jueves, 14 de febrero de 2019

EL AROMA DEL MAGNOLIO


EL AROMA DEL MAGNOLIO

      Cada vez que paseaba por el Real Sitio del Escorial, quedaba maravillada con aquellos magnolios que desprendían un aroma tan delicioso y fresco que daba gloria pararse junto a ellos para aspirar aquella maravillosa fragancia.
Observaba las flores que estaban a punto de abrir, otras que ya lo habían hecho e incluso se agachaba y recogía algún pétalo de las flores que ya se habían caído y la acercaba a su nariz para aspirar esa fragancia, tan fresca, tan deliciosa, su olor tiene un parecido al limón, pero más suave.
Los pétalos que recogía una vez caídos, los conservaba entre las hojas de algún libro y así, de ese modo, cada vez que lo habría le recordaba ese maravilloso lugar.
Era un sitio que tiene un encanto especial, aunque es bastante incómodo para caminar por sus empinadas callejuelas, pero cuando estás en lo alto y divisas ese inigualable palacio construido por Felipe II, es como transportarte a otra época, te imaginas al rey y a las damas de su corte paseando por la lonja con aquellos trajes pomposos, sus cuellos engolados. En fin, es como soñar despierto.
Tanto le gustaban esos árboles que, ya en su madurez, consiguió hacerse con un pequeño terreno en el que se hizo una casita en la que vivió muy feliz con su familia durante casi 25 años. Cuando configuraron el jardín, lo primero que hicieron fue plantar un magnolio, estaba situado frente a la ventana de su dormitorio y por la mañana al despertar lo primero que veía y miraba era su árbol. Creció junto con sus hijos y estaba pendiente de las flores que echaba cada temporada, a medida que crecía, también crecía el número de flores que echaba, pero le daba mucha tristeza que cada vez que una abría y se la veía esplendorosa, al día siguiente, se había marchitado, había comenzado a tirar sus pétalos.
Se hizo un señor árbol, consiguió un tronco ya considerable y cada vez estaba más bonito, sus hojas verdes de un tono especial, no se parece a ningún otro verde. Lo cuidaba con todo esmero.
Un día por circunstancias de la vida, esa casa tuvo que venderla y pudo llevárselo a donde se fue a vivir, se llevó muchas plantas de las que tenía, pero, el Magnolio fue imposible. No deja de acordarse de él. Su querido árbol que habrá sido de él. Las referencias que tiene de los que adquirieron la casa es que la tienen abandonada. Su querido árbol, también una Mimosa, que era la envidia de toda la calle pues había crecido y sobresalía por encima de la valla, también un magnifico Cedro Azul, su Madroño símbolo de su ciudad natal Madrid, así como un Enebro, árbol difícil de que agarre cuando es trasplantado y ella lo hizo y tuvo la suerte de que se agarrase bien a su suelo cuando solo tenía unos quince centímetros cuando fue plantado.
Cuando uno tiene que deshacerse de algo muy querido por necesidad, es como si le diesen una puñalada en el corazón de la que se recupera, pero la cicatriz continuará de por vida.

                            PILAR MORENO 14 febrero 2019

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