lunes, 5 de febrero de 2024

LA CASITA ALQUILADA


Ramona era una señora de unos sesenta años, soltera, no se le conocía familia, al menos cercana. Siempre estaba sola y la gente que la conocía decía que era adicta a los médicos y a que la mirasen en el hospital.

Vivía en un pueblo pequeño de la provincia de Madrid, en una casita que al parecer había heredado de sus padres. En ella parecía reinar siempre la paz. Tenía un pequeño jardín, en el que cultivaba plantas de todas clases y todo el que pasaba por la puerta se quedaba mirando y admirando la belleza de aquel lugar, lo había hecho ella sola con su esfuerzo, transportaba la tierra que necesitaba de un lado para otro, esquejaba, plantaba, hacía injertos de las mismas plantas, realmente era una pequeña maravilla aquel jardín. Se pasaba el día en el mismo, parecía que no tuviese otra cosa que hacer más que admirar su obra.

En aquella casa no entraba nadie, era muy reservada y cuidaba mucho de su intimidad. Si alguien llamaba a la puerta, salía a la cancela y durante muchos años, nadie había visto que en aquella casa hubiese entrado nadie que no fuese ella misma.

Un buen día, la vieron salir con una maleta y varios bultos, cerrar la puerta con llave y dirigirse a lo alto de la cuesta que había en la calle. De pronto desapareció y nadie sabía dónde se había metido. Al cabo de varios días la vieron laborando en el jardín de otra casa, en la cual había habido un cartel de se alquila durante un tiempo. ¿Qué hacía Ramona en esa casa, teniendo la suya a 200 metros? Fue todo un misterio, los vecinos que la conocían no se lo explicaban, se habrá vuelto loca y habrá alquilado esa casa. Pasaban los días y ella seguía allí, pero sin dar explicaciones. Si algún vecino pasaba y le saludaba, contestaba al saludo secamente, pero nadie se atrevía a preguntarle que hacía allí.

Solamente se le veía observar desde una de las ventanas, si algo pasaba en su antigua morada y claro estaba no había ningún movimiento extraño, la casa estaba sola y bien cerrada como ella la había dejado. Desde esa ventana ella veía como seguía su jardín de esplendoroso.

Un día al asomarse a la ventana, vio como unos guardias civiles, saltaban la verja y merodeaban por el jardín. De pronto se dio cuenta que estaban picando la tierra. Al ver allí a los picoletos, se encerró y solo miraba a través de los visillos para no ser descubierta. Se dio cuenta de que habían hecho una pequeña zanja en uno de los paseos que ella había formado entre las plantas. De esa zanja, vio como extraían el cuerpo de un hombre, que conservaba las ropas con las que debía de haber sido enterrado.

Los vecinos comenzaron a asomarse a la verja y a santiguarse a toda velocidad pues, no daban crédito a lo que estaban viendo. Los agentes de la científica metieron al cadáver en un furgón, pero los compañeros seguían picando. Enseguida descubrieron que había otro bulto, comenzaron a tirar de él y con asombro descubrieron que era otro hombre, que también había sido enterrado allí. Nadie podía dar crédito de lo que veían. Volvieron a sacar el cuerpo e hicieron lo que con el primero, llevarlo al anatómico forense, pero allí siguieron cavando y lograron sacar cuatro cuerpos más. Estaban todos enterrados a lo largo de los paseos y ya no quedaba espacio para que hubiese más cadáveres.

En total fueron seis hombres a los que había enterrado allí. Cuando terminaron con esa labor, como algún vecino la había visto en donde vivía ahora, se lo dijo a los agentes de la benemérita y fueron a su casa para detenerla.

Al preguntarle como había podido cometer nada menos que seis crímenes y haber convivido en aquella casa con ellos, sin alterarse dijo que simplemente se habían portado muy mal con ella, les había pedido matrimonio ya que se encontraba muy sola y cada uno por un motivo diferente la habían rechazado y ella no lo podía consentir.

La tuvieron en el calabozo en observación, y ella misma confesó que estaba en tratamiento psiquiátrico en el hospital General. Tenía un tratamiento, pero cuando se encontraba bien, salía a pasear a la ciudad y si en alguna cafetería se encontraba con algún hombre que le gustase, tomaba una copa con él y después lo invitaba a su casa, ya de noche claro, cuando nadie la pudiese ver entrar acompañada.

Ya en su territorio, se lanzaba para hacerles el amor y una vez terminada la faena, les pedía que se casasen con ella y al ser rechazada, sin pensarlo dos veces, les daba un buen palo en el cogote como a los conejos y los dejaba fritos. Después cavaba en el jardín la zanja donde enterrarle y también de noche, lo hacía con toda tranquilidad. Así fue como lo hizo con los seis infelices que cayeron en sus redes, hasta que se le terminó el terreno en esa casa para poder seguir enterrando a más. Claro está que lo que no quería era quitar ninguna de sus plantas pues para ella eran sagradas y además con el alimento que tenían crecían preciosas.

 

                                   PILAR MORENO 29 enero 2024

 

 

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