martes, 9 de diciembre de 2014

AQUELLOS GRANOS DE CAFE

Una vez más afloran a mi mente recuerdos de hace muchos, muchos años. De la casa tan querida para mí y a la que ya en otras ocasiones me he referido, si la casa de mis abuelos maternos. Todo lo que allí había para mi persona eran tesoros, sobre todo lo que había visto manejar con sus manos a la abuela Pilar. Era su costumbre, madrugar para regar las macetas que colgaban del balcón del comedor, para que cuando comenzase a transitar el público, no les cayese ni una sola gota de agua. Para mí era una delicia ayudarle tomando agua del cubo con un pequeño jarro de porcelana y depositarla sobre la tierra de los tiestos, siempre me decía lo mismo, hija ten cuidado que si los encharcas mucho, chorrean y pueden mojar a las personas que pasen por la acera. Recuerdo muy bien aquellos tiestos, eran geranios, de varios colores, pero sobre todo rojos. También había gitanillas que colgaban por la barandilla cual si fueran guirnaldas. Creo que desde entonces para mí el tener geranios en casa es como una necesidad. Después me encantaba quedarme mirando el edificio que tenía de frente que era ni más ni menos que el “Mercado de Maravillas”, donde veía descargar los camiones, tanto de pescado, carne o frutas y hortalizas. Le recuerdo muy bien incluso hasta los nombres de los dependientes de los puestos. Terminada esa tarea, la abuela iba para la cocina y allí se disponía a preparar el desayuno, era todo un ritual. Bajaba del basar la cafetera de aluminio reluciente, después el molinillo del café y por último, del armarito de madera que hacía de despensa, sacaba el café en grano y se preparaba para molerlo ¿Por qué haces esto todos los días? Preguntaba yo con gran curiosidad. Mira hija es mejor moler el café en el momento antes de ponerlo a cocer, pues así pierde menos propiedades y tiene mejor sabor. Entonces era, cuando de un bote metálico bien cerrado, sacaba un paquete de café y con mucho cuidado iba vertiendo los granos en el molinillo. Era un recipiente cuadrado, con un cajón muy pequeño en la parte inferior a donde iba cayendo el café una vez molido y en la parte superior, había una especie de vaso invertido con una puertecita por donde se introducían los granos. Una vez lleno el pequeño recipiente, se cerraba aquella puerta y se procedía a dar vueltas a la manivela que tenía en la parte superior. Lo hacía con gran destreza y el café quedaba listo para hervirlo en la cafetera. ¿Abuela me dejas que yo lo haga? Si cariño, pero ten cuidado de que no se caiga el molinillo. Así contribuía yo a preparar el desayuno y esa fue otra de las muchas cosas que la abuela me enseñó. Después nos íbamos al comedor a desayunar, con el pan frito que ella también me había preparado. Todo lo que en aquella casa sucedía lo recuerdo con gran ternura, también como a su dueña. Ahora que soy abuela, comprendo lo que aquella mujer debió quererme. PILAR MORENO 5 Diciembre 2014

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