domingo, 3 de junio de 2018

COMO CONTAR LA VIDA DE UNO EN MIL PALABRAS




          Este ejercicio da mucho que pensar; creo que nadie o yo al menos sea capaz de contar su historia en tan solo mil palabras. Todos los de mi edad, tenemos ya una larga trayectoria vivida y no es fácil resumirla; pero voy a intentar hacer lo que pueda.
          Soy una mujer que viene de una familia humilde en la cual nunca faltó lo más necesario e incluso en ocasiones nos permitíamos algún capricho. Tuve una infancia difícil, una adolescencia invisible y una juventud llena de vicisitudes hasta la hora de mi casamiento que fue a los 22 años. Ahora muchas veces pienso que no estaba de aquella ni preparada para un matrimonio tan rápido; y no es porque fuese embarazada ni mucho menos, es que necesitaba tomar aire, salir de la casa en donde me había criado y mi novio consideró que lo mejor era casarnos.
          Una vez en mi hogar, en un principio muy modesto, me sentía feliz, aunque aun no estando ya con mis padres no me faltaban problemas por su parte.
A los 23 años tuve mi primer hijo y a los 27 el segundo. Entonces ya no necesitaba más. Llenaron mi vida por completo y me dedique a ellos plenamente, ellos eran todo lo que necesitaba. Absorbían todo mi tiempo.
Fueron creciendo cosa natural en los niños y ya dedicaban más tiempo a sus estudios y amigos que a mi persona. Se iban poco a poco despegando de mí. Fue entonces cuando mis ratos los pasaba cosiendo, haciendo ganchillo y diversas actividades, pero todas en casa claro está, yo no estaba acostumbrada a estar en la calle ni a salir con amigas, todo eso era desconocido para mí.
Fue después de 21 años de casados, cuando tomamos la decisión de venir a vivir a Collado Villalba y gracias a Dios ahí cambió todo. Por una dolencia de espalda, me vi obligada a acudir a un gimnasio, en el cual me ocurrió lo que nunca hubiese esperado. Conocí a la mujer del dueño y comenzamos una sincera amistad. Aunque yo conocía bastante gente debido a los años que llevábamos pasando las vacaciones en esta población, ella me fue introduciendo en un mundo muy distinto al que yo había pertenecido hasta entonces.
Me presentó a otras señoras con las que por las mañanas salíamos a caminar, lo pasábamos bien y llegó un momento en que decidimos presentarnos a los maridos y formar una pandilla. Fue todo un acierto al igual que nosotras ellos empezaron a conocerse, salíamos los sábados por la noche todos juntos a cenar y después a bailar hasta altas horas de la madrugada.
Con el tiempo mi nido se quedó vacío del todo y entonces comencé a asistir a las clases del Centro de Adultos del Pontón, en el cual me integré con gran facilidad. Estaba apuntada en todos los talleres que por aquel entonces existían. Estábamos mi marido y yo solos y al poco tiempo se jubiló había días que me preguntaba que me daban en ese centro para pasar tanto tiempo allí. Siempre respondía lo mismo, muchas enseñanzas, cosas que hasta ahora no había tenido tiempo de aprender e incluso no había querido de joven. Después de muchos años de asistencia, La Comunidad de Madrid, creyó conveniente hacer recortes en la educación y todos los talleres que teníamos las personas mayores, fueron abolidos de un solo plumazo.
Fue entonces cuando nuestro compañero Jerónimo fue a la biblioteca Municipal para enterarse de si allí podíamos encontrar algo en lo que poder hacer algo similar a lo que allí estábamos haciendo, sobre todo en lo concerniente a literatura y escritura. Dio la casualidad de que había una estupenda persona que, justo estaba buscando todo lo contrario, poder enseñar a personas que lo deseasen, todos sus conocimientos y por supuesto en plan altruista. Se citó con ella para hacer una entrevista un poco más amplia a la cual me invitó a ir y de la cual salió nuestra clase de Literapia.
Agradezco aquel encuentro fortuito y la rápida decisión que tomamos de que fuese nuestra profesora o coordinadora como a ella le gusta que digamos. Hablamos con el director del El Pontón y accedió a dejarnos la biblioteca un día a la semana para que pudiese impartir sus clases.
Nadie sabe lo que de ella hemos aprendido, no solo nos ha enseñado a escribir, cosa que por ejemplo en mi caso jamás había hecho. También nos ha enseñado que su clase nos es de una rigidez como se supone que es una clase, también podemos hablar, expresar lo que sentimos, apoyarnos en las dificultades que tengamos, nos ha enseñado cosas que no sabíamos respecto al ordenador, incluso al teléfono, hemos tenido que exponer la vida de varios autores, cada cual preparando el suyo. Ella nos ha presentado a sus autores favoritos, ha conseguido traer de fuera a otras personas para que nos expongan sus libros predilectos. Es decir, siempre estaré agradecida a lo que esta persona ha hecho por nosotras y sobre todo que de mi en particular ha sabido sacar cosas que yo no podía ni pensar que sería capaz de hacer. Me ha invitado a escribir sobre mi vida y realmente cuando lo he visto escrito he sentido alivio, pues había cosas que desde niña me estaban haciendo daño y no era capaz de contar a nadie y sin embargo al escribirlas parece que me he quitado un gran peso de encima.
Este es nuestro último día de clase por esta temporada. Nos vamos de vacaciones y yo en particular, estoy deseando de que llegue principio de curso para volver a estar con mis compañeras, con mi querida Puri y con todo lo que alrededor de ella hay de bueno.

                              PILAR MORENO  3 junio 2018


LA TORRE DE LOS LUJANES



La casa torre de los Lujanes, ostenta el título de edificio más antiguo de Madrid.
En realidad, se trata de dos edificios habitados por la familia Luján de antiguo y poderoso linaje procedente de la aldea aragonesa de Luján. En su día se dividió el solar en dos para repartirlo entre los hermanos Juan y Álvaro de Luján. El primero de ellos sería la torre junto a la casa aneja en el número dos de la Plaza de la Villa, levantada antes de 1471. El segundo edificio sería la casa de al lado en el número tres de la plaza mandada construir por Álvaro de Luján en 1474, después del reparto.
Tiene su entrada la torre por la estrecha calle del Codo. Esta es una pequeña puerta que tiene un arco de herradura con dovelas de piedra que es el único en Madrid. La casa aneja que forma con ella el número dos de la Plaza de la Villa, tiene planta irregular al estilo mudéjar y en la fachada destaca su portal de entrada con ornamentación gótica y el escudo nobiliario de los Luján. Parece que esta fue la primera casa en la que se instaló la familia Luján cuando llegó a Madrid en 1450.
En el número tres de la plaza tenemos la casa de Álvaro de Luján. Está diseñada en torno a un patio interior de forma cuadrada. En el zaguán se colocaron ya entrado el siglo XX los sepulcros platerescos de Beatriz Galindo “La Latina” y su esposo Francisco Ramírez “El Artillero”, hoy se encuentran estos sepulcros en el Museo de San Isidro.
La casa de Álvaro de Luján sirve para recordar mediante una placa la figura de Enrique IV de Castilla quien concedió a Madrid el título de Noble y Leal Villa, provocando que la plaza en la que se encuentran estas casas, que antes se llamaba del Salvador, pasara a llamarse Plaza de la Villa.
En la fachada de la torre una placa recuerda que en estas casas nació en 1846 el compositor Federico Chueca, prodigio de la música madrileña.
En la casa del número dos, es decir en la Torre, había una biblioteca de pequeñas dimensiones, en la que Juan su propietario gustaba de pasar largos ratos leyendo y observando los volúmenes que en ella se encontraban, claro está que, escritos en castellano antiguo, todo con arreglo a la época en que se encontraban.
Una tarde, Juan se encontraba hojeando uno de sus libros favoritos, cuando de pronto creyó ver pasar una figura, sabía que estaba él solo en aquella estancia y no le dio importancia, pudo ser una mala pasada que le había jugado su vista ya que los candiles con los que se alumbraba había veces que oscilaban y se veían sombras en las paredes que en realidad no existían.
No era una imaginación suya, a lo largo de varios días seguidos, subió a pasar la tarde en la biblioteca y su sorpresa fue que cada día se hacía más visible aquella figura. No hablaba ni decía nada, pero su figura cada vez era más clara. Una tarde, cuando entró en la habitación, vio la figura de espaldas sentada en su silla y sin moverse, entonces Juan dio la vuelta a la mesa y se dio cuenta de que era el fraile que había sido su confesor y que había fallecido en extrañas circunstancias hacía ya varios años, antes de que ellos viniesen a vivir a Madrid. Con voz ronca, solo le escuchó decir, seguiré protegiéndote. De pronto la figura convirtiéndose en sombra desapareció para nunca volver a presentarse.

                                                   PILAR MORENO 26 mayo 2018