Ojos
firmes y verdaderos como dice la copla, igual que los de la morena pintados por
Julio Romero de Torres, eran los de aquel gitano que locas traía tanto a las
mocitas de su raza como a cualquier paya que se le cruzase por el camino.
Aquel
gachó, de altura impresionante, musculoso, moreno, pelo negro como el azabache
y esos ojos que parecían dos moras, enamoraban a cualquiera que se le antojase.
Era intensa su mirada y su conversación cautivaba, parecía el hombre más
sensato que hubiese bajo el firmamento.
Se
le habían conocido diversos amoríos, pero, como el mismo decía nada serio para él,
si las mozas se encandilan peor para ellas, yo tengo las cosas del querer muy
claras y el día que me enamore de verdad se lo haré saber a la interesada bien
sea paya o gitana igual da pues de hacerla feliz ya me encargaré yo.
Construyeron
cerca de su casa, el barrio del Carmelo, unas elegantes torres a las que fue a
vivir gente elegante que nada tenía que ver con lo poco que quedaba de Pitis el
barrio en el que él se habías criado, claro está entre gente de su raza y muy
humilde.
Un
día se encontró con una paya que volvía de la universidad, la chica salía de la
estación del tren en dirección a su casa. Mateo que así se llamaba nuestro
muchacho, siempre andaba merodeando por allí, al verla se dijo para sí, vaya
hembra, cosa guapa y sin pensarlo se fue derecho hacia ella.
Buenas
tardes te de Dios hermosura.
La
chica comenzó a caminar más deprisa de lo habitual.
No
corras, paya preciosa que nada he de hacerte, solo he quedado prendado de tu
belleza. Dime ¿Cómo te llamas?
la
chica siguió cada vez más deprisa sin contestarle siquiera.
No
te asustes prenda que no te va a pasar nada.
Tanta
velocidad cogió la muchacha en su caminar que sin darse cuenta tropezó con una
loseta del suelo que estaba levantada y cayó de bruces saliendo desparramados
sus libros. Mateo se apresuró a cogerla y a ayudarle a levantarse, pero al
ponerse en pie vio que era imposible caminar ya que tenía su pie doblado. No te
preocupes le dijo Mateo, yo te acompaño a donde quieras, pero por favor dime
como te llamas.
Ella
lo pensó y viendo que no tenía a nadie a quien arrimarse y que el chico en si
no parecía mala persona, le dijo bajito me llamo Lola, es decir María Dolores,
pero todos me dicen Lola. Pues sea, si es así como quieres que te llame así lo
haré.
Para
Lola era imposible mantenerse en pie, su tobillo se balanceaba de un lado a
otro, estaba muy claro que se le había partido. Lloraba sin parar pues los
dolores eran muy grandes.
Mateo
recogió del suelo todas las pertenencias de Lola y tomándola en brazos, se
dirigió hasta su casa y allí la introdujo en su coche que estaba aparcado muy
cerca.
¿Qué
haces le preguntó Lola?
Voy
a llevarte de inmediato al hospital, está claro que tu pie se ha partido.
En
efecto Mateo, la llevó con premura al hospital que estaba muy cerca de donde se
encontraban. Al entrar en urgencias le preguntaron que quién era y el contestó
soy un amigo suyo.
Mientras
se dirigían al hospital en el coche de Mateo, Lola llamó a sus padres y les
contó lo sucedido y les explicó que un muchacho la había recogido y la llevaba
a urgencias. Cuando llegaron los padres de Lola, ya la estaban atendiendo y
solo les dijeron que se encontraba bien pero que de momento no podían verla.
Mateo, se dirigió a ellos y les explico lo que había sucedido. Ellos le
agradecieron lo que había hecho por su hija y hasta que los médicos salieron a
dar noticias estuvieron juntos en la sala de espera.
Había
pasado largo rato cuando en una silla de ruedas apareció Lola, escayolada y con
cara de haber pasado muchos dolores. El médico les dijo que la habían dado unas
pastillas que la harían descansar y las pautas que debían seguir en los
próximos días.
Los
padres de Lola la introdujeron en su vehículo y se despidieron de Mateo. Este
les pidió permiso para poder preguntar por ella e incluso verla. Los padres
accedieron pues se dieron cuenta de que era un buen muchacho y había tenido un
comportamiento bueno para con su hija.
Todos
los días preguntaba por ella y hablaban largo rato por teléfono. Pasados unos
cuantos días, los padres de Lola, citaron a Mateo y le dijeron que, si quería
verla y dar un paseo con ella, se la bajarían al portal y solo el tendría que
empujar la silla de ruedas. Muy entusiasmado Mateo accedió; la condujo a un
parque muy cercano y él sentándose en un banco, comenzaron a charlar muy
amigablemente. Parecía que se conociesen de toda la vida, se contaron sus
vidas, sus inquietudes y eso se fue sucediendo día tras día durante todo el tiempo
que duró la enfermedad de Lola.
Una
vez que Lola se incorporó a su vida habitual, Mateo iba a buscarla todos los
días a la llegada del tren y la acompañaba hasta su casa. Entre ellos fue
surgiendo algo más que una amistad. Ellos sabían que podrían tener problemas
por ser de razas distintas, pero no les importaba. Se dijeron que su amor
superaría cualquier dificultad que pudiese surgir.
Mateo,
aunque había vivido durante toda su vida en Pitis, era de una familia que
marchaban bien económicamente. Éste le pidió a su padre que le pusiese un
negocio, para poder ofrecerle a Lola un bienestar en un futuro. Así lo hicieron,
le compraron una nave en un polígono industrial en el cual montaron una
ferretería, que esperaban les diesen pingües beneficios.
Lola
terminó sus estudios en la universidad y montó una clínica dental que es para
lo que había estudiado. Era un negocio que en esos momentos estaba dando muy
buenos resultados, sobre todo en un barrio joven como era el del Carmelo en el
cual había muchos niños y las ortodoncias eran muy habituales en casi todas las
familias.
Pasó
un tiempo y ellos seguían tan enamorados como siempre, por lo que decidieron
casarse y formar su propia familia. Realmente fueron felices. Antes de la boda,
como era natural tanto por parte de los padres de Lola como por los de Mateo,
tuvieron sus reticencias en cuanto a que pertenecían a razas distintas y que
sus costumbres también eran diferentes, pero viendo tanto amor entre los
muchachos, no tuvieron inconveniente en darles la bendición.
En
los tiempos que corren, hemos de acostumbrarnos, como ya está pasando, en que
las parejas que lleguen al matrimonio sean de diferentes razas y culturas, lo
único que hace falta es tener buena disposición y buen corazón y saber
adaptarse a las circunstancias que concurren en cada país y saber que hay que
poner por las dos partes voluntad y entendimiento. Si las cosas han de salir
mal, da igual que se sea de otra raza ú otra condición pues en las de la misma
también hay desencuentros.
PILAR MORENO 29 abril 2019