EL AROMA DEL MAGNOLIO
Cada vez que paseaba por el
Real Sitio del Escorial, quedaba maravillada con aquellos magnolios que
desprendían un aroma tan delicioso y fresco que daba gloria pararse junto a
ellos para aspirar aquella maravillosa fragancia.
Observaba las flores que estaban a punto de
abrir, otras que ya lo habían hecho e incluso se agachaba y recogía algún pétalo
de las flores que ya se habían caído y la acercaba a su nariz para aspirar esa
fragancia, tan fresca, tan deliciosa, su olor tiene un parecido al limón, pero
más suave.
Los pétalos que recogía una vez caídos, los
conservaba entre las hojas de algún libro y así, de ese modo, cada vez que lo
habría le recordaba ese maravilloso lugar.
Era un sitio que tiene un encanto especial,
aunque es bastante incómodo para caminar por sus empinadas callejuelas, pero
cuando estás en lo alto y divisas ese inigualable palacio construido por Felipe
II, es como transportarte a otra época, te imaginas al rey y a las damas de su
corte paseando por la lonja con aquellos trajes pomposos, sus cuellos
engolados. En fin, es como soñar despierto.
Tanto le gustaban esos árboles que, ya en su
madurez, consiguió hacerse con un pequeño terreno en el que se hizo una casita
en la que vivió muy feliz con su familia durante casi 25 años. Cuando
configuraron el jardín, lo primero que hicieron fue plantar un magnolio, estaba
situado frente a la ventana de su dormitorio y por la mañana al despertar lo
primero que veía y miraba era su árbol. Creció junto con sus hijos y estaba
pendiente de las flores que echaba cada temporada, a medida que crecía, también
crecía el número de flores que echaba, pero le daba mucha tristeza que cada vez
que una abría y se la veía esplendorosa, al día siguiente, se había marchitado,
había comenzado a tirar sus pétalos.
Se hizo un señor árbol, consiguió un tronco
ya considerable y cada vez estaba más bonito, sus hojas verdes de un tono
especial, no se parece a ningún otro verde. Lo cuidaba con todo esmero.
Un día por circunstancias de la vida, esa
casa tuvo que venderla y pudo llevárselo a donde se fue a vivir, se llevó
muchas plantas de las que tenía, pero, el Magnolio fue imposible. No deja de
acordarse de él. Su querido árbol que habrá sido de él. Las referencias que
tiene de los que adquirieron la casa es que la tienen abandonada. Su querido
árbol, también una Mimosa, que era la envidia de toda la calle pues había
crecido y sobresalía por encima de la valla, también un magnifico Cedro Azul,
su Madroño símbolo de su ciudad natal Madrid, así como un Enebro, árbol difícil
de que agarre cuando es trasplantado y ella lo hizo y tuvo la suerte de que se
agarrase bien a su suelo cuando solo tenía unos quince centímetros cuando fue
plantado.
Cuando uno tiene que deshacerse de algo muy
querido por necesidad, es como si le diesen una puñalada en el corazón de la
que se recupera, pero la cicatriz continuará de por vida.
PILAR MORENO 14 febrero
2019
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