Aquel diván parecía mágico. El armenio tenía algo en su voz y
en su forma de proceder, esas palabras tan dulces, sosegadas. Su extraño
lenguaje parecía sacado de una narración de las mil y una noches. Todo lo que
le decía a Alonso como respuesta a lo que éste le preguntaba, sonaba como un
bálsamo y la sensación que recibía era como si lo estuviese dando un suave
masaje a lo largo de su cuerpo.
La realidad es que desde que estaba en
manos de aquel hombre, Alonso había mejorado muchísimo. Casi no recordaba nada
de lo sucedido en la playa de Buelna, las pesadillas habían desaparecido por
completo. Él sabía lo mal que lo había pasado, pero, ahora se encontraba
realmente bien y aun sabiéndose curado, quería seguir acudiendo a aquella consulta
que le reportaba paz en su interior. No sabía lo que aquel hombre hacía en su
cerebro tan solo con palabras, pero en su interior se encontraba
extraordinariamente bien. Había influido también en su forma de ser, le ayudaba
en el comportamiento con las demás personas. Había perdido la timidez que
tenía, era mucho más abierto con la sociedad. En general había aprendido
comportamientos que, aunque los anteriores eran muy buenos, ahora se había
convertido en un joven muchacho que más parecía un hombre ya formado y
dispuesto a comerse el mundo.
El armenio y él pasaban muchos ratos
hablando, aunque no fuese como consulta, ese hombre le estaba enseñando muchas
cosas interesantes de su tierra natal. Alonso había despertado en él un afecto
de amistad, lo consideraba casi como a su hijo y como a él le encantaba
escucharle estaba aprendiendo tanto que sin haber estado nunca en Armenia,
parecía que conocía los rincones que el psicólogo le iba describiendo como si
los hubiese visitado varias veces.
De cuando en cuando, le hacía tumbarse
en el diván para no olvidar la consulta por la dolencia que allí conducido.
Recordaban cosas y el doctor se daba cuenta de que aquello había desaparecido
ya. Un día que se tumbó en el diván, Alonso no recuerda como sucedió, comenzaron
a hablar y él tan imbuido estaba en lo que el armenio le decía, que sin darse
cuenta se quedó traspuesto. Cuando despertó al darle el doctor un toquecito en
un brazo, descubrió que había pasado una hora de tiempo en la que no había
habido minutos. Realmente había pasado tan rápido para él ese tiempo que pensó
que no había pasado ni un solo minuto.
Fue aquel día, cuando el armenio dio por finalizada la
consulta. No obstante, siguieron con una gran amistad que duró muchos años, es
decir hasta que el armenio falleció como es natural ya que era mucho mayor que
Alonso.
PILAR MORENO 25 octubre 2017
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