lunes, 29 de abril de 2019

AQUELLOS OJOS NEGROS




Ojos firmes y verdaderos como dice la copla, igual que los de la morena pintados por Julio Romero de Torres, eran los de aquel gitano que locas traía tanto a las mocitas de su raza como a cualquier paya que se le cruzase por el camino.
Aquel gachó, de altura impresionante, musculoso, moreno, pelo negro como el azabache y esos ojos que parecían dos moras, enamoraban a cualquiera que se le antojase. Era intensa su mirada y su conversación cautivaba, parecía el hombre más sensato que hubiese bajo el firmamento.
Se le habían conocido diversos amoríos, pero, como el mismo decía nada serio para él, si las mozas se encandilan peor para ellas, yo tengo las cosas del querer muy claras y el día que me enamore de verdad se lo haré saber a la interesada bien sea paya o gitana igual da pues de hacerla feliz ya me encargaré yo.
Construyeron cerca de su casa, el barrio del Carmelo, unas elegantes torres a las que fue a vivir gente elegante que nada tenía que ver con lo poco que quedaba de Pitis el barrio en el que él se habías criado, claro está entre gente de su raza y muy humilde.
Un día se encontró con una paya que volvía de la universidad, la chica salía de la estación del tren en dirección a su casa. Mateo que así se llamaba nuestro muchacho, siempre andaba merodeando por allí, al verla se dijo para sí, vaya hembra, cosa guapa y sin pensarlo se fue derecho hacia ella.
Buenas tardes te de Dios hermosura.
La chica comenzó a caminar más deprisa de lo habitual.
No corras, paya preciosa que nada he de hacerte, solo he quedado prendado de tu belleza. Dime ¿Cómo te llamas?
la chica siguió cada vez más deprisa sin contestarle siquiera.
No te asustes prenda que no te va a pasar nada.
Tanta velocidad cogió la muchacha en su caminar que sin darse cuenta tropezó con una loseta del suelo que estaba levantada y cayó de bruces saliendo desparramados sus libros. Mateo se apresuró a cogerla y a ayudarle a levantarse, pero al ponerse en pie vio que era imposible caminar ya que tenía su pie doblado. No te preocupes le dijo Mateo, yo te acompaño a donde quieras, pero por favor dime como te llamas.
Ella lo pensó y viendo que no tenía a nadie a quien arrimarse y que el chico en si no parecía mala persona, le dijo bajito me llamo Lola, es decir María Dolores, pero todos me dicen Lola. Pues sea, si es así como quieres que te llame así lo haré.
Para Lola era imposible mantenerse en pie, su tobillo se balanceaba de un lado a otro, estaba muy claro que se le había partido. Lloraba sin parar pues los dolores eran muy grandes.
Mateo recogió del suelo todas las pertenencias de Lola y tomándola en brazos, se dirigió hasta su casa y allí la introdujo en su coche que estaba aparcado muy cerca.
¿Qué haces le preguntó Lola?
Voy a llevarte de inmediato al hospital, está claro que tu pie se ha partido.
En efecto Mateo, la llevó con premura al hospital que estaba muy cerca de donde se encontraban. Al entrar en urgencias le preguntaron que quién era y el contestó soy un amigo suyo.
Mientras se dirigían al hospital en el coche de Mateo, Lola llamó a sus padres y les contó lo sucedido y les explicó que un muchacho la había recogido y la llevaba a urgencias. Cuando llegaron los padres de Lola, ya la estaban atendiendo y solo les dijeron que se encontraba bien pero que de momento no podían verla. Mateo, se dirigió a ellos y les explico lo que había sucedido. Ellos le agradecieron lo que había hecho por su hija y hasta que los médicos salieron a dar noticias estuvieron juntos en la sala de espera.
Había pasado largo rato cuando en una silla de ruedas apareció Lola, escayolada y con cara de haber pasado muchos dolores. El médico les dijo que la habían dado unas pastillas que la harían descansar y las pautas que debían seguir en los próximos días.
Los padres de Lola la introdujeron en su vehículo y se despidieron de Mateo. Este les pidió permiso para poder preguntar por ella e incluso verla. Los padres accedieron pues se dieron cuenta de que era un buen muchacho y había tenido un comportamiento bueno para con su hija.
Todos los días preguntaba por ella y hablaban largo rato por teléfono. Pasados unos cuantos días, los padres de Lola, citaron a Mateo y le dijeron que, si quería verla y dar un paseo con ella, se la bajarían al portal y solo el tendría que empujar la silla de ruedas. Muy entusiasmado Mateo accedió; la condujo a un parque muy cercano y él sentándose en un banco, comenzaron a charlar muy amigablemente. Parecía que se conociesen de toda la vida, se contaron sus vidas, sus inquietudes y eso se fue sucediendo día tras día durante todo el tiempo que duró la enfermedad de Lola.
Una vez que Lola se incorporó a su vida habitual, Mateo iba a buscarla todos los días a la llegada del tren y la acompañaba hasta su casa. Entre ellos fue surgiendo algo más que una amistad. Ellos sabían que podrían tener problemas por ser de razas distintas, pero no les importaba. Se dijeron que su amor superaría cualquier dificultad que pudiese surgir.
Mateo, aunque había vivido durante toda su vida en Pitis, era de una familia que marchaban bien económicamente. Éste le pidió a su padre que le pusiese un negocio, para poder ofrecerle a Lola un bienestar en un futuro. Así lo hicieron, le compraron una nave en un polígono industrial en el cual montaron una ferretería, que esperaban les diesen pingües beneficios.
Lola terminó sus estudios en la universidad y montó una clínica dental que es para lo que había estudiado. Era un negocio que en esos momentos estaba dando muy buenos resultados, sobre todo en un barrio joven como era el del Carmelo en el cual había muchos niños y las ortodoncias eran muy habituales en casi todas las familias.
Pasó un tiempo y ellos seguían tan enamorados como siempre, por lo que decidieron casarse y formar su propia familia. Realmente fueron felices. Antes de la boda, como era natural tanto por parte de los padres de Lola como por los de Mateo, tuvieron sus reticencias en cuanto a que pertenecían a razas distintas y que sus costumbres también eran diferentes, pero viendo tanto amor entre los muchachos, no tuvieron inconveniente en darles la bendición.
En los tiempos que corren, hemos de acostumbrarnos, como ya está pasando, en que las parejas que lleguen al matrimonio sean de diferentes razas y culturas, lo único que hace falta es tener buena disposición y buen corazón y saber adaptarse a las circunstancias que concurren en cada país y saber que hay que poner por las dos partes voluntad y entendimiento. Si las cosas han de salir mal, da igual que se sea de otra raza ú otra condición pues en las de la misma también hay desencuentros.

                                        PILAR MORENO 29 abril 2019



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