Aquella
casa le recordaba tiempos pasados, muchos años atrás, en su juventud, antes de
haber partido para Colombia. La calle era la misma, pero, sin embargo, aunque
el edificio parecía el mismo, debía haber sido remodelado en su totalidad, ya
no estaba aquel luminoso en el que ponía Casa Aurorita y en el se reflejaba el
negocio que dentro de aquella casa había.
Era
como un se decía entonces un Naint Club, un bar tipo americano, en el que se
tomaban copas hasta altas horas de la noche y en que las servían señoritas algo
ligeras de ropa y que alternaban con los clientes, dándoles conversación y si
podían les colocaban para beber wiski escoces de marcas caras o botellas de
champan, para brindar no se sabía porque, pero que les hacían dejarse un montón
de dinero.
Miraba todo con curiosidad, cruzó a la acera de enfrente y
observaba al tiempo que se hacía un sinfín de preguntas para sus adentros.
Seguiría siendo por dentro igual que antaño. En la puerta, muy discreta, solo
había un pequeño cartel en el que ponía “BAR
DE COPAS”, seguirían las mismas señoritas de entonces, de ser así, ya sería
mayores, casi de su edad. Para ese negocio deberían ser mucho más jóvenes, ya
con sus años deberían estar retiradas, o es que quizás el negocio ya no fuese
el mismo, pero… como averiguarlo. Llevaba pocas horas en la ciudad y se podía
decir que sus primeros pasos los había dirigido hacia aquel lugar, una fuerza
interior, le hizo encaminarse hasta allí. La curiosidad hizo que, sin pensarlo,
se acercase a la puerta y tocase el timbre, era la única forma de salir de
dudas.
Al escuchar el sonido del timbre, María Rosa, se dirigió a la
puerta con la intención de abrir, pero dado que estaba sola en ese momento,
miró por el ventanillo y casi se desmaya al ver quien llamaba a la puerta. No
contestó nada, todo fue silencio, quien lo hacía pensaría seguramente que no era hora de estar
abierto y volvería en otro momento. Así lo hizo.
Ramón era quien había osado volver a aquella casa, después de
tantos años, que habría sido de su vida durante aquel tiempo, todo el que ella
lo había extrañado. Lo que pudo apreciar a través del ventanillo, era lo
envejecido que estaba, debía de ser solo un par de años más que ella, pero lo
vio demasiado cambiado, no parecía el hombre que tantas veces había estado con
ella y que la había hecho soñar, si, soñar con dejar aquella vida que a ella
nada le gustaba, pero, que no tenía más remedio que llevar por falta de medios
económicos.
Si la viese de nuevo, que pensaría de ella, la reconocería,
quizás no, ella había cambiado muchísimo, el accidente la había convertido en
un ser diferente, hasta el carácter le había cambiado, ya no era la chica dulce
que lo había tratado con tanto mimo, y tan apasionada.
Aquel terrible accidente, fue la desgracia más grande que pudo
ocurrirle, pasó poco después de haber dado a luz a su preciosa hija, menos mal
que ella era tan pequeñita cuando todo ocurrió, que no se acordaba de nada,
solo sabía que su madre había tenido un rostro diferente cuando ella nació y
las señales que tenía por su cuerpo, con las cuales iría marcada para siempre,
eran producto de un gran incendio que se había producido en su lugar de
trabajo. La cara, tuvieron que reconstruírsela toda pues quedó totalmente
desfigurada. Fueron muchos los apuros que pasó. La dueña del local, Doña
Aurora, su mentora, murió en el incendio junto con otras dos compañeras. Las
otras chicas no quisieron saber nada más de aquel local, pero ella, que no
sabía hacer otra cosa. Aprovechando la indemnización que le dieron por el
incendio, y un pellizco que le tocó en la lotería nacional de aquel año, tuvo
el valor de hacerse con el inmueble y reconstruirlo con mucho esfuerzo. Tardó
bastante tiempo en reponerse, pero una vez que lo hizo y estuvo preparada,
volvió al negocio, eso sí, ella ya solo se dedicaba a atender a los clientes a
la entrada del local y seleccionar las chicas que debían ir con cada uno,
dependía de las características que estos tuviesen.
Había entre otras cosas en aquella casa, un gran salón en
donde los clientes esperaban, cuando había tres o cuatro esperando con una copa
en la mano, María Rosa, tocaba un timbre y muy sería decía “Señoritas al salón”, entonces todas
descendían por la escalera, luciendo sus esculturales cuerpos y tocadas
solamente por una mini braguita y para taparse hasta los pies, unas lujosas
batas ribeteadas de muaré que eran una auténtica maravilla.
Hacían un pase delante de los clientes, los cuales ya
comenzaban a calentar motores y era entonces, cuando María Rosa, decía… D.
Fulano a usted le corresponde Fulanita, a usted don Mengano le corresponde Menganita
y así sucesivamente, según el carácter del cliente y la chica que ella
consideraba, más le agradaría en los menesteres que sucederían en los cuartos
del piso de arriba. Claro estaba que esos cuartos, eran habitaciones completas
y además poseían un buen cuarto de baño para en muchas de las ocasiones, las
chicas bañar a los clientes, que a veces dejaban mucho que desear de como se
presentaban, pero ella lo tenía todo previsto y el baño era un todo incluido en
el precio del servicio. Salvo en raras excepciones, los clientes no podían
tocar ni escoger la chica que ellos quisieran, siempre era María Rosa la que
hacía la elección por ellos. La experiencia le hacía saber cual de sus chicas
era la más apropiada para el cliente que en esos momentos demandaba sus
servicios.
María Rosa se había molestado en hacer una buena selección de
las chicas que tenía en su local, eran rubias, morenas, castañas, pelirrojas,
había donde escoger, pero ella las tenía bien enseñadas puesto que conocía muy
bien el oficio y sabía lo que a cada una le podía ir con cada cliente. Eran
chicas de distintas clases sociales, la mayoría estaban estudiando y ese
trabajo les permitía libertad de movimientos para estudiar, ir a la facultad,
faltar al trabajo en épocas de exámenes, la verdad es que las tenía a todas tan
consideradas como si fuesen sus propias hijas, las mimaba y las protegía para
que no tuviesen que pasar malos momentos en manos de algunos de los clientes.
Cuando se presentaba alguno que ella no consideraba que era apto para estar con
sus chicas, ponía la disculpa de que todas estaban ocupadas, amablemente le
invitaba a una copa y les daba largas para que volviesen otro día, pero no las
exponía.
Ramón, como bien había pensado María Rosa, se había ido
pensando en que no había nadie. Ella lo vio alejarse desde el ventanillo y
sintió un gran alivio dentro de su ser. Para ella era mejor no volver a
enfrentarse a él, no remover sentimientos, recuerdos, tiempos pasados que ya no
volverán y si la reconocía tener que dar explicaciones de lo sucedido hacía
años. Para ella no sería fácil, había sufrido demasiado hasta llegar a donde
ahora estaba. Había logrado después de todo, hacer una pequeña hucha, vivir
cómodamente y tener un negocio floreciente, que le permitía ciertos lujos,
pagar a sus chicas unos buenos incentivos, haber criado a su hija y haberle
dado una buena carrera.
Sobre las doce de la noche, se abrió la puerta del local.
María Rosa que estaba detrás del mostrador junto a la caja, se quedó lívida al
ver que quien entraba por aquella puerta, era Ramón. Apuesto como siempre, muy
arreglado, bien perfumado, en fin, como en los tiempos pasados, pero con muchos
más años. Más entrado en carnes, aunque no en demasía, Una buena cabellera
cuajada de canas, las cuales le daban un aire más caballeroso de lo que ya era.
Dirigiéndose hacia ella, pues en aquel momento no había nadie más en el bar,
con mucho respeto le preguntó
- ¿Este
sigue siendo el ocal de Doña Aurorita?
- No
contesto María Rosa secamente.
- Es
que hace años yo solía venir con asiduidad por este local, pero lo encuentro
muy cambiado, o quizás me he equivocado de calle. Hace tantos años que vivo
fuera de la ciudad, por favor corríjame si me equivoco, a veces uno tiene
recuerdos, pero la realidad puede ser distinta o estar uno errado.
- Ya
no es este local de doña Aurorita, la pobre murió hace años y ahora lo regento
yo. ¿Desea tomar una copa?
- Si
se lo agradezco
- ¿Qué
ha de ser?
- Ron
Cacique con Coca Cola
- Demonios,
dijo Maria Rosa para sus adentros, este hombre tampoco ha cambiado sus
costumbres. Siempre tomaba lo mismo.
- Y
dígame si no es mucho preguntar ¿Cuándo Doña Aurorita falleció, que fue de las
chicas que aquí trabajaban?
- Señor,
le agradecería no hiciese muchas preguntas al respecto. El día que Doña
Aurorita falleció en el incendio, también lo hicieron dos de sus queridas
chicas y otras, quedaron en malas condiciones, por eso es mejor no tocar ese
tema ya que fue un desgraciado accidente provocado por un cliente.
- Dios
me valga, ¿cómo un cliente pudo provocar un incendio? Sería un mal nacido, en
un sitio como este en el que uno viene a pasar un buen rato y a distraer las
penas, no me explico como alguien puede hacer algo semejante.
- Pues
ya lo ve usted, hay gente para todo y el desgraciado salió ileso. Se enfadó con
la chica que estaba con él y con su mechero prendió el colchón en el que
estaban acostados, el salió corriendo dejando encerrada a la pobre chica, la
cual no tuvo escapatoria. Pero por favor no hablemos más de ese asunto.
- Debe
de hacer muchos años que usted no pasa por aquí, pues este lugar lleva abierto
al público tal y como está ahora varios años.
- Si
en efecto, he estado en Colombia, precioso país al que emigre y el cual me
acogió con los brazos abiertos. Allí he pasado todos estos años y aunque los
negocios me iban muy bien, echaba de menos la madre patria. Ya había conseguido
un buen capital para poder vivir en mi país el resto de mis días y no dude en
volver. Mis padres son muy ancianos y a mis hermanos no les había vuelto a ver
desde que partí para aquellas tierras y me dije Ramón, es hora de hacer las
maletas y volver con los tuyos. Aquí has hecho todo lo que habías venido a
hacer, ahora vuélvete a España y disfruta de lo que has conseguido con tanto
esfuerzo y sin pensarlo dos veces así lo hice. Y aquí estoy dándole cháchara a
una amable desconocida.
María Rosa, por dentro se
decía a sí misma, ¿cómo que una desconocida? Me conoces muy bien, pero si tu no
lo descubres, nunca te diré quién soy. Pasaba el tiempo y Ramón bebía despacio
aquella copa que ella le había preparado, parecía no tener prisa ni desear otra
cosa que no fuese conversación. Ella, aunque no estaba dispuesta a darle
demasiadas explicaciones de nada, lo trató como a un cliente más.
Una vez Ramón hubo terminado
esa copa, le pidió amablemente que le pusiese otra del mismo brebaje. Una vez puesta
sobre el mostrador, se abrió la puerta del local y entraron tres caballeros,
alegres y divertidos, parecía que antes de llegarse hasta ese local, habían
tomado alguna que otra copa en algún sitio y su alegría era palpable.
Educadamente, se dirigieron al mostrador y una vez solicitadas las bebidas que
a cada uno le apetecía tomar, pidieron permiso para pasar al salón y ver el “GRAN DESFILE”, como ellos lo llamaron.
Ramón quedo boquiabierto y a la expectativa de lo que aquellos
hombres solicitaban. María Rosa, les hizo pasar al mismo invitando también con
toda amabilidad a Ramón si es que gustaba de hacerlo y siguiendo la costumbre,
toco un timbre y dijo la frase adecuada para que sus chicas se presentasen ante
aquellos clientes “SEÑORITAS AL SALÓN”.
En pocos minutos, comenzó el desfile.
Aquellos hombres se veían que no era la primera vez que allí
entraban, sentados cómodamente en los amplios sillones de aquel gran salón,
observaban el desfile, con curiosidad. Uno de ellos, se levantó y le pidió a
María Rosa si era posible repetir con la señorita que había estado ya en varias
ocasiones con él. Ella lo miró y sin decir nada, hizo una seña a Paula y esta
asintió con la cabeza, entonces María Rosa, tomó de su mano izquierda una de
las llaves de los cuartos de arriba y les asignó el número uno. Esa era una
forma de ella controlar quien había en cada cuarto y el tiempo que en el
estaban.
A los otros hombres, les fue asignada una señorita según el
parecer de María Rosa y el consentimiento habitual de las chicas, que era una
simple inclinación leve de cabeza. Si esta inclinación no se producía, María
Rosa ponía una disculpa y le asignaba otra de sus chicas, eso quería decir
simplemente que si en alguna ocasión anterior había estado con aquel hombre, no
le había sido de su total agrado, o bien había algo que no le terminase de
gustar.
Ramón observaba todo lo que allí sucedía y como no decía nada,
María Rosa pensó que le valdría cualquiera de sus chicas, pero, no fue así,
llegado el momento, Ramón quiso que fuese la propia María Rosa la que subiese
al reservado con él.
-Lo
siento señor, yo no atiendo a los clientes, solamente les sirvo las copas en el
mostrador, para lo demás tengo a mis señoritas que cumplen sobradamente con los
deseos de cada cliente.
-No
entiendo porque usted no atiende a los clientes, es usted una hermosa mujer y
su figura está tan a la altura de sus chicas como la que más.
-Le
repito señor que yo hace mucho tiempo que decidí no atender en los cuartos a
mis clientes, es por eso la amplia selección que tengo de señoritas muy
preparadas para tales menesteres y yo poder estar libre para llevar el negocio
a otros niveles.
-Señorita,
lo siento mucho, de momento no me apeteced estar con ninguna de sus señoritas,
mis expectativas eran otras. Buenas noches.
María Rosa quedó dubitativa,
¿que estaría pensando Ramón? ¿la habría reconocido?
Siguió atendiendo al resto de
los clientes, pero no podía sacar de su cabeza la forma de mirarla Ramón y que
solo quisiera ir al cuarto con ella. No lo entendía, ¿a que habría ido a su
local? Ya no se parecía en nada a lo que él recordaba de entonces, no tenía
sentido.
Esperaba que se olvidase de
aquel lugar y nunca más volviese por allí. Aquella noche cuando llegó la hora
de cerrar, María Rosa hizo caja y vio que los beneficios de la noche habían
sido como los de todos los días, eran unas ganancias muy regulares y los
clientes, aunque no eran todos los días los mismos, siempre eran conocidos de
la casa y estos mismos iban recomendando a amigos y compañeros este local,
sabiendo que era un local bueno, de formalidad, con las chicas muy sanas y las
bebidas eran de marcas, no eran garrafón, como suele decirse.
María Rosa se fue a su casa a
descansar o eso era lo que ella pretendía, pero no lo consiguió, la imagen de
Ramón daba vueltas en su cabeza y no era capaz de conciliar el sueño. Se hacía
muchas preguntas sobre él, por un lado, no quería que volviese a aparecer por
el local, pero por otro, el haber vuelto a verlo había removido lo más profundo
de su ser. Había comenzado a recordar los buenos momentos que había pasado en
sus brazos, aquella boca tan sensual que la besaba como ningún hombre lo había
hecho. Realmente ella se había enamorado locamente de él, aunque tuviese que
aparentar que para ella era un cliente más. Además, aquellas cosas tan bonitas
que él la decía y que sonaban a promesas encubiertas, todo hasta el día en que
desapareció despidiéndose de ella como si fuese a volver a la noche siguiente.
Aquella mañana, la costó
mucho levantarse, no había dormido nada, tenía la cabeza embotada, pero no
podía seguir más tiempo en la cama, había de levantarse y preparar como todos
los días la comida para su hija, para cuando llegase de la facultad y también
dejarle un tente en pie para cuando por la noche terminase de estudiar antes de
ir a acostarse. A pesar de su oficio, siempre había sido una buena madre, nadie
podría decir otra cosa de ella y siempre había estado muy preocupada por todos
los asuntos de Roxana, nunca le faltó de nada y tampoco su atención y cariño.
Llegada la hora, sin gana
ninguna tuvo que prepararse y salir para abrir el local. Si alguna vez ella no
podía hacerlo por un motivo especial, una de sus chicas, Charito, también tenía
llaves y lo hacía ella, pero si María Rosa podía, nunca delegaba en nadie para
hacer su trabajo.
Una vez que llegó al bar,
comenzó a preparar todas las cosas como a diario hacía, Alejo, el portero de la
finca, era el encargado de recoger los refrescos y las bebidas, así como los
aperitivos que se ponían junto a las copas. Era de toda la confianza de María
Rosa y por ello desde que ella abrió de nuevo el local, le propuso pagarle un
dinero para así evitar tener que contratar a otra persona, para hacer ese
trabajo. En breve llegarían las chicas y se dispondrían a prepararse para
cuando llegase la hora del desfile.
Ya estaba todo preparado y
María Rosa decidió que era el momento de abrir. Quitó la llave de la puerta que
daba acceso al público y enseguida comenzaron a llegar los clientes más
madrugadores. Los había que no eran excesivamente nocturnos y al salir de su
trabajo pasaban por el bar de copas para tomar una en compañía de algún
compañero o simplemente pasar un rato con alguna de aquellas señoritas tan
agradables. Otros preferían hacerlo después de cenar y apurar su estancia allí
hasta casi la hora del cierre.
Estaba vuelta de espaldas
preparando unas bebidas cuando, escuchó unas buenas noches que para ella era
inconfundible, si la voz de Ramón sonó en sus oídos como una campanada, se
volvió discretamente y si allí estaba él, sentándose en un taburete delante del
mostrador dispuesto a beber, suponía que lo de siempre. Cuando terminó lo que
estaba preparando, lo sirvió y dirigiéndose hacia él le preguntó con seriedad
- ¿señor lo de siempre?
- Si claro, contestó él, brindándole una de sus mejores
sonrisas.
María Rosa rápidamente se dio
la vuelta para disimular, pues había logrado ponerla nerviosa, tardó más de lo
normal en prepararle el brebaje y lentamente se lo sirvió poniéndole una
bandejita de encurtidos como aperitivo que ella recordaba le encantaban.
- Vaya,
hacía tiempo que no me ponían un aperitivo tan delicioso como este, señorita,
ha dado usted en el clavo, es lo que más me gusta degustar mientras tomo una
copa. El dulzor de la coca cola con la acidez de los encurtidos es una perfecta
combinación.
- Me
alegro señor, haber acertado con su gusto, procuraré no olvidarlo.
- Creo
que usted no ha olvidado muchas cosas, pero ese es otro tema.
- No
le entiendo señor, ¿Qué quiere decir?
- Nada
yo me entiendo, ya habrá tiempo de explicarle ciertas cosas.
Ella hizo como que no se daba
cuenta de lo que él quería decir, pero cada vez se iba poniendo más nerviosa.
Continuó con su trabajo y procuró no acercarse mucho a Ramón para no tener que
darle conversación.
Se estaban acercando las
fiestas de Navidad y en esa época se trabajaba bastante bien. La paga
extraordinaria y la euforia de las fechas hacían que muchos hombres fuesen a
tomar copas y algo más a ese y otros lugares similares. El frío de la época y
los días tan estresados que estaba pasando María Rosa, hicieron que tuviese que
quedarse en cama unos días.
Habiendo más trabajo en el
bar, las chicas no podían parar, Charito se encargaba de abrir, pero debía de
estar al cargo de los cuartos y sustituir a María Rosa en la caja y el
mostrador, era demasiado para ella. Fue entonces que Roxana le dijo a su madre.
-Mamá no te preocupes, yo me hago cargo del mostrador y la
caja, no es la primera vez.
- Hija es arriesgado, tu no tienes la costumbre y hay mucho
moscardón que seguro cuando te vean, alguno quiere ir a un cuarto contigo.
- Te aseguro que eso no ocurrirá, y si ocurre, soy lo
suficientemente mayor para saber decir que no. Ese no es mi trabajo, yo solo
ocuparé tu lugar.
Llegó la apertura del local y
Roxana acudió al trabajo y se colocó en el mismo lugar que su madre ocupaba
todos los días. Comenzó todo el trabajo y todo iba de maravilla, los clientes
ya estaban acostumbrados a los hábitos de la casa y nadie pedía nada extraño.
De pronto se abrió la puerta y entró Ramón, educado como de costumbre, dio las
buenas noches y al acercarse al mostrador, reparó en Roxana. La miró de arriba
abajo, sin salir de su asombro. Un cuerpo escultural, la cara más bonita que
jamás había visto, una piel que debía de ser suave como la seda, una melena
larga negra y brillante que caía sobre sus hombros como una cascada. Quedó
atónito, era el vivo retrato de María Rosa, la chica que tantas veces había
estado en sus brazos en aquel mismo lugar.
Se sentó como de costumbre
delante del mostrador y dirigiéndose a Roxana le preguntó discreto,
-Perdone señorita, hoy no está la otra señorita que a diario
me atiende, no recuerdo su nombre.
- A si María Rosa, contestó Roxana con toda naturalidad,
señor, no ha podido hoy acudir a su trabajo pues está enferma.
- Enferma, ¿no será nada grave verdad?
- No claro es un simple enfriamiento, con este tiempo, es lo
normal.
- Que alivio.
- Que puedo servirle?
- Ella bien lo sabe,
- Ron Cacique con Coca Cola
- Enseguida señor se lo pongo.
Una vez que se lo había
servido, Roxana siguió a sus tareas sin prestar más atención a aquel señor tan
amable.
A su vez Ramón no podía dejar
de mirarla, era el vivo retrato de María Rosa en su juventud. Aquella chica que
tantas veces había estado con él y de la que se enamoró perdidamente e incluso
le hizo algunas promesas encubiertas, a la que hubiese querido sacar de aquel
mundo pero que no le era posible por falta de dinero. Fue uno de los motivos
por los que se marchó a Colombia, con la esperanza de volver y poder rescatarla
de aquel trabajo que sabía que a ella nada le gustaba.
Sería posible que su María
Rosa fuese la mujer con la que llevaba hablando todas las noches desde su
regreso. No era la misma cara, pero si la dulzura en la voz, el refinamiento de
sus movimientos. Realmente no se le veía tan joven como a las otras chicas, pero
tampoco era tan mayor como para ser la que él había conocido en aquel mismo
local hacía tantos años.
Ramón apuró su bebida, pagó
la cuenta y salió del local con una pesadumbre en su cabeza que parecía le iba
a estallar. ¿Qué historia sería aquella? La María Rosa que lo estaba atendiendo
desde su regreso, no quería hablar del antiguo local con la excusa de la muerte
de doña Aurorita y las otras chicas, no sabía nada del resto de las chicas o no
quería decirle nada, el estaba dispuesto a que poco a poco le fuese contando lo
que fue de aquellas otras chicas pues el seguía con la intención de recuperar a
su María Rosa.
¿Podía ser que la María Rosa
de entonces fuese la misma de ahora? Se hubiese hecho algo en el cutis y el no
la hubiese reconocido. Debía de darse prisa en averiguarlo, seguiría acudiendo
allí todas las noches y si era necesario interrogaría a las chicas en los
cuartos, aunque no le apeteciese yacer con ninguna, pagaría gustoso el servicio
solamente para obtener información.
A la noche siguiente volvió y
seguía Roxana a cargo de la caja y el mostrador. Una vez que le había servido
su copa, le pidió que se acercase para que no les escuchase nadie lo que le
tenía que decir. Ella lo hizo y Ramón le propuso subir a un cuarto, a lo que
Roxana le respondió rotundamente que no, ella había ido a sustituir a María
Rosa, su madre, por estar enferma, pero nada más. Ella no se dedicaba a eso.
Ella era médico, estaba terminando la carrera, era el ultimo año y esperaba
poder encontrar un buen lugar de trabajo. Aquello lo respetaba pues a su madre
le había ido bien con aquel negocio y le había permitido criarla y darle
carrera sin que nada le faltase, pero aquello no era lo suyo.
Solo dos días había faltado
María Rosa al bar, pero fue el suficiente tiempo, para que Ramón le diese
vueltas a la cabeza y el primer día que se volvieron a encontrar, la
acribillase a preguntas.
- Me
han dicho que te llamas María Rosa.
- ¿Quién
te lo ha dicho?
- Tu
hija, ¿no es la que te ha estado sustituyendo en tu enfermedad?
María Rosa se quedó helada,
apenas podía pronunciar palabra.
- ¿Cómo
le ha dicho que era mi hija?
- Es
increíble el parecido tan extraordinario que tiene con la María Rosa que yo
conocí en este mismo lugar hace muchos años. No creo que pueda haber dos
mujeres que sin ser familia puedan tener ese parecido. ¿me puedes decir si eres
tu aquella María Rosa? Tu voz, tu dulzura, tus modales, el saber lo que yo
siempre tomaba, me han hecho pensar mucho este tiempo en si serías tú, pero al
ver a tu hija, ya no me han quedado dudas.
- Si
en efecto soy yo, pero ha pasado mucho tiempo.
- Que
importa el tiempo que haya pasado, ¿es que tu no me has reconocido a mí?
- Si
claro que te reconocí en el mismo momento en que por esa puerta entraste.
- Entonces,
¿porque no me lo dijiste?
- No
lo creí oportuno
- Me
contaste cosas que ahora no se si creer.
- Te
conté la verdad, simplemente no quería dar detalles de cosas que pasaron hace
tanto tiempo y que para mí fueron muy dolorosas.
- ¿Lo
de doña Aurorita?
- Todo
cierto, murió en el incendio junto con Milagros y Carmen.
- Pobrecillas,
majas chicas eran y tu salvaste la vida, por eso has seguido con el negocio.
- Si
me costó sacarlo adelante después de salir del hospital.
- ¿En
el hospital, Que te pasó?
- Sufrí
muchas quemaduras de gravedad, pensaban que no podría curarme nunca, pero, ya
ves aquí estoy. Pude recuperarme después de mucho tiempo y con mucha alegría de
que mi hija pudiese al fin conocer a su madre, cuando todo pasó Roxana tenía
solo cinco meses de edad.
- Cuanto
lamento no haber podido estar aquí, no haberme enterado de nada. Si lo hubiese
sabido Dios mío podría haberte ayudado, aunque desde Colombia poco podría haber
hecho.
- No
importa me pude apañar. De todas formas, como te ibas a haber enterado si ni
tan siquiera te despediste. Un día no volviste y hasta ahora.
- Fue
una decisión muy precipitada, pero, de todas formas, mi cobardía no me hubiese
permitido despedirme. Me fui huyendo de mis propias palabras, te había
prometido sacarte de este mundo y si hubiese podido lo hubiese hecho, pero lo
poco que tenía venía a gastarlo a este lugar para estar contigo, para poder
tenerte en mis brazos pues estaba locamente enamorado de ti. Me fui a buscar
fortuna para volver y poder recuperarte, por eso en cuanto volví al primer
lugar que fui fue a este sitio y agradezco, aunque haya sido después de un
tiempo, haberte podido recuperar.
- Bueno
ya no importa, yo tengo mi vida resuelta y no necesito que nadie me mantenga,
entonces si lo hubiese necesitado, pero ya es tarde.
- Por
cierto, tu hija tiene tu mismo carácter, al verla me pareció volver a ver a
aquella chica con la que he seguido soñando todos estos años y sin dudarlo, le
propuse subir a alguno de los cuartos. Hubiese pagado mil veces la tarifa por
estar con ella, que cuerpo y que porte, pero ella se negó. Solamente hubiese
querido recordar en sus brazos tantas y tantas veces que estuve en los tuyos.
- ¿pero,
como se te ocurrió tal cosa? Dios mío menos mal que es una chica modelo, se que
puedo confiar en ella. Es la mejor persona que jamás te puedas encontrar en la
vida y gracias a ser como es no accedió a irse contigo.
- Hombre
todavía y aunque más mayor creo que no estoy tan mal.
- No
es que estés tan mal, ni tan bien, simplemente hubieses hecho la peor acción de
toda tu vida.
- No
te entiendo, en un lugar como este, hubiese sido una acción normal.
María Rosa, se echó a llorar
amargamente.
- Nada
de acción normal le respondió gritando.
- Pero
¿Qué te pasa? ¿Por qué te pones así? ¿Qué he dicho?
- No
lo entiendes, Roxana es tu hija
- ¿Cómo
que mi hija?
- Si tu hija, quedé embarazada y justo cuando
iba a decírtelo habías desaparecido.
- Maldita
sea, ahora que la he criado, que es una mujer y que ya no necesita de nadie,
apareces tú y encima te quieres acostar con ella. Yo soñando en que volverías y
me sacarías de la miseria, que criaríamos a nuestra hija juntos. Tantas promesas
que habías hecho y yo lo enamorada que estaba, todo lo creía por eso quedé en
cinta porque te había creído.
- Si
lo hubiese sabido, jamás me hubiese separado de ti. ¿Cómo iba a saber que tú
también estabas enamorada de mí, y mucho menos que estabas embarazada de mí?
Dios como me pesa que no hubiésemos hablado antes de mi partida, pensé en que
era lo mejor para volver y ofrecerte el mundo entero como ahora puedo hacer,
pero entonces, no tenía nada, era un don nadie, un simple trabajador que tenía
para mantenerse y poco más y ese poco más era para estar contigo en un burdel,
si en un burdel, era a lo único que podía aspirar. Y ahora regreso para
ofrecerte todo lo que tengo y me encuentro con que no te reconozco, lo que has
sufrido y encima que tengo una hija maravillosa, a la que tu sola has sacado
adelante, con grandes esfuerzos. Me avergüenzo de mi comportamiento, quizás, si
lo hubiese sabido, podríamos habernos ido los dos juntos y haber formado el
hogar que tanto deseaba junto a ti, aunque hubiese sido al otro lado del
océano.
- Ya
no merece la pena mirar hacia detrás, lo hecho, hecho está y darle vueltas no
sirve de nada.
- Yo
tengo que remediar esto de alguna manera, quiero estar a tu lado de por vida,
hacerte mi mujer y en lo posible disfrutar de mi hija, disfrutar de los éxitos
que ella pueda alcanzar con la carrera que tu con tanto esfuerzo le diste. Ver
su continuidad en la vida, sentir que al fin y al cabo hay algo en el mundo que
me pertenece, que lleva mi sangre. Le daré mis apellidos.
- No
corras tanto, ella ya es una mujer. Creció pensando en que su padre no era
conocido, que fue un accidente en mi trabajo, pero, que una vez supe que estaba
embarazada la deseé con todas mis fuerzas. Yo si sabía quién era su padre,
pero, una vez desaparecido, ¿Cómo iba a pensar que después de tantos años
aparecerías? Ahora creo que no es el momento, quizás con el tiempo, pero de
momento no, imposible, no quiero a estas alturas de su vida desequilibrarla,
está a punto de terminar su carrera. Ansía hacerlo con toda su alma y
encontrarse con esto sería para ella horrible, desconfiaría de mí ya no me
creería después de tantas veces que le dije no saber quién era su padre.
- En
cuanto a casarte conmigo, tampoco lo voy a consentir. Una vez supe que estaba
embarazada, doña Aurorita que para mí era como una madre, me relegó de todas
las tareas como meretriz, no quiso que nadie me tocase, pues el bebé debía
llegar al mundo en perfectas condiciones y si estaba con otros hombres quizás
hubiese alguna complicación. Me enseñó lo que ahora hago, el manejo del negocio
desde detrás del mostrador. Todo lo que sé se lo debo a ella. Al poco tiempo de
haber dado a luz y ella haberme cuidado como a su propia hija, solo cinco
meses, ocurrió lo que ocurrió en el local. La desgracia más grande de mi vida.
La perdí para siempre, también a dos de mis queridas compañeras y yo… de mi no
puedo decir nada, solo que las fuerzas que me quedaron fueron para criar a mi
hija.
- Cuando
fui capaz de volver a trabajar en el local después de haberlo adquirido y
remodelado, siempre ocupé el lugar que ahora ostento, nunca volví a entrar en
los cuartos con ningún hombre.
- ¿Es
que ya no querías ejercer de meretriz, o es que solo te interesaban las
ganancias que obtuvieses con el trabajo de las otras chicas?
- Eso
que acabas de decir, es ruin por tu parte. Tú has dicho que cuando viste a
Roxana, creíste ver el rostro de la María Rosa que dejaste cuando emigraste a
Colombia, pues bien, si, se parece muchísimo a mí en aquella época, pero mi
rostro actual no es… producto de un arreglo estético. Fue una necesidad.
Después de aquel terrible incendio, quedé totalmente irreconocible, debieron de
hacer maravillas en el quirófano para poder dejarme con el rostro que ahora
poseo y el cuerpo… al menos salvé la vida, pero mi cuerpo es un amasijo de
cicatrices, que hasta para mí son horribles cuando me desnudo para ducharme.
Este es el balance de lo que ocurrió.
- ¿Cuándo
comenzó el incendio porque no escapaste corriendo?
- No
hubiese sido justo, mis compañeras estaban en las habitaciones y doña Aurorita
comenzó a gritar y a ponerse nerviosa, subió para ver si podía rescatar a
alguna, pero comenzó a ahogarse con el negro humo, yo fui detrás de ella, pero
el fuego era tan intenso que nos alcanzó a las dos. Yo quería arrastrarla de
los brazos, pero ya me fue imposible, caí al suelo desvanecida y cuando
desperté llevaba ya más de un mes en la unidad de quemados. Todo el mundo
pensaba que no sobreviviría, estaba demasiado grave.
- Vaya
situación y la niña, ¿Quién se hizo cargo de ella?
- Mi
prima, una prima que tengo que se había criado conmigo y que, al ver la
situación, ella que ya estaba casada, no dudó ni un momento en hacerse cargo de
Roxana, era su madrina de pila y pensó que, si a mí me ocurría lo peor, ella la
adoptaría y sería para ella su niña.
- Que
triste, todo lo que has tenido que pasar, todo por mi culpa, por no haber
tenido la hombría de hablar contigo. De haberte confesado a las claras mis
sentimientos y que la decisión que tomaba era solo para poder ofrecerte lo
mejor.
- Te
ruego que me perdones, que trates de pasar página y que te cases conmigo. Te lo
suplico, ahora que se la verdad, no me hagas padecer como tu lo has hecho todo
este tiempo.
- No
Ramón, yo nunca me casaré, ni contigo ni con nadie. Es una decisión que tomé
cuando por primera vez me vi ante un espejo después de salir del hospital. Mi
cuerpo es el de un monstruo que debe estar a buen recaudo bajo las ropas bien
cerradas.
- Y
¿Qué me dices de nuestra hija? Ella no tiene la culpa de nada.
- Lo
sé Ramón, pero has de darme tiempo para prepararla, puedo presentártela como un
amigo de hace muchos años que ha estado en el extranjero, puedes venir a casa,
cenar alguna vez con nosotras e irla conociendo poco a poco, pero por ahora no
aspires a más.
PILAR MORENO 13 enero 2019
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