres quien yo espero. Siguió sentada en su banco mirando a lo lejos, había pasado tanto tiempo que se había olvidado de su rostro y de su voz. Tenía en su mente un vago recuerdo de a quien tanto había amado, pero los caprichos del destino habían hecho que su cabeza hubiese forjado otra imagen.
          De ahí viene que los muchachos del pueblo que también la conocía la llamasen loca, pero ahora eso no viene al caso eso es otra historia.

          PILAR MORENO 13 noviembre 2019
                   


sábado, 2 de noviembre de 2019

JUANA LOBATO


    

Aquella tarde, cuando Juana salió de trabajar, se había levantado una gran ventisca, había quedado con su novio Mario en esperarlo en la Puerta del Sol, debían hacer unas compras ya que estaban preparando su próximo enlace y la casa todavía carecía de cosas importantes.
Juana llevaba un vestido de amplio vuelo que con aquel horrible aire necesitaba sujetarlo con fuerza con ambas manos y aún así se levantaba con gran facilidad. Mario, de pronto al subir las escaleras del suburbano, vio con gran estupor el mal rato que Juana estaba pasando al no poder sujetar su falda todo lo que ella quería. Se abalanzó sobre ella y tomándola por la espalda hizo que al menos la parte trasera del vestido no se levantase y así ella podría con sus manos y el bolso sujetar la parte delantera de aquel vestido. Que fastidio, ella casi siempre llevaba faldas de tubo como se llevaban en la época, pero aquel día se había acicalado un poco más y decidió ponerse aquel vestido que su madre le había confeccionado.
Llegaron con dificultad por el aire y el aguacero que comenzó a caer hasta Galerías Preciados, grandes almacenes en donde se podía adquirir de todo para el hogar. Una vez dentro, se sacudieron el agua que les había mojado y comenzaron la visita a los diferentes departamentos de los que necesitaban proveerse de cosas para su futura casa. Pasaron allí varias horas y adquirieron todo lo que precisaban.
Al terminar las compras, salieron a la calle y cuál fue su sorpresa al ver que la lluvia y la ventisca se había terminado y lucía un cielo azul que auguraba que el resto de la tarde iba a ser espléndida.
Caminaron otra vez hacia la Puerta del Sol y viendo la tarde tan deliciosa que se había quedado, se dirigieron calle Mayor adelante para llegar hasta Palacio Real y disfrutar de un maravilloso paseo por los Jardines de Sabatini, que eran y son unos jardines emblemáticos de Madrid, donde continuaban comentando sus cosas y descubriendo que cada día estaban más enamorados. Fueron de esas parejas de la época que estaban convencidas de que su amor sería para siempre.

PILAR MORENO  2 noviembre 2019