martes, 7 de abril de 2015

EN EL CAMPO

Federico, hombre de pocas palabras, salió de su casa aquella mañana como cada día para efectuar su trabajo en el campo. Era tiempo se recolectar los frutos que en su momento habían sembrado y aunque temprano era, tomó su sombrero de paja y lo colocó sobre su cabeza como hacía cada jornada. Para él era un objeto imprescindible, pues debía proteger del sol su ya incipiente calvicie. Al llegar al tajo, uno de sus empleados, le puso al corriente de los que se habían presentado y le comunicó que Francisca, una de sus mejores cosechadoras, había caído enferma con un fuerte lumbago que la tendría apartada de la labor por varios días, pero en su lugar, había enviado a su sobrina a sustituirla, no podían permitirse que ni un solo día dejase de entrar el jornal en la casa. Federico, solo le dijo a su encargado que daba igual, siempre que la labor se hiciese de forma correcta. Sin más preámbulos, se pusieron a la tarea y solo pararon para tomar un bocado y no dejarlo del todo hasta bien entrado el ocaso. Federico, que parecía no fijarse en nada, miraba a la nueva muchacha de hito en hito, pareciéndole la moza de buen ver y guapa a su vez. Hizo que pareciese necesario pasar junto a ella varias veces, para comprobar cómo marchaban sus tareas y de paso fijarse un poco más de cerca lo que de lejos ya le parecía, cuando estuvo junto a ella, sintió que un profundo arrebol acudía a su rostro, eso la hacía aún más bonita. Al terminar la jornada, Federico, se acercó a la chavala muy atento a preguntarle cual era su nombre. –Rosario- respondió la moza, pero si el amo quiere me puede llamar –Rosarillo- que es como me conocen en el pueblo. Está bien Rosarillo, a partir de hoy también se te conocerá aquí por ese nombre. Me he estado fijando en tu trabajo y para ser el primer día, no lo has hecho nada mal, se nota que vienes de buena casta. Ahora, me gustaría mucho que vinieses con el resto de tus compañeros a la casilla de aperos y echásemos unos vinos ya que ha sido un duro día y de mucho calor. Está bien Sr. Federico si así usted lo desea. Marcharon todos hacia la casilla y allí como había prometido, le convidó a unos vinos. Unos tomaron solo uno, otros varios y Rosarillo, no sabía qué hacer, no pretendía desairar al jefe diciendo que tenía prisa, por eso aguantó hasta el final. Una vez se despidieron todos, cada uno tomó su camino, pero “El Manco”, así lo llamaban por tener un brazo más corto que otro y un poco retorcido, se encaminó detrás de Rosarillo y le propuso acompañarla, ya iba cayendo la noche y aquellos parajes estaban muy solitarios. Anduvieron un buen trecho, atravesando las tierras de otros paisanos ya que según “El Manco”, por allí se acortaba para llegar al pueblo. Cuando llegaron al maizal del Genaro, donde las espigas tapaban todo lo que allí pudiese pasar, sin más “El Manco” se tiró encima de la Rosarillo violentándola de mala manera. La muchacha daba gritos y trataba de zafarse de él, pero aunque manco, tenía unas impresionantes fuerzas. Federico que los había seguido a cierta distancia, llegó donde se encontraban y sin más clavó su navaja en la espalda de “El Manco”, dejándolo seco en el mismo instante. La pobre Rosarillo, llorando sin consuelo y dolorida por todos los sitios, cuando llegó al cuartelillo a denunciar lo sucedido, dijo que ella pensaba que todo había sido producto de la embriaguez que los dos hombres tenían. PILAR MORENO 28-Marzo-2015

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