domingo, 14 de junio de 2020

TODO SIGUE IGUAL


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Entrevistas
"Diario de un Luxi"
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Nuestra Historia





















Estaban acostumbrados a hacer las cosas con alacridad. Eran una familia de lo más normal. Los padres trabajaban, los hijos, de varias edades, unos iban a la universidad y otros a colegios. Nadie estaba ocioso en esa casa. Cada uno tenía sus obligaciones dentro y fuera del hogar. Asumían diversas tareas antes de salir a cumplir con sus obligaciones. Debían dejar sus habitaciones recogidas. Cada uno retirar y meter en el lavaplatos lo que hubiesen ensuciado para el desayuno, y a continuación, salir a desempeñar cada uno sus deberes.
De regreso al hogar, como había horarios diferentes, tenían asignados los trabajos a realizar para que, al llegar los padres de sus respectivas ocupaciones, estuviese todo dispuesto para comer en familia y después continuar cada uno con sus cometidos. Los mayores estudiaban y si alguno de los pequeños necesitaba ayuda en sus tareas, según la materia que fuese, uno u otro les echaban una mano y les explicaban las cosas no comprendidas. Eran un ejemplo a seguir.
Un día, allá por el mes de marzo y sin saber cómo, se desplegó una pandemia. Cortó todos los propósitos, no solo en su país, también en el resto del mundo. Muertes de personas en dos o tres días, hospitales sin medicinas adecuadas, sin respiradores, sin mascarillas. Los contagios eran masivos. Las personas mayores no debían salir a la calle. Eran las más vulnerables. Más de dos meses en un confinamiento total. Aquello se había convertido en una badomía sin precedentes; nadie sabía cómo actuar. Entonces inventaron la "desescalada". Otros dos meses con horarios para poder salir a la calle. Niños, jóvenes, deportistas…poco a poco volver a la normalidad.

La familia mantuvo las normas establecidas hasta el fin del confinamiento. Supieron adaptarse a lo prescrito por las autoridades. Seguían haciendo las cosas con la misma alegría y diligencia de siempre. Una familia unida y respetuosa que lograba que todo marchase como siempre. En aquella casa no se notó en ningún momento que afuera la vida se hubiese parado.
PILAR MORENO 13 junio 2020 

sábado, 13 de junio de 2020

¿OTRA OPORTUNIDAD?




Marcelina estaba deseosa de que llegase el verano. Volvería a proponer a sus hijos que la dejasen pasar unos días de vacaciones a solas con sus nietos. El pasado año había sido divertido y rejuvenecedor para ella. Pensaba repetir la experiencia. Los niños iban creciendo y ya le darían menos guerra. Se portaban extraordinariamente bien lejos de sus padres que, en realidad, es cuando los niños mejor se portan. Para ella era un festejo poder disfrutar de su compañía. Iba preparando el momento de pedirle a su amiga que volviera a prestarle el apartamento, como el año anterior. No podía pagarle demasiado, era una pensionista sin demasiados posibles, pero estaba segura de que su amiga lo entendía y por una módica cantidad pasarían esos quince días de diversiones.
Ya estaba casi todo arreglado, solo faltaba el consentimiento de sus hijos. Los niños lo habían pasado muy bien con la abuela, por lo que suponía, casi con toda seguridad, que le concederían ese deseo. Al tiempo les serviría a ellos para “librarse” de sus hijos y disfrutar de la soledad que en todo matrimonio viene bien.
Repentinamente, en el mes de marzo, cuando Marcelina casi lo tenía todo previsto, se declara una pandemia. ¿Quién sabía lo que era aquel bicho? Se comenzó a saber que la gente se moría sin remedio. A los niños parecía no afectarles. Sin embargo, a los mayores, la parca, se los llevaba en dos o tres días. Sin tiempo a recuperaciones.
Y ahora ¿Qué? Qué vacaciones podía proponer a sus hijos para escapar con sus chiquillos como ella decía. Se habían cerrado las fronteras. Ni siquiera se podía viajar entre provincias del mismo país. No se podía salir de casa sin mascarillas. Se impusieron horarios desconociéndose el tiempo que aquello, que nadie sabía bien qué era, podría durar. La pena se adueñó de Marcelina. Lloraba sin consuelo. No dejaba de pensar si volvería a ver a sus nietos. Las noticias hablaban del peligro en las personas mayores y de alto riesgo. Ella era una de esas personas.
Los deseos y el desánimo se mezclaban entre sus pensamientos, en los que siempre tenía a José. Aún con el dolor y el pensamiento triste por lo que estaba ocurriendo, recordaba como los niños, el pasado verano, le patalearon y amenazaron con el palo de la sombrilla si se acercaba a su abuela, sin comprender, en un principio, que solo quería ayudarla, pues ella había tomado una copa y le había sentado mal. Qué momentos tan bonitos habían vivido juntos. José ya no estaría nunca más. En el invierno había tomado un viaje sin retorno.
No había perspectivas de que aquello que había sobrevenido tan de repente pudiese terminar. Era ya mediado el mes de junio y todo seguía igual. Los restaurantes apenas servían comidas. Las playas limitadas y guardando unas distancias de seguridad muy extremas. Más y más normas. Marcelina comprendió que era inútil pedir a sus hijos un esfuerzo para que le dejasen viajar con los niños.
Era imposible. Ella misma no se atrevía ni a salir de casa. Tenía miedo. Llevaba más de tres meses sin ver a los niños y no podía arriesgarse a llevarlos de vacaciones en esas condiciones, sería un error imperdonable. La oportunidad de gozar de sus nietos en unas vacaciones a solas con ellos había quedado trancada por aquel bicho. Desconsolada se preguntaba: - ¿Tendré otra oportunidad?
                           PILAR MORENO 10 junio 2020



domingo, 7 de junio de 2020

EL DESENLACE


Acostumbrada a luchar con aquella maldita enfermedad, pasaban días y días y no quería reconocer la realidad. La gravedad la sabía desde el primer minuto. Había momentos en los que le veía apagarse como la llama de una vela. Otros, en cambio, resurgía como el Ave Fénix. Esto duró casi cuatro años. Una situación insoportable a la que se había acostumbrado y llevaba con esfuerzo y valentía. Solo quería que siguiese subsistiendo.

Pero llegó el día. El tan temido óbito se produjo. No lo quería creer. Sin soltarle la mano y sin dejar de besarlo sintió aquel cuerpo ya como solo un cuerpo, frío, inerte. Un cuerpo en el que se había alojado su querido esposo. ¡Qué sensación tan amarga! Las lágrimas que recorrían su semblante mojaban el rostro de su amado que ya no reaccionaba con ellas. Así permaneció el escaso tiempo que le permitieron. Dos camilleros aparecieron en silencio. Tan solo un gesto para indicarle que debía abandonar la habitación. Era el momento de trasladarle a la morgue.

Aún con las húmedas lágrimas en la cara y el frio en su piel tenía que decidir y tramitar el último adiós. Siguió sus deseos. Le aterraba pensar que se iría consumiendo lentamente para ser alimento de gusanos. Siempre expresó su deseo de ser incinerado. Como sus padres. Ella cumplió sus deseos y las cenizas, que de aquel cuerpo quedaron, no fueron recogidas. Aquello eran solo cenizas y nada más.

Acudió al acto con el alma rota, pero no fue capaz de ponerse de luto. A él no le gustaba verla vestida de negro. Se lo repetía constantemente. Sigue con tu vida -le decía- con tu alegría. Pero eso era imposible. Se vistió de valentía e hizo todo lo que estaba en su mano para complacerlo… aunque él ya no estuviese.

Un adiós y volver a la normalidad. ¡Qué difícil! Muy difícil. Cada noche sentía como su vida se iba apagado. Los días y las horas se le iban escurriendo entre los dedos. Después llegaba el día y había que hacer por vivir. Por seguir adelante. No podía ni debía pararse en el tiempo. Tengo unos hijos y unos nietos que son mi vida, - se decía cada mañana- Por ellos tengo que luchar. Seré útil. Hay que seguir viviendo. Y cada mañana esa rutina le hacía vivir.

Pero no olvidar. No se puede olvidar a alguien a quien tanto has querido. A quien ha compartido la mayor parte de tu vida. A tu compañero durante cuarenta y ocho años. El padre de tus hijos. Tu cómplice. Tu amigo. Hasta que no lo perdió no pensó lo mucho que lo quería.

Basado en un hecho real