domingo, 27 de abril de 2014

EL NOCTURNO DE CHOPIN

Una perfecta noche de primavera, el firmamento reluciente de las más bellas estrellas, la luna iluminando aquel jardín con su brillante luz, era el lugar perfecto para que Clara y Álvaro paseasen su amor. Habían cenado con las familias, en cuyo acto se había efectuado la petición de mano de Clara y se había fijado la fecha de la boda que se celebraría en un corto espacio de tiempo. Ya se habían retirado todos a sus aposentos, entonces fue cuando Álvaro le pidió a Clara dar un paseo por los jardines del palacete, había pedido al mayordomo con anterioridad, que en el templete que estaba junto a la rosaleda, les pusiese música. El fiel criado, conociendo los gustos del señorito, colocó en el gramófono los nocturnos de Chopin. Sobre todo el número uno que se le había oído escuchar miles de veces. Al llegar al lugar, Clara se quedó extasiada escuchando aquella maravillosa música, tan perfecta y tan bien escogida para la ocasión. Se sentaron los dos en el banco de piedra y mirando hacia el éter, se dijeron las palabras más bellas de amor que hasta ese momento se habían manifestado, jurándose amor eterno. Mientras se arrullaban con esa dulce melodía, Álvaro se atrevió a decir a Clara las mismas palabras que Frederick Chopin había dedicado a Camile Pleyel cuando compuso para ella los tres primeros nocturnos, piezas que verían la luz en 1832 -Cierro los ojos y me dejo llevar por las sendas inescrutables de los sueños de la fantasía del amor. Ningún otro acorde me puede llevar tan lejos, tan alto, tan profundo, ninguna nota tan perfecta, tan intensa, tan especial. La candencia es el cielo raso en una noche de primavera, es fragancia de las flores al nacer, es nada y es el universo-.

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