Ramona era
una señora de unos sesenta años, soltera, no se le conocía familia, al menos
cercana. Siempre estaba sola y la gente que la conocía decía que era adicta a
los médicos y a que la mirasen en el hospital.
Vivía en
un pueblo pequeño de la provincia de Madrid, en una casita que al parecer había
heredado de sus padres. En ella parecía reinar siempre la paz. Tenía un pequeño
jardín, en el que cultivaba plantas de todas clases y todo el que pasaba por la
puerta se quedaba mirando y admirando la belleza de aquel lugar, lo había hecho
ella sola con su esfuerzo, transportaba la tierra que necesitaba de un lado
para otro, esquejaba, plantaba, hacía injertos de las mismas plantas, realmente
era una pequeña maravilla aquel jardín. Se pasaba el día en el mismo, parecía
que no tuviese otra cosa que hacer más que admirar su obra.
En
aquella casa no entraba nadie, era muy reservada y cuidaba mucho de su
intimidad. Si alguien llamaba a la puerta, salía a la cancela y durante muchos
años, nadie había visto que en aquella casa hubiese entrado nadie que no fuese
ella misma.
Un buen
día, la vieron salir con una maleta y varios bultos, cerrar la puerta con llave
y dirigirse a lo alto de la cuesta que había en la calle. De pronto desapareció
y nadie sabía dónde se había metido. Al cabo de varios días la vieron laborando
en el jardín de otra casa, en la cual había habido un cartel de se alquila
durante un tiempo. ¿Qué hacía Ramona en esa casa, teniendo la suya a 200
metros? Fue todo un misterio, los vecinos que la conocían no se lo explicaban,
se habrá vuelto loca y habrá alquilado esa casa. Pasaban los días y ella seguía
allí, pero sin dar explicaciones. Si algún vecino pasaba y le saludaba,
contestaba al saludo secamente, pero nadie se atrevía a preguntarle que hacía
allí.
Solamente
se le veía observar desde una de las ventanas, si algo pasaba en su antigua
morada y claro estaba no había ningún movimiento extraño, la casa estaba sola y
bien cerrada como ella la había dejado. Desde esa ventana ella veía como seguía
su jardín de esplendoroso.
Un día al
asomarse a la ventana, vio como unos guardias civiles, saltaban la verja y
merodeaban por el jardín. De pronto se dio cuenta que estaban picando la
tierra. Al ver allí a los picoletos, se encerró y solo miraba a través de los
visillos para no ser descubierta. Se dio cuenta de que habían hecho una pequeña
zanja en uno de los paseos que ella había formado entre las plantas. De esa
zanja, vio como extraían el cuerpo de un hombre, que conservaba las ropas con
las que debía de haber sido enterrado.
Los
vecinos comenzaron a asomarse a la verja y a santiguarse a toda velocidad pues,
no daban crédito a lo que estaban viendo. Los agentes de la científica metieron
al cadáver en un furgón, pero los compañeros seguían picando. Enseguida
descubrieron que había otro bulto, comenzaron a tirar de él y con asombro
descubrieron que era otro hombre, que también había sido enterrado allí. Nadie
podía dar crédito de lo que veían. Volvieron a sacar el cuerpo e hicieron lo
que con el primero, llevarlo al anatómico forense, pero allí siguieron cavando
y lograron sacar cuatro cuerpos más. Estaban todos enterrados a lo largo de los
paseos y ya no quedaba espacio para que hubiese más cadáveres.
En total
fueron seis hombres a los que había enterrado allí. Cuando terminaron con esa
labor, como algún vecino la había visto en donde vivía ahora, se lo dijo a los
agentes de la benemérita y fueron a su casa para detenerla.
Al
preguntarle como había podido cometer nada menos que seis crímenes y haber
convivido en aquella casa con ellos, sin alterarse dijo que simplemente se
habían portado muy mal con ella, les había pedido matrimonio ya que se
encontraba muy sola y cada uno por un motivo diferente la habían rechazado y
ella no lo podía consentir.
La
tuvieron en el calabozo en observación, y ella misma confesó que estaba en
tratamiento psiquiátrico en el hospital General. Tenía un tratamiento, pero
cuando se encontraba bien, salía a pasear a la ciudad y si en alguna cafetería
se encontraba con algún hombre que le gustase, tomaba una copa con él y después
lo invitaba a su casa, ya de noche claro, cuando nadie la pudiese ver entrar
acompañada.
Ya en su
territorio, se lanzaba para hacerles el amor y una vez terminada la faena, les
pedía que se casasen con ella y al ser rechazada, sin pensarlo dos veces, les
daba un buen palo en el cogote como a los conejos y los dejaba fritos. Después
cavaba en el jardín la zanja donde enterrarle y también de noche, lo hacía con
toda tranquilidad. Así fue como lo hizo con los seis infelices que cayeron en
sus redes, hasta que se le terminó el terreno en esa casa para poder seguir
enterrando a más. Claro está que lo que no quería era quitar ninguna de sus
plantas pues para ella eran sagradas y además con el alimento que tenían
crecían preciosas.
PILAR
MORENO 29 enero 2024
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