miércoles, 9 de octubre de 2013

ALGO DE VILLALBA

Al poco tiempo de nuestra llegada a Villalba, mi hijo mayor me recomendó ir a un lugar en donde él pensaba que podría encontrar solución a mis problemas corpóreos. Aún sin mucho convencimiento hacia allí me dirigí y entable contacto con el dueño. Me presenté, aunque él ya esperaba mi visita pues mi hijo le había hablado de mí. Entablamos una corta conversación, era hombre de pocas palabras. Atractivo, moreno, de ojos aceitunados, la piel tostada por el sol y aunque poseía una bonita sonrisa, sus palabras no terminaron de convencerme. Era principio de Junio y me emplazó a volver a visitarle a primeros de Septiembre. A regañadientes, así lo hice. En esa ocasión se expresó de distinta forma, podría decirse que más agradable, aunque esa media sonrisa de la primera vez no la había perdido. Me invitó a visitar las instalaciones que me parecieron fantásticas. La entrada era amplia con una gran cristalera, escalera a izquierda de subida y a la derecha de bajada, Y en el centro unas grandes jardineras. Subiendo, se accedía al primer piso en donde se encontraba el despacho del director al fondo de una sala con mesas de cafetería y cómodos sillones en los que los clientes podían hacer sus esperas. Dos aseos, uno para damas y otro para caballeros. Una puerta que daba acceso a una enfermería y sala de masajes a través de la cual se llegaba al cuarto de calderas. Bordeando la enfermería y la sala de espera, la pared acristalada desde donde se podía ver a los clientes, grandes y pequeños, según el horario, hacer su deporte favorito. Saliendo de esa sala, había un pasillo lleno de espejos y una puerta que daba entrada a un estudio para danza lleno barras y espejos, suelo de parque y colchonetas para la hora de la relajación. En el piso bajo se encontraban los vestuarios de señoras y caballeros, así como las correspondientes saunas. En el pasillo que separaba los dos vestuarios, se hallaba la entrada abierta a la parte más grande del gimnasio, la cual se veía a través de los cristales del piso superior. Allí, había un gran tatami de color azul, en el cual se practicaban todas las disciplinas relacionadas con las artes marciales, y una zona de parquet con diversos aparatos de gimnasia y un elemento que llamó mi atención. Era una gran soga que llegaba desde el techo hasta el suelo, aproximadamente cinco metros. Era simplemente la que utilizaban los bomberos para sus entrenamientos. Ni que decir tiene que quedé convencida y me apunté a hacer gimnasia de mantenimiento con una magnifica profesora llamada Ingrid, hija de alemanes, que era una maravilla. Además de hacer gimnasia, hice grandes amistades y la verdad es que el tiempo que allí estuve fue fabuloso. Sin duda ya habréis descubierto que he hablado y os he expuesto como era el gimnasio “ZEUS” desaparecido en la actualidad. También tengo que decir que con el paso del tiempo, el director, ese señor que en un principio me hizo estar bastante reticente a acudir a las clases, se convirtió en el gran amigo que es hoy en día, y aunque no pude resolver mis problemas corpóreos, los resultados no pudieron ser mejores a nivel afectivo. MARIA DEL PILAR MORENO – Septiembre 2013

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