domingo, 27 de enero de 2019

LA TIERRA DE ENMEDIO




En el centro del estrecho de Bering, se hallan dos islotes situados entre América y Asia, llamados islas Diomedes. Una más grande que otra llamada Diomedes la mayor y la otra Diomedes la menor, aunque en el idioma esquimal se llaman Imaliqliq e Inaliq. Están entre las penínsulas de Serward en Alaska y Chukotka en Rusia. En el tratado de 1867 que reguló la venta de Alaska a Estados Unidos por parte de Rusia se especificaba que la frontera entre los dos países transcurriría de norte a sur equidistante de las dos islas hasta perderse en los océanos Pacífico y Ártico. En el momento de la división, como suele suceder en estos casos, algunas familias quedaron separadas por la nueva frontera, lo que, de todas maneras, no supuso demasiado problema puesto que el tránsito de personas a través del estrecho brazo de mar entre las islas siguió siendo tolerado. Hasta que llegó la Guerra Fría.
Después de la II Guerra Mundial el cruce de la frontera marítima quedó prohibido. Los dos pequeños pedazos de tierra (la Diómedes pequeña tiene poco más de siete kilómetros cuadrados de superficie, por 29 de su hermana mayor) quedaron aislados el uno del otro, convertidos en los puntales de dos potencias inmensas y enfrentadas. La URSS trasladó a los habitantes de la Diómedes mayor al continente y repobló Ratmanov (nombre de la isla en ruso) con un pequeño destacamento militar, mientras que en la isla menor permaneció el pueblo de Diómede, que en la actualidad cuenta con 150 habitantes. Muchos parientes se perdieron de vista y nunca volvieron a verse debido al traslado y al cierre de la frontera, aunque según la propaganda soviética los habitantes de la isla mayor intentaron convencer a sus parientes de la isla menor para que desertaran y se fueran con ellos. Uno de los casos más famosos de cruce de una isla a otra lo protagonizó en 1987 la norteamericana Lynne Cox, que cruzó a nado los cuatro kilómetros de aguas abiertas que separan las dos islas, en un intento por rebajar las tensiones de la guerra fría, y cuyo éxito fue celebrado tanto por Gorbachov como por el entonces presidente Ronald Reagan.
Las condiciones climáticas de la isla no son lo que se dice tropicales, algo habitual al norte del paralelo 60. Para llegar a las Diómedes no existe transporte regular; con las aguas libres de hielo sólo durante el verano, vientos huracanados todo el año y una orografía que hace imposible construir una pista de cualquier tipo, la única manera de llegar a la isla de forma segura es en helicóptero. De hecho, así llega el correo, que se deposita una vez por semana en la localidad.
Entre ambas islas no sólo pasa la frontera entre Rusia y EE.UU. La línea internacional de cambio de fecha también se encuentra entre ellas, de manera que desde la Diómedes menor miran al “mañana”, y desde Rusia, al “ayer”. La diferencia horaria entre ambas es de 21 horas, de manera que cuando en el lado ruso son las doce del mediodía, cuatro kilómetros al este son las tres de la tarde del día anterior. En realidad, como es lógico, la hora solar en ambas islas es exactamente la misma, situadas como están al este del meridiano 180. En invierno, cuando el mar se congela, las dos islas quedan unidas por el hielo, y ese trozo de océano se convierte en el único lugar del mundo en el que se puede cruzar de ayer a hoy o de hoy a mañana… a pie.
Como soñar es gratis, a lo largo de los años se han realizado varias propuestas para unir las dos islas con sus respectivos continentes, para construir un puente o un túnel intercontinental que conectaría América con Asia, y de paso con Europa y África. También habría que construir las carreteras que llevarían hasta allí, por otro lado. La primera propuesta, de hecho, partió del ingeniero que diseñó el Golden Gate, a finales del siglo XIX, pero el Imperio Ruso rechazó la idea. El coste de todas las obras necesarias para unir América y Asia podría multiplicar por mucho cualquier obra de ingeniería realizada hasta el momento, por lo que hasta ahora ninguna de las propuestas ha pasado de ser una idea muy atractiva. Quizá a lo largo de este siglo lo veamos. Hasta entonces las dos Diomedes estarán tan cerca y tan lejos como dos continentes distintos.
Este verano en Uelen, donde Rusia ya casi no es Rusia y el verano tampoco lo parece, Etta Tall, natural de Alaska, caminaba con un libro en la mano. Buscaba sus raíces, descendientes de familiares que cayeron al otro lado del muro con el inicio de la Guerra Fría. Creyó encontrar a uno de ellos en Stanislav Nuteventin, maestro tallador, una copia casi idéntica de su tío. Había escuchado hablar de su viaje y se acercó a indagar. Hablaba un mínimo de inglés, muy poco. Etta nada de ruso. Ninguno de los dos recordaba el dialecto local del iñupiaq de las Islas Diómedes, la lengua de los esquimales de Alaska que debían haber aprendido de jóvenes. Etta terminó la conversación frustrada, se encerró en una sala vacía y se echó a llorar. “Ellos no me entienden, yo no les entiendo. Duele, porque he perdido mi lengua”.


Diciembre. Evgenii Bogorevich prepara la Nochevieja. Vive en China y le sorprende que un comentario suyo en un blog recóndito haya desembocado en una conversación con un periodista español. Es el hijo de una enfermera y de un minero de la industria del oro. Se crió en Mys Shmidta, apenas un asentamiento de la remota región rusa de Chukotka situado frente a la isla de Wrangle, el mayor criadero de osos polares del mundo. Su última noche del año ideal es, probablemente, bastante más estrambótica de lo que usted pueda imaginar, multiplicada por mil. No incluye porras, uvas ni cotillón.

“Mi sueño es celebrar el Año Nuevo dos veces en el mismo sitio. Primero lo haría en Ratmanov, bebiendo vodka, tomando caviar y viendo programas de televisión en los que salga Vladimir Putin. Después cruzaría a Little Diomede, al día y al año pasado. Comería hamburguesas y perritos calientes, bebería cerveza y vería al presidente americano en la tele. Sería el mejor plan de mi vida”.

Un plan imposible en la práctica, pero perfectamente viable en teoría. Sólo le harían falta sus piernas y cerca de 45 minutos de caminata. El estrecho de Bering hace honor a su nombre en los puntos a los que se refiere Evgenii: Ratmanov y Kruzhenstern, para los rusos; Big Diomede y Little Diomede, para los americanos. Las islas del ayer y del mañana. Aquí sí: la última frontera.
Mirar de costa a costa es viajar en el tiempo: entre ambas islas discurre la Línea Internacional del Cambio de Fecha y las separan 21 horas
Tradicionalmente, ambos peñascos en mitad del mar de Bering formaron el conjunto de las Islas Diómedes. Físicamente les separan 3,8 kilómetros, que a nivel geopolítico y social son sin embargo un muro insalvable. Entre las islas discurre gran parte del año una capa de hielo rocoso, pero también la Línea Internacional del Cambio de Fecha. Mirar de costa a costa es viajar en el tiempo: hay 21 horas de diferencia entre ambos territorios. Rusia mira al este y ve el pasado. Estados Unidos contempla el oeste admirando el futuro. Este sábado, cuando salga el sol en las Islas Diómedes, serán las 12:36 del 31 de diciembre en la isla norteamericana, pero las 09:36 del 1 de enero en la rusa.

Aquí las dos grandes potencias mundiales se dan, a la vez, la mano y la espalda. Aquí, donde se acaban los mapas y el mundo, se construyó en 1948 el casi ignorado Telón de Hielo.
Hasta entonces, Big y Little Diomede eran parte de un todo. Sus habitantes se movían de un lado al otro con total libertad, a pie o en barca. Celebraban sus fiestas juntos y muchas familias tenían a sus miembros repartidos entre ambos islotes. Rocosos, escarpados, realmente adversos para la vida humana. Nunca los habitaron más de 400 personas, en conjunto. La resaca de la Segunda Guerra Mundial cambió eso. Los rusos comenzaron a apresar a los inuits que cruzaban la frontera, situada oficialmente a un kilómetro de la isla menor. Disparaban como advertencia. Llegado el momento, tomaron una decisión que mantienen hasta hoy: despoblaron la isla y se llevaron a sus habitantes a la Rusia continental. A Naukan, principalmente, una población hoy abandonada. En la isla mantuvieron una base militar de la patrulla de fronteras que hoy habitan, dependiendo de la temporada, hasta 15 agentes.
Lo único que pueden vigilar es la localidad de Diomede, en la isla hermana, que ahí sigue porque Estados Unidos nunca la deshabitó. Su censo fluctúa, pero aún se mantiene por encima de la centena. Un milagro que sobrevive en el rincón más inaccesible de la sociedad occidental.
Según el último censo, resisten en Diomede 115 personas. 106 inuits, 5 blancos y cuatro personas de dos o más razas. Los blancos son voluntarios y profesores, llegados de la América continental para dar clase en el colegio local, eje de la vida social de esta comunidad. Hay en total nueve maestros que permiten un ratio privilegiado, menos de 3 alumnos por tutor. Se encargan también de todo lo demás: las clases de baile esquimo tradicional, los talleres de costura, el gimnasio y las noches de cine. La película es gratis, pero la bolsa de palomitas cuesta un dólar. Rellenarla, 25 centavos. Dormir en el colegio, a la sazón también el único hotel de la isla, es más caro. 70 dólares la noche, con derecho a cama, sábanas, toallas, vajilla y agua potable.

Consejo Tribal contra la plaga del alcoholismo
En Little Diomede el gobierno lo ejerce un Consejo Tribal que se reúne un par de veces al año. No hay policía, porque no hay espacio para construir una casa para él y porque los locales no quieren detener a sus familiares. Tampoco hay patrulla fronteriza, celdas, ni debería haber borrachos alborotadores. El plan de Evgenii tiene una falla: la compra, venta, posesión, fabricación e importación de alcohol está prohibida en el pueblo desde el 25 de agosto de 1978, para intentar evitar el problema que asola su Chukotka natal: “Es la región de Rusia con más alcohólicos. Es legal comprar o vender alcohol, incluso alcohol puro y a los nativos”.
Diomede es una comunidad seca desde 1978, pero el alcoholismo sigue siendo uno de sus grandes retos
En Diomede, como en tantas otras poblaciones nativas de Alaska que así lo han decidido, no lo es. Lo dejaba claro en 1999 Dorothy Haller, entonces autoridad en la isla, cuando un grupo de viajeros fantaseaba con pasar allí el Año Nuevo y juguetear con el tiempo durante el cambio de milenio. En vez de cerveza, como Evgenii, planeaban llevar champagne. “Tendré que multarles y no me gustaría hacerlo”, avisaba Haller con tono severo en un artículo del LA Times que recogía la anécdota, tras la que se esconde una guerra institucional y un drama. El contrabando y la destilación casera es común. Los suicidios y la violencia doméstica son una plaga.
Los estragos que el alcohol provoca en las sociedades que conviven a ambos lados del estrecho son una coincidencia entre tantas. En Diomede, como en Chukotka, los productos básicos (carne, huevos, fruta, vegetales) son grotescamente caros o directamente no existen y lo excepcional es muy barato. Es el caso del caviar, el oso polar o la carne de ballena. Ambas regiones figuran entre las pocas excepciones mundiales en las que la Comisión Ballenera Internacional (CBI) permite la caza de subsistencia. También ambos lugares son casi inaccesibles.
A Chukotka, además de andando si lo permite el hielo, sólo se llega en avión, con vuelos de 9 horas desde Moscú o en charters privados desde Alaska, con pasaporte en regla, visado ruso y un permiso especial de acceso a zona fronteriza, que sólo se concede bajo invitación o demostrando residencia habitual. Menos de 1.000 personas visitan la región al año. Para llegar a Diomede hace falta alcanzar primero Nome, y desde ahí tomar un helicóptero durante aproximadamente una hora, previa autorización del Consejo Tribal.
Entrar y salir de la isla cuesta 400 euros a los locales. Antes de 2012, se accedía en el helicóptero del correo
Desde 2012, el Gobierno norteamericano subvenciona estos vuelos para que a los locales sólo les cueste cerca de 400 euros el trayecto de ida y vuelta, que se realiza tres veces al mes. Antes de 2012, básicamente, sólo se podía salir y entrar de la isla pagando una plaza en el helicóptero federal que lleva el correo cada miércoles. Un reparto, por cierto, que representa el contrato de servicio postal más antiguo de los Estados Unidos, el único que se realiza por este medio de transporte y también el más caro.
En caso de emergencia médica, hasta ese año estaba prevista la evacuación de los enfermos, pero no su regreso. Lo narra con crudeza el Plan de Desarrollo Económico firmado entonces por la ONG Kawerak, puntal del progreso en la zona: “Los pacientes se quedan atrapados en el continente si no pueden permitirse un vuelo de regreso. Se han dado casos de personas cruzando el estrecho en pequeñas barcas para regresar a Diomede con sus familias. A otros no se les ha vuelto a ver”.
Así, en barca, llegó a la isla Meredith Beck en agosto de 2010. “La compañía de helicópteros no transportaba pasajeros entonces y el viaje desde Nome duró 17 horas”, recuerda ahora esta profesora de Chattanooga (Tennessee), que acabó dando clase durante un año en una isla norteamericana más cercana a Pekín que a su propio hogar. “Buscaba una aventura”, resume, y la encontró. Pero también una sociedad ciertamente alejada de su idea preconcebida.
Cazar morsas y osos polares lleva su tiempo, pero en muchos aspectos son americanos normales que quieren ver la television o jugar al último videojuego”
“Al ser un lugar tan remoto, esperaba una comunidad más primitiva o más firmemente apegada a sus valores y tradiciones”, rememora antes de describir con lo que de verdad se topó. Subsistencia prehistórica y globalización tecnológica, todo a 40 grados bajo cero y bañado en alcohol furtivo y casero. Oro para guionistas de Black Mirror: “Mucha gente se aburre. No hay demasiados trabajos en la isla, por lo que tienen que matar el tiempo con otras cosas. Cazar, limpiar y cocinar cangrejos, morsas y osos polares lleva su tiempo, desde luego, pero en muchos aspectos son americanos normales que quieren ver el programa estrella de la televisión o jugar al último videojuego”.
Cuando Etta Tall creció en la isla, en los años 70, el único complemento a la caza era jugar en el hielo, más robusto entonces que hoy. Curiosear con el espacio-tiempo y con la paciencia de los guardas rusos. Un pie en el hoy, un pie en el mañana. Trataba de acercarse a la gran isla que nunca pudo pisar. “Siempre quise ir allí, tocarla, comprobar por qué amaba tanto aquel lugar”, le contaba este verano a Kirsten Swann, la periodista del Alaska Dispatch News que acompañó a Etta en su viaje a Rusia, organizado por la agencia Circumpolar Expeditions como parte de una estrategia vital para derretir el Telón de Hielo definitivamente: reunir a las familias separadas.
Su abuelo, Michael Francis Kazingnuk, fue el autor, en inglés, de la memoria manuscrita de las islas que acompañó su travesía. También uno de los últimos inuit en cruzar la frontera cuando no era más que papel mojado. Nacido en Big Diomede, Rusia, en 1899, murió en Little Diomede, Estados Unidos, en 1964. Pero no toda su familia recorrió esos 4 kilómetros que separaron potencias, años y destinos.
Etta emprendió su camino en 2016 para recuperar a los que quedaron atrás, con apenas un par de fotos antiguas y un par de nombres en la cabeza que recordaba haber escuchado a sus padres. “El viaje fue agridulce en muchos sentidos, nunca encontró algunas de las cosas que buscaba”, admite Kirsten desde Anchorage, pero… “Creo que regresó satisfecha. Pudo ver la tierra de sus familiares con sus propios ojos, y a menudo me decía que se sentía contenta porque ya no tendría que hacerse más preguntas”.
La gente comparte un alejamiento de las instituciones políticas y un sentimiento de parentesco con el resto de los pueblos circumpolares”
A lo largo de la expedición, tanto Kirsten como Etta sólo encontraron casas abiertas, ansias de ayudar y una detención por parte de la policía fronteriza que terminó con el guarda comparando sus tatuajes con los de la periodista norteamericana. “Pese a la larga separación física y la división política, las similitudes son incontables”, asegura Kirsten: “La gente, tanto en Alaska como en Chukotka, comparte una sensación de alejamiento de las instituciones políticas y un sentimiento de parentesco con el resto de los pueblos de la región circumpolar”.
Aunque no les pudo entender, Etta sí sintió que estaba entre los suyos. De pronto perdieron importancia los disparos de advertencia, la frontera imaginaria, las 21 horas, y la ganó todo el muro de una lengua casi olvidada a un lado y al otro del Telón, cada vez más derretido por el cambio climático y la aviación comercial, pero cada vez más vivo.
“Los niños hablan un inglés muy básico y conocen un par de palabras y frases del iñupiaq. Mientras yo estaba allí, el distrito escolar del estrecho de Bering no tenía un plan específico de enseñanza del dialecto”, relata Meredith, que enseñó en la isla escritura, lectura y estudios sociales. El muro crece con el tiempo y el olvido. El antes mencionado documento de la ONG Kawerak es definitivo: “Cuando los ancianos de la isla mueran, su lengua desaparecerá salvo que se tomen medidas. Entre ocho y diez personas en Diomede hablan su dialecto tradicional. Sólo dos pueden leerlo y escribirlo. No está documentado en ningún sitio”.

PILAR MORENO




EL CUCHILLO ENCIMA DE LA PUERTA




       Señor Pepe, señor Pepe, venga que aquí hay un cadáver.
¿Cómo que hay un cadáver?
El señor Pepe, todo asustado, salió corriendo de su chiscón de portero y se apresuró a subir la escalera corriendo hasta el segundo piso que era de donde lo reclamaban. Era Lucía la hija de los dueños de aquel piso, que mientras estaban de vacaciones, habían encargado hacer unas obras en el mismo.
Lucía se presentó en su casa a demanda de sus progenitores para ver como iba quedando la reforma que habían encargado a una casa que se dedicaba a tales menesteres.
Al entrar en la vivienda, Lucía fue pasando habitación por habitación, para ver si todo estaba de su gusto y así poder informar a sus padres. El baño azul, había quedado de cine, pensó para ella, el rosa que era el suyo, era de ensueño, se imaginaba en aquella bañera llena de espuma y la toalla enrollada en la cabeza como tantas veces había visto en las películas, el de la habitación de sus padres como era de esperar, habían puesto una combinación de verde y beige que era una maravilla, muy señorial claro estaba y el aseo de servicio, también era muy bonito, un color lila muy suave contrastando con el blanco de los sanitarios.
Se dirigió a la cocina y realmente le pareció maravillosa, con lo grande que era, la cocinera se sentiría como la mejor chef del mundo guisando en aquella isla que contenía de todo. Todo era increíble, podría informar a sus padres con todo detalle de lo que le había gustado, seguiría pasando por allí hasta que ellos volviesen de su veraneo, para deleitarse con aquellas vistas.
Le quedaba por ver la terraza y el amplio salón y rauda fue a verlo. De pronto, detrás de la puerta de este, vio un hombre tirado en el suelo, envuelto en un charco de sangre, con un cuchillo clavado en el cuello.
El señor Pepe, entró en la vivienda casi sin resuello. Había trepado la escalera de dos en dos y ya no tenía edad para eso.
       ¿Qué pasa señorita Lucía?
       ¡¡¡Mire aquí hay un cadáver!!!
       Dios bendito, es uno de los pintores.
       No toque nada, hay que llamar a la policía. ¿quién habrá podido hacerlo?
       Ay señor Pepe, que disgusto, cuando se lo cuente a mis padres.
       Señorita, si me hace caso, de momento no les diga nada, su mamá seguro que no querría volver a vivir en esta casa si lo descubriese.
Cuando llegó la policía, comenzaron las preguntas, ¿Quién más había en aquel piso? ¿Cómo había sucedido? Mientras estaban interrogándoles, entró por la puerta del salón un hombre de gran estatura, gordo y colorado con un puro en la boca.
       Coño, ¿Qué pasa aquí? Ostias el Marcelo, pero… ¿qué le ha pasao? ¿Dios quien ha hecho eso? Ay madre, si ese es el cuchillo con el que yo rasco los bordes de arriba de las puertas y cuando me he ido a comer lo he dejado justo encima de esa, seguro que se le ha caído encima al Marcelo.
Comenzaron a interrogarle a él también y después de mucho rato, llegó el juez a levantar el cadáver y viendo la situación dijo que aquello había sido un accidente con mala suerte, estaba claro que aquel hombre con cara bonachona no había tenido la intención de matar a su compañero ni mucho menos. Había circunstancias en las que se torcían las cosas sin uno quererlo.
Lucía y el señor Pepe, estuvieron de acuerdo en no decir nada a los dueños del piso, pues en realidad había sido todo producto de mala suerte y la sangre del suelo, como había que acuchillar la tarima, ni se notaría nada, para que disgustar a aquel matrimonio que llevaba toda su vida habitando felizmente en aquella casa.


                                  PILAR MORENO 17 enero 2019


miércoles, 9 de enero de 2019

UNA MUERTE POR ÉXITO (LA MUERTE DEL DOCTOR PEETER)




       Peeter, después de terminada su carrera en la Sorbona de París, comenzó sus prácticas como investigador en EE.UU. Era un enamorado de su carrera y tenía muy claro que quería dedicarse a que sus investigaciones fuesen dirigidas a la curación del cáncer.
       Esa maldita enfermedad que a tantas personas se llevaba por delante y que no respeta la edad de la persona en que se adentra. Así lo hizo, comenzó a investigar duramente, para él era un reto el dar cuanto antes con un fármaco que, si no curase en su totalidad la enfermedad, al menos la frenase y diese al paciente una calidad de vida digna, que pudiese hacer una vida casi normal y los padecimientos fuesen escasos.
       Consiguió fabricar un medicamento, que después de muchos ensayos en animales, pudo pasar a experimentar con humanos. Se trataba de una sola inyección cada cierto tiempo y unos comprimidos diarios a los que el se refería como las defensas. Comenzó a resultar casi milagroso. Todos los enfermos a los que se les comenzó a aplicar aquella terapia resurgían como el Ave Fénix de entre las cenizas.
       Los había de distintos sitios en los que la enfermedad estaba anclada, había mujeres con el mal en las mamas, otros eran de colon, otros de pulmón también los había de estómago y a cada uno le iba aplicando la medicina según cada día diesen sus parámetros y sus analíticas. Siempre era la misma forma de actuar, pero las cantidades debían estar muy medidas, era muy peligroso pasarse o quizás quedarse corto en el tratamiento, todo era el bien estar del paciente.
       Todos sus enfermos estaban muy agradecidos pues, después de haber pasado por la quimioterapia y la radioterapia, aquel tratamiento en poco tiempo les había hecho florecer, tenían alegría ganas de vivir y en lugar de cuando les tocaba acudir al hospital a que les aplicasen aquella medicina, ir tristes o preocupados, lo hacían al contrario deseosos. Sabían que aquello les proporcionaba más vitalidad y más tiempo junto a sus seres queridos. Incluso entre los mismos enfermos, habían hecho amistad, se contaban sus progresos, como les había ido en el tiempo en que no se habían visto. Eran ya casi como una familia.
       Había algunos que llevaban un año, otros dos, otros tres y había que escucharles las alabanzas hacía el doctor Peeter y su descubrimiento. Pero… como en todas las cosas de este perro mundo, nada es para siempre, comenzaron a faltar a la cita, un día uno de un grupo, en la siguiente otro de otro grupo, cuando sus amigos preguntaban por el o ellas, los sanitarios, siempre ponían escusas como, le hemos dado vacaciones, está enfermo con catarro, ya pronto volverá, pero no volvía.
       Los que comenzaron a faltar, eran los que más tiempo llevaban con el tratamiento, estaba claro aquello no era la salvación, simplemente les alargaba la vida y le hacía vivirla plenamente pensando en que ya estaban prácticamente curados y realmente algunos, sobre todo los de pulmón habían tenido unos éxitos maravillosos, según las prueban que muy a menudo les hacían les había desaparecido por completo de su cuerpo, pero habían de seguir aplicando el tratamiento para que no hubiese vuelta a atrás.
       Un día uno de los pacientes, comenzó a sentirse mareado y a decir que no podía fijar bien la vista, entonces fue cuando al volver a hacer pruebas, descubrieron que el bichito había trepado hasta el cerebro de aquel hombre y sin poder hacer nada en muy pocos días falleció.
       Peeter después de aquel suceso, se vino abajo, era un fracaso para él, estaba convencido de que podría salvarlos a todos y darles una larga vida, pero no fue así. Entró en una gran depresión, todos sus colegas trataban de animarle y decirle que la vida seguía y él era un magnifico investigador y que seguiría descubriendo beneficios para la humanidad en ese campo, pero él no se reponía, se culpaba de la muerte de aquel hombre y de otros que le precedieron, sin darles tiempo a reaccionar ni a tener un antídoto para si ocurría algo así poder resolverlo.
       Una mañana, cuando los auxiliares llegaron al hospital, se dirigieron al laboratorio como de costumbre, que es donde él solía estar y allí cambiaban impresiones, pero esa mañana, en efecto estaba allí, pero solo su cuerpo colgado de una viga. El no había podido soportar la presión a que se vio sometido, pensando que las muertes se iban a ir sucediendo paulativamente.
       MUCHAS VECES NOS DEJAMOS LLEVAR POR EL ÉXITO, PERO ESTE ES EFIMERO, NO SIEMPRE DURA DE POR VIDA Y HAY QUE SABER ASUMIRLO.

                                   PILAR MORENO 9 enero 2019
      

martes, 8 de enero de 2019

CITA EN EL CANTOBAR




       Malasaña es un barrio muy popular de Madrid, la mayoría de los comercios que en tiempos existían, han cerrado sus puertas y han dado paso a numerosos pubs, mini salas de conciertos y canto bares.
       El canto bar, es un local en el cual artistas que comienzan su andadura, como cantantes, músicos o ambas cosas a la vez, desconocidos todavía en el mundo artístico, dan sus recitales a pequeña escala y así irse abriendo camino en un mundo tan difícil. También hay actores y monologuistas que hacen las delicias del público en esos pequeños lugares y de ahí algunos han dado el gran salto al teatro, a televisión o a hacer grandes espectáculos juntandose con otros artistas que estuviesen en su misma situación.
       Marcela era una de esas cantantes que no encontraba su lugar en el mundo de la música, iba rotando por esos locales, en busca de algún contrato que le reportase los beneficios necesarios para poder vivir de lo que más le gustaba hacer en la vida, cantar. Para poder subsistir, se dedicaba a poner copas en esos bares y mientras servía las copas cantaba sin cesar, haciendo gala de la prodigiosa voz que poseía, no lo hacía siempre en el mismo, era una vieja conocida en ese mundo y a cambio de unos pocos euros pasaba la noche hasta altas horas para que el público pudiese escuchar sus tonadas. Por el día trabajaba como pescadera en un mercado cercano, lo que le suponía tener muy poco descanso.
       Una noche en el canto bar Penélope, habían quedado dos buenos amigos, que hacía mucho tiempo que no se encontraban. Mientras tomaban sendas copas, Marcela comenzó a cantar su repertorio, uno de ellos que siempre se había dedicado a contratar artistas, quedó alucinado de aquella prodigiosa voz. ¿Cómo era posible que una voz tan hermosa, tuviese que actuar en un sitio como ese? Quedó embobado con aquel chorro de voz. El debería hacer algo para sacarla de aquel ambiente, no era justo que tuviese que cantar en sitios así y que nadie le diese una oportunidad. Se propuso ayudarla.
       A la salida del local, cuando todo el espectáculo había terminado, se dirigió a ella y la habló con toda claridad y siendo muy sincero le dijo que no era fácil, pero algo conseguirían. La citó dos días después y le presentó a un representante bastante conocido en el mundo de la canción. Este cuando escuchó cantar a aquella muchacha, se llevó las manos a la cabeza diciendo, no hay derecho a que esta voz se pierda sin que el gran público la disfrute.
       La llevó a unos estudios y le hizo grabar una maqueta, con la cual fue por las casas de discos hasta que consiguió un contrato que le parecía sustancioso y que además le iba a abrir muchas puertas en ese mundo.
       Ella lo agradeció de corazón y por fin pudo dejar su trabajo mal oliente de pescadera y dedicarse a su gran pasión. Dio bastantes recitales y todos los que la conocían y sabían de sus anhelos por la música y lo buena persona y trabajadora que era se alegraron del éxito que comenzaba a tener.
       Una noche, al salir de un concierto, estaba muy cansada y decidió tomar un taxi para volver a su domicilio, no esperó como otras noches a sus compañeros. Se dirigió rápidamente hacia la parada, sin darse cuenta de que alguien la seguía. Antes de llegar a la misma, sintió un golpe en el costado y cuando se volvió para ver que había pasado, no le dio tiempo a ver nada, se le nubló la vista y cayó al suelo herida de muerte.
       Cuando descubrieron quien había sido quien le había apuñalado, supieron que era uno de los cantantes que como ella andaba cantando por los bares y que no había tenido la oportunidad que a ella le habían dado.
       LA ENVIDIA ES EL PEOR PECADO QUE EL SER HUMANO PUEDE POSEER EN LA VIDA.

                                           PILAR MORENO 6 enero 2019   

LA BITACORA DE BOSTON GREY




      Aquel mar cada vez se ponía más bravo, el oleaje era tremendo, olas de quince metros al menos, hacían que aquel inmenso barco pareciese una cáscara de nuez en medio del océano.
       Era un trasatlántico que llevaba a bordo a cinco mil personas, todas ellas de alto nivel económico, y otros mil empleados que se necesitaban para atender a todo aquel pasaje. El lujo rebosaba por todas partes, tanto en la equipación del barco como en los pasajeros, allí los trajes de noche para las fiestas, así como las joyas que lucían las damas, eran de los costes más elevados del mercado. Los brillantes y las esmeraldas como toda clase de piedras preciosas relucían como si fuesen escaparates en la gran manzana de Nueva York.
Boston Grey el capitán, era un avezado marinero, acostumbrado a toda clase de mareas y no se achicaba por nada, eran muchísimas las horas de navegación con las que contaba su cuerpo y la tormenta en la que estaban entrando no era mucho mayor de las que en otras ocasiones se había visto envuelto, saldrían de allí sin problemas.
Según se iban adentrando en aquella tormenta, Boston se iba diciendo así mismo que nunca se había visto en una situación parecida, claro estaba que eso no se lo podía decir al pasaje, pero en sus adentros lo pensaba, sería difícil reconducir aquel monstruoso barco que contaba con ocho plantas por encima del agua más los camarotes, salas de máquinas, cocinas etc. Que iban por debajo de la misma; aquello zozobraba de un lado a otro y él no sabía como retomar el rumbo de semejante magnitud.
Tuvo que dejar a los invitados que había en su mesa y dirigirse a toda prisa a su despacho, abriendo con celeridad la bitácora, y sacando de allí la brújula, se puso a contemplarla y fue entonces cuando se dio cuenta de que había perdido por completo el rumbo, si no conseguía retomarlo, sería muy posible que terminasen como el Titanic, chocando con algún iceberg, la ruta que llevaban era la misma. Sería una tragedia muchísimo más grande que la de aquel otro barco y el no podría perdonarse haber llevado a la muerte a tantísimas personas.
Por suerte, la tormenta fue amainando poco a poco y el capitán Grey, dio orden de que las orquestas tocasen todo lo fuerte que les fuese posible, para que los pasajeros estuviesen entretenidos bailando mientras aquella furia marina terminaba. Se habían desviado de rumbo, pero eso no tenía mayor importancia, aunque diesen un gran rodeo, lo importante era sacar su gran barco de aquella situación.
Unos pasajeros, estaban mareados por las inclemencias del temporal y otros por las grandes cantidades de alcohol que habían ingerido al darse cuenta de que aquello podía terminar en tragedia. Todo fue calmándose y Boston una vez enderezado el rumbo, se dirigió a su pasaje explicándoles todo lo que había sucedido y lo mal que lo había pasado hasta ver que la situación se enderezaba.
Una vez que todo había concluido, volvió a llevar la brújula a guardarla en su bitácora que era el lugar en el que le correspondía estar, en el mismo armario, guardaba el libro de abordo, así como una pistola con la que se quitaría la vida en caso de no poder salvar su embarcación.

                            PILAR MORENO 25 noviembre 2018

CONVERSACIONES CON UN ENERGÚMENO




      La descripción de energúmeno es una persona con la que prácticamente no se puede hablar, es colérico, insufrible, con un carácter altivo, desequilibrado y en la mayoría de las veces con falta de educación. Al menos eso es lo que yo entiendo por un energúmeno o energúmena, que también las hay, y la verdad es que no me gusta tropezarme con personas de ese calibre; aunque por desgracia me he topado con varias en diversas ocasiones.
      Había una vez un matrimonio modesto, pero que la esposa siempre que podía se comportaba como una auténtica energúmena, lo hacía tanto en la casa como con cualquiera que se le cruzase en su camino.
       Vivían en una casa, la cual, aun siendo nueva, tenía sus defectos como tienen todas a la hora de vivir, siempre hay cosas que se pueden mejorar. Este domicilio, uno de los problemas que tenía era el tendedero, era amplio, pero no de las dimensiones que la doña quería. Para subsanarlo había en el ático de la casa, una hermosa terraza en la cual podían subir a tender y solear la ropa como antes se hacía. Bien pues al principio no hubo problemas, pues era ella la dueña de la llave y la que hacía y deshacía lo que le venía en gana, pero… llegó al piso bajo otra familia la cual si que no tenía más remedio que subir a tender en la terraza ya que su piso al ser tan bajo no tenía medio de poner ningún tendedero. Una vez que le pidieron la llave de la terraza para poder tender sus ropas, ya armó el primer escandalo de los muchísimos que daría a lo largo de la estancia de aquellas personas en la casa y fueron años los que allí vivieron.
       De entrada, la puso de apodo el hipopótamo, pues la señora era bajita y gorda. El día que ella tendía, no consentía que esa señora subiese a tender nada, todo era de ella. Las pinzas, las cuerdas y además era ella quien fregaba el suelo para que no se le ensuciasen las sábanas cuando las tendía.
       Tubo que intervenir el casero, ya que los pisos erar alquilados y decirle que aquello era para todos los vecinos, si le convenía bien y si no que tendiese en sus ventanas, pero que no molestase a los demás. Bueno, bueno, le dijo de todo menos bonito lo peor de todo con unas voces y unos modales, que al escándalo salía toda la vecindad. El marido por más que la quería hacer callar, más se emberrenchinaba y se enfurecía, es más también arremetía con él por quitarle la razón.
       Pobre hombre, siempre lo tenía avergonzado. Si le daba la vena, subía y manchaba la ropa que hubiese tendida sin preguntar de quien era. Era un escándalo constante. Llegó un momento en que quiso cambiar de casa y buscaron y buscaron, pero nada le acomodaba, todas tenían muchos defectos, entonces el marido optó por quedarse viviendo en donde estaban, pues alegaba que era muy céntrico y con todos los servicios a su alcance ¿Dónde iban a estar mejor? Mercado, colegios, metro y autobuses, todo lo que se pudiese pedir aquel piso lo tenía y además el pobre hombre no lo decía, pero debía de pensar que para él ya era suficiente que lo conociesen en un solo barrio pues la señora era conocida en el que estaban y no por fina y educada como ella se creía. Ella así misma se denominaba como “una gran señora”.
       El era un buen hombre, prudente, callado, educado, que jamás podía decir esta boca es mía pues se lo comía y los escándalos los armaba dentro de casa igual que fuera, no le preocupaba lo más mínimo que los vecinos se enterasen de sus intimidades, todo eran voces y gritos. Con la familia de su marido era lo mismo, apenas tenía relación con los hermanos de él y su madre, lo mejor que la decía es que era una bruja y una alcahueta. Lo que ese hombre sufrió en su vida al lado de esa mujer.
       Así en esas condiciones, vivieron casi cuarenta años, hasta que al marido le dio un infarto y murió en el acto. Después de todo lo que había hecho, las vecinas que eran buena gente, les dio pena y se volcaron con ella, pero aun así ella no se apeaba del burro y soltaba por aquella boca todo lo que le parecía.
       Cuando la llevaron a una residencia pues ya no se podía valer por si misma, debieron de quedarse muy tranquilas todas y dirían que porque no se habría ido antes.
       Con esto quiero decir que el que nace energúmeno, se muere siendo lo mismo, pues en la residencia también dio su buena guerra y algún bastonazo que otro a las pobres chicas que la cuidaban.
       Que pena ser así, con lo fácil que es llevarse bien con las personas tratarlas bien y encima sentirse querida.
                            PILAR MORENO 6 diciembre 2018