viernes, 13 de septiembre de 2019

EL LICENCIADO





          Jaime era un joven muy estudioso e inteligente que desde muy pequeño había demostrado su amor por los libros y se esforzaba todo lo posible por sacar las mejores notas. Una vez hubo terminado su carrera, leyó con atención todos los anuncios de aquel periódico que solicitaban trabajadores, se había licenciado en derecho y económicas, por lo que iba buscando cualquier trabajo en el que poder demostrar todo lo que había aprendido a lo largo de sus años de estudio.
          Después de mucho buscar, dio con un anuncio que el pensó que era perfecto para cumplir sus expectativas. Envió su curriculum vitae a la dirección que ponía en el anuncio y no sin dejar de mirar otros anuncios, ya que deseaba trabajar lo antes posible, esperaba con ansiedad que le respondiesen de aquel que él deseaba. Su deseo no tardó en cumplirse.
          El día de la cita con el director de la empresa que lo había citado, se levantó con celeridad, se duchó y afeitó con sumo cuidado para llegar a la entrevista lo más presentable posible. Se encaminó rápidamente para no llegar tarde a la cita y cuando llegó lo hicieron esperar un buen rato por lo que el se iba poniendo nervioso pensando en si se abría equivocado pues allí no había nadie esperando nada más que él.
          De pronto se abrió una puerta y apareció una señorita elegantemente vestida y preguntó si el era Jaime Fernández Muñoz, se levantó al instante y contestando correctamente que ese era su nombre, su corazón comenzó a latir con más fuerza todavía. “El señor director lo está esperando, pase por favor”, le dijo aquella mujer, haciendo un gesto con la mano de que aquel era el camino para seguir.
          Con los nudillos tocó la puerta y pidió permiso para entrar. Era un gran despacho y tras la mesa de este, se hallaba un hombre de mediana estatura, bien vestido, serio, pero a la vez con cara afable.
          -Buenos días D. Jaime, yo soy el director de esta empresa, me llamo Rafael Jiménez Rodríguez y espero que podamos entendernos.
          -Eso mismo espero yo, respondió Jaime.
          He leído su curriculum y me parece excelente, los estudios los hizo usted a través de alguna beca.
          -No señor.
          -Entonces fueron sus padres quien le pagaron sus estudios. Fue mi madre señor. Mi padre desapareció dejándonos solos a mi madre y a mi cuando yo apenas contaba un año.
          -Perdone la pregunta, ¿con que honorarios contaba su madre para poder pagarle a usted una carrera de estas características?
          -Mi madre señor se dedicaba a limpiar casas y a lavar la ropa de todo aquel que se lo pedía, había días que trabajaba toda la noche en casa lavando y planchando para que al día siguiente le pagasen la labor terminada.
          -Su madre ha demostrado ser una gran mujer. ¿usted le ayudo en alguna ocasión en sus tareas?
          -No señor ella no lo hubiera consentido, yo solo debía dedicarme a estudiar para no perder ningún examen. Es por lo que ahora deseo poder acceder al trabajo lo antes posible para poder liberarla de todas esas tareas.
          -Señor Fernández, lo primero que le voy a encomendar es que vuelva usted a su casa y trate de curar las manos de su madre y de hacer unos días las tareas que su madre viene haciendo a lo largo de su vida para darle a usted todo lo que ha conseguido. Dentro de una semana le emplazo para que vuelva por aquí y me diga si ha sido capaz de conseguirlo, entonces hablaremos.
Jaime se fue rápidamente a su casa. Por el camino iba madurando lo que el señor Jiménez le había dicho. El realmente nunca había pensado en los malos ratos que su madre había pasado, en los trabajos tan duros que había tenido que hacer y en los desplantes que había tenido que aguantar, simplemente por ser la asistenta, pero para ella todo era soportable con tal de llevar a su casa el dinero suficiente para el sustento y la educación de su hijo. Para ella era lo más importante, nunca pensaba en ella, jamás le había visto cambiar de ropa, salvo los domingos para ir a misa y era la ropa de hacía infinidad de años y la que usaba si había algún acontecimiento especial, el cual se producía en raras ocasiones, pero a él, aunque sin lujos no le faltó nunca nada.
Al llegar a su casa, se cambió de ropa y cogió a su madre por los hombros y comenzó a besarla, al mismo tiempo la fue acercando hasta el sofá, allí la sentó a su lado y tomándola de las manos, con todo cariño le fue acariciando y frotándoselas. Le dijo que, a partir de ese momento, él haría las coladas y de momento ella no tendría que ocuparse nada más que de descansar. Así lo hizo y fue entonces cuando comprendió todo por lo que su madre había pasado durante tantos años para darle todo lo que ahora él tenía.
El día convenido, volvió a presentarse delante del señor Jiménez, mantuvieron una larga conversación y Jaime le contó todo lo que había hecho por su madre y que había comprendido todo lo mal que ésta lo debía haber pasado durante tantos años. Ahora lo único que le agobiaba era conseguir el puesto de trabajo y poder compensarla de todos los sinsabores pasados.
El señor Jiménez le dijo entonces que el puesto era suyo. Lo que él había estado buscando era una persona que pudiese dirigir a sus empleados, pero siempre que demostrase humanidad, que fuese capaz de ponerse en el lugar de cada uno y comprender las cuitas que cada uno llevaba consigo, a la vez que no se dejase engañar con argucias de gente vaga.

                    PILAR MORENO 





         

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