lunes, 29 de abril de 2019

BAJO LA SOMBRA DEL CEREZO



     
          Había amanecido un precioso día de primavera. Juan y Josefina, al levantarse y abrir sus ventanas, observaron aquella mañana que invitaba a salir a la calle. Desayunando, decidieron prepararse y salir de excursión. Pensaron que el mejor lugar para pasar el día sería el “VALLE DEL JERTE”, allí estaban ya florecidos los cerezos, según habían visto por televisión. Nunca habían estado en ese lugar y creyeron que ese lugar sería el idóneo para pasar el fin de semana.
          Tomaron su coche y sin prisa se encaminaron hacia ese bello lugar.
          Cuando llegaron, pudieron observar el maravilloso valle que se extendía ante sus ojos. Nunca hubiesen pensado que aquello podría ser tan precioso. Lo pasearon despacio, recreándose en aquella belleza, pensaban en la cantidad de kilos de cerezas que de aquel lugar podrían salir y que en aquellos pueblitos, era su único medio de vida, además del turismo que para ver su querido valle se acercaban todos los años, por ello, los árboles, eran casi sagrados, no se le permitía a nadie tocarlos pues cualquier daño que sufriesen, suponía perdidas en el final de la campaña y eso no se lo podían permitir.
          Nuestros amigos, a la caída de la tarde, fueron hacia el pueblo y allí se alojaron en un pequeño hostal, limpio y acogedor. Les prepararon una sabrosa cena y pudieron descansar plácidamente en su dormitorio.
          A la mañana siguiente, se levantaron, se arreglaron y salieron de nuevo a recorrer otra parte que el día anterior no habían visitado. Sin prisas como a ellos les gustaba, paseaban admirando todo lo que les rodeaba.
          Ya llevaban casi dos horas caminando, cuando Juan le dijo a Josefina que se encontraba cansado, necesitaba descansar un rato, parecía que las piernas no le sostenían. Ella asustada, le invitó a sentarse en el suelo, debajo de uno de los cerezos. Él así lo hizo y ella se arrodillo a su lado y sacando una cantimplora de su mochila, le dio a beber un poco de agua. Realmente hacía mucho calor para la época en que estaban y el calor a Juan nunca le había ido bien.
          Josefina, se quedó de rodillas junto a su marido, esperando a ver si se le pasaba aquel golpe de calor que ella pensaba era lo que tenía. Él apoyó su cabeza contra el tronco de aquel maravilloso árbol y sin decir palabra, ladeo el cuello con los ojos cerrados. De inmediato, su mujer, comenzó a llamarlo por su nombre y el no respondía. Por más que lo intentaba mover y acariciarle, el no reaccionaba. Ante los gritos que Josefina comenzó a dar, numeroso publico comenzó a arremolinarse junto a ellos. Alguien debió de dar aviso y en poco rato aparecía la policía local y una ambulancia. Comenzaron a practicarle maniobras de reanimación, pero todo fue inútil. Juan había fallecido. Un fortísimo infarto se lo había llevado para siempre.
          Josefina parecía haberse vuelto loca del impacto, le pusieron unos calmantes y la metieron en la ambulancia para que acompañase a su esposo en el último trayecto.
          Que final tan triste para un día que había comenzado con tanta alegría.
Siempre hay que estar preparados, para lo que nos pueda ocurrir y en cualquier lugar, la de la guadaña no pregunta cuando te viene bien que te lleve.

                                        PILAR MORENO 4 abril 2019

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