Una preciosa mañana de otoño, me incorporé de la cama viendo
entrar los rayos del sol a través de las rendijas de la persiana de mi dormitorio.
Aquella luz anunciaba un radiante día que no había que desperdiciar, eran
mediados de noviembre y pronto se echarían los hielos y las nevadas y ya no
sería posible dar un buen paseo por las montañas que circundaban mi ciudad. Con
alegría y avidez me preparé para salir, una ducha rápida, un chándal y unas
deportivas, un buen bocadillo y la cantimplora bien llena de agua.
Bajé al garaje a por mí utilitario y
rápidamente me puse en la carretera. Solo tendría que hacer unos veinte
kilómetros para adentrarme en la parte de la montaña a la que quería dirigirme.
Era un lugar al que había acudido en varias ocasiones pues era de una gran
belleza tanto el paraje en si, como las vistas que desde allí se alcanzaban a
ver. Había varios senderos por los que poder ir ascendiendo; el vehículo había
que dejarlo junto a una talanquera por la que no se permitía el paso nada más
que a los viandantes. Escogí uno, el más céntrico y comencé mi ascensión.
Estaba empinada la cuesta, pero no en exceso y como no tenía prisa me dije que
no debía cansarme demasiado, solo se trataba de hacer un poco de ejercicio y
pasar el día relajada.
Ya llevaba un buen rato caminando,
cuando de pronto me encontré con una bonita cabaña, más bien un refugio, del
que salía humo por la chimenea y un delicioso olor a leña, seguí acercándome
pues la curiosidad pudo conmigo ¿Quién habría construido aquello en medio del
monte? Me pareció de lo más curioso muy cerca de la puerta, había una pequeña
fuente con su grifo y una buena pila para recoger el agua que de aquel grifo
saliese. Mi osadía hizo que abriese el grifo y me salpicase de agua. UF… dije
en voz alta, vaya como me he puesto. Casi sin haber terminado la frase, sentí
como la manecilla de la puerta que estaba cerrada se movió y la puerta abriéndose
dio paso a un señor con un sombrero que amablemente me preguntó ¿señorita, le
sucede algo? Yo muerta de vergüenza contesté tímidamente, no, no pasa nada
solamente que he abierto el grifo y me he empapado. Quería comprobar si salía
agua de él para refrescarme un poco la cara y las manos pues la caminata desde
ahí abajo me ha hecho sudar.
Haga el favor de pasar a mi refugio,
he venido yo también a pasar el día y tengo una buena candela encendida pues
aquí dentro se queda uno frío si no se enciende una buena brazada de leña. Se
lo agradezco, así tendré la oportunidad de secarme un poco pues, aunque hace
muy bueno no conviene que vaya tan mojada hasta regresar a mi casa. Allí
terminó mi excursión, era tan agradable estar conversando con aquel hombre al que
de nada conocía pero que tan amablemente me había invitado a calentarme.
Llegada la hora del almuerzo, yo saqué mi bocadillo y él, sacó un paquete de
buen jamón y calentó en su pequeña hornilla de gas unos trozos de lomo y
chorizo que sacó de una olla de barro, que en realidad estaban deliciosos.
Era tan agradable la conversación y la
compañía de aquella persona que sin darnos prácticamente cuenta, comenzó a
anochecer.
-Por
Dios que tarde se me ha hecho y tengo que preparar cosas para mañana ir a
trabajar y todavía tengo una buena caminata hasta llegar a mi coche. El
cortésmente me dijo:
-No se
preocupe, aquí hay luz producida por un grupo electrógeno y si está a gusto
podemos continuar un rato más nuestra conversación, luego yo mismo la bajaré en
mi Land Rover hasta donde ha dejado su vehículo.
-Muchas
gracias, la oscuridad me asusta un poco en un sitio desconocido, pero… si usted
no tiene que marcharse de aquí no ha de mover su coche solo para llevarme a mí.
-Si yo
también he de marcharme, como habrá podido apreciar aquí no hay camas para
dormir y mis huesos a mi edad ya no me permiten dormir en el suelo. En caso de
que las hubiese más de un día me quedaría con gusto a dormir y también con
gusto le hubiese invitado a quedarse si era de su agrado.
-Por Dios
caballero como me dice eso yo soy una chica actual, pero usted puede ser más
que mi padre.
-Y eso
que importa señorita, yo soy mayor, pero me gusta la gente joven y creo que lo
hemos pasado realmente bien.
Apagó las luces y me invitó a subir al
coche, bajamos aquella tremenda cuesta casi sin sentir, el coche iba solo se
conocía bien el camino. Al llegar a la talanquera en donde yo había dejado mi
coche, me bajé de aquel todoterreno y nos despedimos con un afectuoso beso.
Cuando ya estaba entrando en mi coche
mi reciente buen amigo me invitó a volver cuantas veces quisiera a pasar el día
o a lo que yo estuviese decidida a hacer.
PILAR
MORENO 17 noviembre 2016