jueves, 21 de enero de 2016

LA CIENAGA MALDITA

Benjamín era el buhonero de aquellos lares, nadie como él conocía la comarca, iba de un lado a otro ofreciendo sus mercancías y atravesaba todos los parajes, prados, fincas etc. para ganar tiempo en sus andaduras. Hablaba con unos y con otros y contaba a modo de prensa lo que sucedía en los pueblos aledaños ya que en aquella época no había televisión y las noticias solo se propagaban de boca en boca. Un día se encontró con un hombre al que de nada conocía y entablo conversación con él como era su costumbre. Éste le preguntó de dónde venía y hacia donde iba y Benjamín sin ningún problema le comentó la ruta que solía hacer. El desconocido le preguntó con interés: ¿Qué se encuentra usted por esos campos de Dios? Benjamín le contestó: Pues, nada de particular, campo y más campo, que atravieso siempre que puedo para acortar distancias. Nunca encuentro a nadie, incluso a veces siento algo de miedo, pienso en si alguien que me conozca salga al camino y me asalte pues llevo todo tipo de mercancías, algunas créame usted que tienen alto valor pues me las encargan y no puedo negarme, aquí escasea el comercio y para hacer cierto tipo de compras hay que marchar bastante lejos. ¿No hay granjas, ni casas de aperos ni nada de nada? preguntaba aquel hombre. Ya le he dicho que no, tan solo a mitad de camino entre Villarreal y Montrondo, hay una ciénaga en la que algunas veces he sentido miedo de caer cuando camino por la noche, claro no hay señal alguna y menos mal que conozco el camino como la palma de mi mano. Benjamín dejó sus mercancías a sus clientes y se dirigió a Montrondo. Ya llevaba bastante camino recorrido cuando vio que lo seguía aquel paisano con el que había hablado y pensó que pudiese ser él, el asaltante que le saldría al camino, pero Benjamín no se arredró, siguió su camino, no sin antes sacar una buena charrasca por si era necesario emplearla. Cuando el hombre le dio alcance, le dijo: -Mire hombre, no tenga miedo, es que me dejó intrigado con eso de la ciénaga y voy a comprobar lo que en ella se encuentra, no le he contado por prudencia y espero que usted me guarde el secreto, que yo me dedico a la alquimia y es probable que en esa ciénaga encuentre el material suficiente para conseguir oro artificialmente. Sería un gran hallazgo y la panacea que me daría prestigio como alquimista y buenos beneficios-. Llegaron al sitio concreto y allí se despidieron los dos hombre, al final supo que su acompañante se llamaba Jerónimo, estrechándose la mano se dijeron que era posible que a la vuelta del buhonero volviesen a verse. Jerónimo muy afanoso, comenzó a remover aquel lugar que estaba seguro contenía todo lo necesario para sus manipulaciones. Allí se instaló a la intemperie, ya que hacía tiempo de verano, se dedicó a extraer del fondo de la ciénaga todo el material que él creía conveniente. Aunque realmente aquel paraje estaba totalmente desierto, escuchó a lo lejos los cascos de un caballo que se dirigían hacia él. Cuando a su altura llegó, se presentó como José, el alguacil de Villareal y venía a ver qué era lo que allí estaba haciendo. Jerónimo no tuvo más remedio que decirle la verdad, que Benjamín le había hablado de la ciénaga y él se había acercado hasta ella para ver lo que de allí podría sacar. José le comunicó, que aunque aquello estaba totalmente desierto, se encontraba en los terrenos de D. Gregorio él más importante terrateniente de toda la comarca y que de descubrir que estaba haciendo sondeos en una de sus fincas, habría de vérselas con él y con las autoridades. Debía marcharse del lugar lo antes posible. Cuando José se marchó, Jerónimo sin hacer caso de lo que le había dicho siguió en su ardua tarea, no pensó que el dueño de aquellas tierras fuese a molestarse porque alguien estuviese hurgando en sus aguas pantanosas y sucias. Al día siguiente, a lo lejos divisó varios jinetes a caballo, entre ellos el alguacil, que le recriminaron que no hubiese dejado aquel lugar. Entre otras cosas, le enseñaron un Códice muy antiguo escrito a mano, que pertenecía a los ancestros de D. Gregorio, en el cual constaba por escrito que nadie debía acercarse a aquella ciénaga y menos manipularla pues quien osase en hacerlo se vería castigado duramente y no por el amo de las tierras. Volvieron a instarle a que se fuese de allí, no por lo que significaba económicamente el valor de lo que había sacado de aquel barrizal, si no por lo que podría sucederle, dada la maldición escrita en el códice. Jerónimo no hizo caso y cuando marcharon los jinetes, el siguió en su empeño, sabía que de allí lo que sacase podría convertirlo en el mejor alquimista del país, se haría rico y de paso a toda la comarca. Cuando Benjamín volvía por aquellas tierras de regreso a Villareal, vio a lo lejos una gran manada de cuervos cercanos a la ciénaga, pensó que algún animal se habría acercado a ella y habría muerto ahogado en el lodo. Cuando estuvo cerca de ella, vio con sorpresa que quien se hallaba muerto y comido por los cuervos y los buitres, era el pobre Jerónimo, no sabía lo que le había pasado pero lo que si era seguro es que estaba muerto y bien muerto. Al llegar a Villareal, dio aviso a las autoridades para que fuesen a recoger lo que quedaba de aquel pobre hombre que en lugar de enriquecerse, había encontrado el final de sus días. Así lo hicieron y cuando llegaron al pueblo, lo metieron en un ataúd y lo condujeron a la iglesia, en la cual D. Tirso el párroco del lugar, le dio un réquiem como adiós y fue enterrado en el cementerio parroquial. Nadie supo jamás de donde procedía aquel hombre. PILAR MORENO 20 Diciembre 2015

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