Paseando por aquella vereda, encontró un árbol que le pareció
de lo más hermoso, no sabía a qué clase pertenecía ni cuál era su nombre. Se
salía de lo normal, se acercó a él y observó unas pequeñas crisálidas pegadas a
una de sus ramas. Le pudo la curiosidad y no se movió de allí en mucho
rato, quizás horas, había perdido la
noción del tiempo.
De pronto, vio como aquello se movía y comenzaban a romperse,
muy despacito, apareciendo de ellas las más bellas mariposas que jamás había
visto. ¿Cómo iba a suponer él que de aquellos capullitos saldría tanta belleza?
Quedó perplejo. Comenzaron a volar y admirándolas fue tras ellas. Saltaban de
rama en rama, de hoja en hoja ¡que milagro! acababan de nacer y eran libres
como el viento, sabían lo que debían de hacer y a donde querían ir, unas detrás
de otras. Realmente había conseguido ver el milagro de la naturaleza.
Se dio cuenta de que se había entretenido mucho y comenzó a
caminar deprisa. No podía dejar de pensar en lo que había visto y esos pequeños
seres ¿qué harían si un día se enamorasen? revolotearían alrededor de su
amado/a cortejándola, hasta conseguir su amor.
Al día siguiente, sábado se dirigió como todos a la discoteca
en compañía de sus amigos. Allí le presentaron a una chica, morena, delgada,
con ojos castaños enormes y una dulce mirada. Nada más verla, sintió en su
estomago como una agitación y procuró no
separarse de la muchacha en toda la noche. La acompañó a su casa y quedó para
el domingo. Cuando volvieron a encontrarse, él volvió a sentir ese revoloteo en
su barriga y entonces pensó en las mariposas que había visto salir a la vida
¿Sería que se había enamorado? siempre había escuchado decir que cuando uno se
enamora, siente mariposas en el estómago, unas mariposas que están ocultas pero
que uno las siente dentro de sí aleteando sin parar.
PILAR MORENO – 21-5-2013