En un
pueblo pequeño de Castilla, había un sacerdote muy joven que favorecía a todo
el que podía ya que eran tiempos duros. Un simple trozo de pan que el tuviese
para su alimento se lo daba al primer paisano que viese con hambre, alegando
que él no lo necesitaba, su alimento se lo daba el señor mientras dormía.
Como
eran pueblos con muy poca población, este sacerdote cubría varios pueblos para
las necesidades eclesiales. Todos los habitantes de dichos pueblos le tenían un
aprecio muy especial pues era realmente un alma buena. Si había algún enfermo
al que velar por la noche el lo hacía para que los familiares descansasen que
al día siguiente tenían que salir a laborar al campo. Aunque el a las siete de
la mañana ya debía estar en uno de los pueblos para oficiar la santa misa, pero
para él no había horarios.
Al
estallar la contienda civil en 1936, dado que estos pueblos se encontraban en
zona roja como se decía, el padre Juan que era como se llamaba el sacerdote,
fue perseguido sin parar, pero era tanto lo que le apreciaban los vecinos que
por las noches lo sacaban de una casa para esconderlo en otra y a la siguiente
lo sacaban de esa y lo cambiaban a otra, lo escondían en los pajares envuelto
en paja, en las cuadras, en armarios con falsos techos, en cualquier lugar en
que lo supieran a salvo. No podía asomar por ningún sitio pues era una
persecución a muerte.
Así fue
pasando el tiempo y el pobre hombre estaba muy agradecido de todo lo que
estaban haciendo por él. Realmente todos lo tenían por un santo, aunque él se
consideraba una persona normal. Estuvo en esas condiciones casi año y medio y
sin saber cómo se enteraron, una noche cuando iba a ser trasladado de domicilio
a altas horas de la noche, los milicianos los dieron el alto y cuando echaron a
correr, fueron abatidos a tiros tanto él como los vecinos que lo acompañaban.
Los
dejaron tirados en medio del camino cual perros. Por la mañana a la amanecida,
los vecinos dieron sepultura a los cuerpos en una sola fosa en el cementerio
pues temían que si los veían enterrándoles ellos corriesen la misma suerte.
Cuando
termino la lucha armada, los vecinos, se pusieron de acuerdo para sacar de la
fosa en donde habían enterrado al sacerdote y a los vecinos que fueron muertos
con él, para darles sagrada sepultura en sus pueblos de origen. Cual fue la
sorpresa de los paisanos al abrir aquella fosa y ver que el padre Juan se
encontraba en las mismas condiciones que recién enterrado, tenía color en la
cara, parecía que acabase de fallecer, al contrario que los compañeros que
cayeron junto a él que como era natural estaban en el normal estado de
descomposición.
Los
sacaron de aquella fosa para llevarlos a cada uno a su cementerio
correspondiente y cual fue la sorpresa que solo al padre Juan le faltaba un
brazo, su cuerpo incorrupto estaba mutilado. ¿Quién habría osado de mutilar a
ese santo? pues no había duda alguna de que era un santo.
Una vez
concluidos los sepelios, se dedicaron a buscar por todos los sitios el brazo
incorrupto del padre Juan para llevarlo junto a su cuerpo. No fue tarea fácil,
pasaron muchos meses de búsqueda infructuosa, aunque no cesaban en la búsqueda.
Un día el alcalde de uno de los pueblos, fue a visitar los barracones en los
que habían estado los milicianos para tirarlos abajo y quitar de la vista unas
casas que tanto dolor habían causado a las poblaciones cercanas. Fue rodeando
todo lo que allí había quedado, que estaba todo casi destruido. En un rincón de
lo que podía haber sido una oficina, vio una caja que lo llamó la atención, se
acercó con mucho cuidado y cual fue su sorpresa al encontrar allí dentro el
brazo del padre Juan como si se lo acabasen de arrancar. No había duda, estaba
incorrupto.
Lo tomó
en sus brazos y salió corriendo hacia el pueblo mientras iba rezando, al llegar
comenzó a gritar con todas sus fuerzas
“HE
ENCONTRADO EL BRAZO INCORRUPTO DEL PADRE JUAN”
PILAR MORENO 2 febrero 2018
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