Había amanecido un precioso día de
primavera. Juan y Josefina, al levantarse y abrir sus ventanas, observaron
aquella mañana que invitaba a salir a la calle. Desayunando, decidieron
prepararse y salir de excursión. Pensaron que el mejor lugar para pasar el día
sería el “VALLE DEL JERTE”, allí estaban ya florecidos los cerezos,
según habían visto por televisión. Nunca habían estado en ese lugar y creyeron
que ese lugar sería el idóneo para pasar el fin de semana.
Tomaron su coche y sin prisa se
encaminaron hacia ese bello lugar.
Cuando llegaron, pudieron observar el
maravilloso valle que se extendía ante sus ojos. Nunca hubiesen pensado que
aquello podría ser tan precioso. Lo pasearon despacio, recreándose en aquella
belleza, pensaban en la cantidad de kilos de cerezas que de aquel lugar podrían
salir y que en aquellos pueblitos, era su único medio de vida, además del
turismo que para ver su querido valle se acercaban todos los años, por ello,
los árboles, eran casi sagrados, no se le permitía a nadie tocarlos pues
cualquier daño que sufriesen, suponía perdidas en el final de la campaña y eso
no se lo podían permitir.
Nuestros amigos, a la caída de la
tarde, fueron hacia el pueblo y allí se alojaron en un pequeño hostal, limpio y
acogedor. Les prepararon una sabrosa cena y pudieron descansar plácidamente en
su dormitorio.
A la mañana siguiente, se levantaron,
se arreglaron y salieron de nuevo a recorrer otra parte que el día anterior no
habían visitado. Sin prisas como a ellos les gustaba, paseaban admirando todo
lo que les rodeaba.
Ya llevaban casi dos horas caminando,
cuando Juan le dijo a Josefina que se encontraba cansado, necesitaba descansar
un rato, parecía que las piernas no le sostenían. Ella asustada, le invitó a
sentarse en el suelo, debajo de uno de los cerezos. Él así lo hizo y ella se
arrodillo a su lado y sacando una cantimplora de su mochila, le dio a beber un
poco de agua. Realmente hacía mucho calor para la época en que estaban y el
calor a Juan nunca le había ido bien.
Josefina, se quedó de rodillas junto a
su marido, esperando a ver si se le pasaba aquel golpe de calor que ella
pensaba era lo que tenía. Él apoyó su cabeza contra el tronco de aquel
maravilloso árbol y sin decir palabra, ladeo el cuello con los ojos cerrados.
De inmediato, su mujer, comenzó a llamarlo por su nombre y el no respondía. Por
más que lo intentaba mover y acariciarle, el no reaccionaba. Ante los gritos
que Josefina comenzó a dar, numeroso publico comenzó a arremolinarse junto a
ellos. Alguien debió de dar aviso y en poco rato aparecía la policía local y
una ambulancia. Comenzaron a practicarle maniobras de reanimación, pero todo
fue inútil. Juan había fallecido. Un fortísimo infarto se lo había llevado para
siempre.
Josefina parecía haberse vuelto loca
del impacto, le pusieron unos calmantes y la metieron en la ambulancia para que
acompañase a su esposo en el último trayecto.
Que final tan triste para un día que
había comenzado con tanta alegría.
Siempre hay que estar preparados, para lo que nos pueda
ocurrir y en cualquier lugar, la de la guadaña no pregunta cuando te viene bien
que te lleve.
PILAR MORENO 4 abril 2019
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