viernes, 24 de febrero de 2017

TRES PALABRAS


SEMPITERNO, SERENDIPIA, INMARCESIBLE.

¿Por dónde comenzar? Bien comenzaré diciendo que yo me creía que aquella casa sería sempiterna, había sido la casa de mis sueños, creada por mí, acomodada a mis necesidades, toda clase de caprichos me había permitido en ella dentro de las posibilidades con las que una cuenta, pero me equivoqué. Muchos años han pasado y al igual que yo la casa iba acumulando años y también sus alrededores. Ya se había convertido en un lugar incomodo, me había hecho dependiente del vehículo en la totalidad de la vida cotidiana y al caer mi esposo enfermo las situaciones eran más conflictivas y más apremiantes. No había otra solución que deshacerse de ella.
Lo que yo había soñado que sería inmarcesible, se convirtió en todo lo contrario. Poco a poco iba viendo el deterioro del jardín por la falta de mantenimiento, como los árboles necesitaban de una buena poda y no era posible dársela, las terrazas tan hermosas se cubrían de hojas y bellotas sin poderlo remediar, la broza se iba acumulando en las partes no soladas y una gran pena me suponía salir cada mañana y ver el deterioro tan grande que iba tomando aquella preciosa parcela.
Una vez tomada la decisión, realmente costosa, de vender lo que había sido nuestro hogar durante tantos años, comencé a ir mirando cosa por cosa de las que tanto aprecio tenía y sentenciándoles su desaparición inmediata. Cuando tuve claras las cosas que debían salir primero de mi vida, di prioridad a las más inservibles, las que habían estado ahí, bien por regalos o por herencia pero que realmente no pintaban nada; nunca iban a ser necesarias para la continuidad de mi vida. Fue entonces cuando me di cuenta de la cantidad de objetos inútiles que acumulamos, ocupando lugares que, aunque no sean imprescindibles por sobra de espacio, nunca habían sido de utilidad alguna para el desarrollo de mi vida. Todas esas cosas fueron las primeras en desaparecer, posteriormente, fueron saliendo las que tampoco pintaban nada pero que ya tenían algún valor sentimental para mí y en último lugar desaparecieron los muebles y enseres que, aunque eran de mi completo agrado no tenían cabida en el próximo hogar al que me dirigía. Era meter un chalet en un piso de dos dormitorios. En fin, era meter el palacio de Blanca nieves en la mansión de los Pitufos.
La serendipia llegó al hacer la mudanza, ¡qué horror! Nunca pensé que después de haberme desprendido de tantas cosas todavía quedase tanto almacenado. Sobre todo, libros, ¿de dónde salieron tantos? En la vida pensé por más que los miraba que saldrían tantas y tantas cajas. Ahora está el dilema que hacer con ellos; buscaré a alguien que los compre pues sé qué  en el trastero solo pueden estropearse.
Ahora que ya he terminado de colocar todas mis pertenencias, descubro que me faltan cosas muy importantes que nunca pensé que en un traslado se pudiesen perder. Cosas que a nadie sirven, solo a mi persona y que son irrecuperables no por el valor económico sino por el valor sentimental de muchos años acumulados. De mucho tiempo invertido, de muchas horas de activar el intelecto y trabajar delante del ordenador. Se me ha perdido la memoria externa del ordenador donde tenía acumulada al menos los diez últimos años de mi vida.

                                                   PILAR MORENO 12 febrero 2017

    

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