En aquel
pueblo de poca población, tampoco había demasiado comercio. Si el suficiente
para que los paisanos no tuviesen que desplazarse a la capital; que, aunque no
estaba excesivamente lejos, para muchos de ya avanzada edad suponía un gran
trastorno.
En
algunas poblaciones lo llamaban colmado al almacén que D. Ramón poseía. Era una
tienda en donde por secciones se podía encontrar de todo. Una se dedicaba a las
ropas de cama, mesa, cortinas, visillos, toallas, a todo lo que se pudiese
necesitar para montar un hogar. En otra sección había toda clase de menaje, es
decir cacerolas, loza, vasos, cubiertos. También en otro apartado tenía cosas
de ferretería y ya por último había un apartado de comestibles. Realmente era
un negocio muy próspero.
D.
Ramón un día comenzó a sentirse mal, no sabía que le podía suceder y decidió
antes de nada hacer la encomienda a su hijo Ramoncín, que era el que lo ayudaba
en el comercio de encargarse de todo pues el se iba a ir a la capital al
hospital, el médico del pueblo no daba con la dolencia que tenía y le había
propuesto ir a urgencias a que lo explorasen como debía de ser. Ya no era un
niño y podía presentarse alguna cosa grave inesperada.
Tan
mal se sentía que hubo de ir una ambulancia a recogerlo pues no era capaz de
conducir, no se sentía con fuerzas.
Al
llegar al hospital, lo hicieron rápidamente un triaje para identificar y
priorizar la asistencia de su dolencia y así poder determinar el tratamiento
más adecuado. Lo dejaron ingresado y así durante unos días podían seguir la
evolución del mal que lo aquejaba.
D.
Ramón se resistía a su ingreso pues miraba siempre por los intereses del
negocio y pensaba que su hijo al encontrarse solo le costaría mucho trabajo
atender a todas las áreas del comercio. Pero por más que se resistía, no lo
dejaron salir hasta asegurarse de que lo podría hacer sin problemas.
Los
médicos encontraron a D. Ramón muy cansado, tenía avanzada edad y muy
trabajado, pero lo peor de todo es que le encontraron un cáncer de colon que
debía ser operado con apremio y después hacer un tratamiento de quimioterapia,
nadie de la familia ni de sus paisanos lo hubiese pensado pues parecía
derrochar salud por los cuatro costados.
La
intervención se produjo rápidamente y la recuperación fue muy buena, con
arreglo a la fortaleza que el buen hombre poseía. A continuación, comenzaron
las sesiones de quimioterapia, las cuales superó con éxito.
Cuando le
dieron el alta definitiva, volvió a su casa, más delgado eso sí, pero con los
arrestos de siempre y pasando revista a todo lo que le había encomendado a su
hijo. Vio que todo estaba en orden y se dijo para sus adentros, “Ramón puedes
morir tranquilo, el chico sabe como manejarse”.
Siguió
despacio atendiendo a su negocio, aunque eso sí ya le había dado a Ramoncín su
beneplácito para que el se encargase de todo lo que se había encargado él hasta
ese momento. Se limitaba a atender a los más conocidos y si eran cosas de poco
peso y sencillas.
D. Ramón
vigiló su negocio hasta que su hora llegó a los ciento dos años.
PILAR MORENO 1 JULIO 2020
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