Marta
siempre pensó que le gustaría regentar un comercio, pero era una mujer
sumamente indecisa, por más que pensaba, no se decidía por que clase de
comercio decantarse. Unas veces pensaba en una agencia de viajes, otras por una
librería, también sopesó el abrir una pastelería. El local no era problema pues
había heredado uno en lo más céntrico de su ciudad, era solo el problema de su
indecisión.
Si
abría una agencia de viajes, con lo que me gusta viajar, estaría todo el día
con los dientes largos aconsejando a los clientes que destino debían tomar,
cuál sería el más bonito, del que podrían traer mejor recuerdo y sobre todo
aconsejaría los lugares que a ella le gustaría visitar.
Si
se decidía por una librería, ¿Cómo saber cuáles eran los libros que a cada
cliente le fuesen más con su forma de ser? Que temas serían los más apropiados
y sobre todo que a ella, lo que era leer no le iba mucho. También pensaba por
otro lado que en una librería podría ofrecer otros productos, que no fuesen
propiamente dicho libros, dedicaría una parte a estos y otra a vender
cuadernos, lápices etc.
Cuando
pensó en la pastelería, los ojos se le abrían como platos, su mente daba
vueltas por las tartas, bollos, pasteles, pastas y demás delicias que allí
podría hacer degustar al público, pero de pronto se echó las manos a la cabeza
y se dijo “Dios mío” con lo delgada que soy y lo que esos artículos me gustan,
terminaría por estar todo el día comiendo de ellos. Las ganancias me las
comería yo, más de repente en su cabeza apareció una imagen de ella, cual si
fuese un espejo en el cual se reflejaba por momentos como iba engordando, un
poco, otro poco, cada vez más, hasta que se veía que no podía entrar por detrás
del mostrador. ¡Que horror! No de pastelería nada, hay que pensar en otra cosa.
De
pronto se le vino a la cabeza algo que podría irle muy bien. Estaba de moda el
hacer labores las mujeres, ganchillo, punto de media, punto de cruz, pasword,
todas esas cosas que ella iba escuchando a sus amigas que les gustaba hacer y
sería divertido. Claro estaba que no entendía de nada de esas cosas, pero ya se
informaría, ella era lista y no creía que esas cosas fuesen muy complicadas,
las hacían mujeres que no se les veía muy inteligentes. Si ellas eran capaces
de hacerlo, ella sería una maestra para poder dirigirlas.
No
tenía prisa y pasó un periodo largo de tiempo en aprender todas esas cosas que
le harían falta para poder aconsejar a sus clientes en todo aquello que
precisasen. Una vez consideró que ya estaba preparada, preparó con esmero el
local. Debía de ser el local más bonito en ese ramo que existiese en la ciudad.
Lo decoraría de acuerdo con lo que allí se iba a vender. Separaría por
secciones los artículos que se despacharían, no le gustaban las cosas revueltas
y todo debía de llevar un orden como el que ella llevaba siempre y había
llevado a lo largo de su vida.
Comenzó
a buscar personal para que le ayudasen en la venta de sus artículos, debían ser
unas señoritas bien parecidas y de carácter afable, seleccionó una para cada
sección, aquel comercio sería de categoría y todo estaría en consonancia. Las
dependientas seleccionadas, deberían lucir un uniforme de color café con leche,
compuesto de camisa y pantalón y como complemento llevarían un delantal verde con
un amplio bolsillo, en el que guardarían las tijeras y demás utensilios que utilizarían
para el despacho de los artículos y en la espalda para atar dicho delantal
lucirían un gran lazo verde. Un lazo tan grande que les tapase todo el trasero,
eso significaba que el uniforme correspondía al comercio rotulado como “EL
GRAN LAZO”, que era el título que Marta había escogido para su tienda.
Pasado
el tiempo, obtuvo un éxito tan grande, que acudían a comprar a ese comercio
gentes de toda la ciudad, incluso de las comarcas vecinas, fue como una
explosión. Cada vez tenía que incorporar artículos más diversos que la
clientela le pedía a diario. Aquel local se le fue quedando pequeño y comenzó a
pensar que el “EL GRAN LAZO” debía abrir otra sucursal al otro lado de la
ciudad para de esa forma facilitar a su clientela la comodidad de poder comprar
todo aquello que deseasen, con el menor desplazamiento posible.
¡Que
visión comercial tuvo aquella mujer! La apertura de la segunda tienda también fue
muy exitosa, por lo que con el tiempo se abrieron tiendas de “EL
GRAN LAZO” en cada barrio de la ciudad.
Al
final Marta se dedicó solamente a supervisar las tiendas y a hacer los pedidos
que cada día sus empleadas le referían. Se hizo con una buena fortuna y el día
de su jubilación decidió dejarle el negocio a una sobrina suya a la cual
adoraba, pensaba que en el final de sus días ésta le dedicaría el cariño que
ella creía merecer y la atendería ya que ella se lo había dado todo al no tener
hijos.
Pues
bien, como en tantos casos, dicha sobrina, cuando Marta comenzó a sentirse mal
y a no poder valerse por si misma, la ingresó en una residencia pues ella
estaba muy ocupada en seguir amasando fortuna con las tiendas que la pobre
Marta había creado.
PILAR MORENO 20 mayo 2019