La casa
torre de los Lujanes, ostenta el título de edificio más antiguo de Madrid.
En
realidad, se trata de dos edificios habitados por la familia Luján de antiguo y
poderoso linaje procedente de la aldea aragonesa de Luján. En su día se dividió
el solar en dos para repartirlo entre los hermanos Juan y Álvaro de Luján. El
primero de ellos sería la torre junto a la casa aneja en el número dos de la
Plaza de la Villa, levantada antes de 1471. El segundo edificio sería la casa
de al lado en el número tres de la plaza mandada construir por Álvaro de Luján
en 1474, después del reparto.
Tiene
su entrada la torre por la estrecha calle del Codo. Esta es una pequeña puerta
que tiene un arco de herradura con dovelas de piedra que es el único en Madrid.
La casa aneja que forma con ella el número dos de la Plaza de la Villa, tiene
planta irregular al estilo mudéjar y en la fachada destaca su portal de entrada
con ornamentación gótica y el escudo nobiliario de los Luján. Parece que esta
fue la primera casa en la que se instaló la familia Luján cuando llegó a Madrid
en 1450.
En el
número tres de la plaza tenemos la casa de Álvaro de Luján. Está diseñada en
torno a un patio interior de forma cuadrada. En el zaguán se colocaron ya
entrado el siglo XX los sepulcros platerescos de Beatriz Galindo “La Latina”
y su esposo Francisco Ramírez “El Artillero”, hoy se encuentran estos
sepulcros en el Museo de San Isidro.
La casa
de Álvaro de Luján sirve para recordar mediante una placa la figura de Enrique
IV de Castilla quien concedió a Madrid el título de Noble y Leal Villa,
provocando que la plaza en la que se encuentran estas casas, que antes se
llamaba del Salvador, pasara a llamarse Plaza de la Villa.
En la
fachada de la torre una placa recuerda que en estas casas nació en 1846 el
compositor Federico Chueca, prodigio de la música madrileña.
En la
casa del número dos, es decir en la Torre, había una biblioteca de pequeñas
dimensiones, en la que Juan su propietario gustaba de pasar largos ratos
leyendo y observando los volúmenes que en ella se encontraban, claro está que,
escritos en castellano antiguo, todo con arreglo a la época en que se
encontraban.
Una
tarde, Juan se encontraba hojeando uno de sus libros favoritos, cuando de
pronto creyó ver pasar una figura, sabía que estaba él solo en aquella estancia
y no le dio importancia, pudo ser una mala pasada que le había jugado su vista
ya que los candiles con los que se alumbraba había veces que oscilaban y se
veían sombras en las paredes que en realidad no existían.
No era
una imaginación suya, a lo largo de varios días seguidos, subió a pasar la
tarde en la biblioteca y su sorpresa fue que cada día se hacía más visible
aquella figura. No hablaba ni decía nada, pero su figura cada vez era más clara.
Una tarde, cuando entró en la habitación, vio la figura de espaldas sentada en
su silla y sin moverse, entonces Juan dio la vuelta a la mesa y se dio cuenta
de que era el fraile que había sido su confesor y que había fallecido en
extrañas circunstancias hacía ya varios años, antes de que ellos viniesen a
vivir a Madrid. Con voz ronca, solo le escuchó decir, seguiré protegiéndote. De
pronto la figura convirtiéndose en sombra desapareció para nunca volver a
presentarse.
PILAR MORENO 26 mayo 2018
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