Aquel comedor
estaba preparado con todo esmero, solo se utilizaba en fiestas familiares de
gran importancia o en las grandes reuniones familiares cuando todos celebraban
la Navidad.
En esa ocasión el chalet al completo
relucía y estaba dispuesto para acoger a la anciana tía Ágata que volvía del
exilio y a la que no conocía la mayor parte de la familia. Era la tía de Felix,
hermana menor de su padre, soltera, y que había permanecido por América del Sur,
Argentina, Chile, Uruguay, etc. Al terminar la segunda guerra mundial, esta
había huido hacia esas tierras ya que había servido como enfermera en Alemania
y había soportado todos los horrores que durante esa contienda se habían practicado
a los judíos. Ella tuvo mucho miedo y en lugar de volver al hogar de su familia
en España, había tomado la decisión de escapar a América.
A su llegada fue recibida con gran
cariño por Felix y su esposa Anita, quien a la vez ya mayores presentaron a sus
hijos Fernando y Natalia los cuales tenían también a los suyos propios, José,
Mateo, Andrea y Luis, así como sus respectivos cónyuges, así como a los diez
biznietos que por allí correteaban, haciendo las delicias de aquella gran
familia.
Como ya he dicho tía Ágata era soltera
y sus hermanos ya habían fallecido, lo que quiere decirse que solo le quedaba
esta familia en el mundo. Todos sabían que al no tener a nadie más que a ellos,
si algún bien o propiedad existía en su haber, decididamente sería para
repartir entre ellos. Realmente la acogieron con mucho cariño y como ya era
bastante anciana y la casa era grande, la ofrecieron quedarse a vivir con
ellos, invitación que la buena señora declinó al instante. Siempre había vivido
sola y hecho lo que le había venido en gana y ahora en el umbral de su muerte
nadie la iba a gobernar por muy familia que fuesen y buena voluntad que
tuviesen.
Una vez que le habían acoplado el equipaje en lo que sería su
habitación como invitada y se había aseado para la cena, bajó al comedor con
porte de gran señora que realmente tenía. Poco sabían de lo que había hecho en
su vida por esos mundos de Dios, pero la apariencia era de haber llevado una
buena vida y estar acostumbrada a que la sirviesen, sabía muy bien comportarse tanto
con los familiares tanto como con el servicio.
La sirvienta, al toque de la
campanilla de la señora, comenzó a servir la cena. Era una cena esplendida de
gran celebración, regada con buenos caldos y rematada con los mejores postres
que la cocinera había sabido preparar.
En lo que esperaban el café y los
licores, los niños le pidieron a tía Ágata que les contase alguna historia de
los sitios por donde había vivido y anécdotas y vivencias que para ellos sería
divertido.
Bien les dijo con mucho agrado os
contaré cosas que he vivido en la realidad y algunas de las que me han hecho ir
huyendo de un país a otro:
-En Alemania, cuando partí de España
para ir a ayudar a las tropas en guerra, tuve que ver muchos asesinatos, sobre
todo de los pobres judíos. Vi como los metían en aquellas horribles cámaras de
gas y los asfixiaban. -
-También pude ver como si alguno
intentaba escapar, lo degollaban sin ningún escrúpulo en plena calle a la luz
del día. –
- Pude también observar como les
arrancaban las uñas para que hablasen. –
Entonces Felix, muy moderado como el
era y con gran educación, se dirigió a tía Ágata y le solicitó que silenciase
ya esa cantidad de atrocidades que estaba contando. Los niños habían solicitado
cosas graciosas, cuentos y anécdotas de una vida llena de recuerdos y vivencias,
pero el cariz que estaban tomando aquellos detalles que ella estaba dando, lo
único que estaba consiguiendo con ello era aterrorizarles. Aquello había pasado
hacía muchísimos años y ya lo entenderían cuando tuviesen edad para ello, pero
en ese momento solo era un cuento extemporáneo.
PILAR MORENO 16 febrero 2018