Aquí estoy, sentado en un banco de
una comisaría. Me encontraba paseando tranquilamente por un parque de mi
ciudad, cuando de pronto, unos hombres uniformados, me tomaron del brazo y me
acosaron a preguntas. Yo solo sabía contestar con monosílabos, si, no, vale, no
sé. Entonces me tomaron por los brazos y me hicieron entrar en un coche de la
policía. Yo creía que no había hecho nada incorrecto, pero… de pronto en la
comisaría me encontré.
Aparece de pronto un señor muy
alto, bien arreglado con galones en las mangas o como se diga eso, debe de ser
un jefe, eso he pensado, si es que realmente pienso que ya no lo sé.
Buenas tardes D. Francisco Núñez
Pérez, dijo el hombre muy educado y yo miraba a todos lados sin saber a quien hablaba.
Después de repetirlo varias veces, me da un golpecito suave en el hombro y me
dice, caballero,
-¿ese es su nombre verdad?-
-Cual, contesto,
- pues ese D. Francisco Núñez Pérez,
-no sé.
-¿Cómo que no sabe?,
-no, no lo sé.
-Pues es el que pone en su documento de
identidad.
-Yo no tengo de eso,
-¿Cómo qué no?
-Me lo acaban de entregar los agentes que
lo han traído hasta aquí. Lo llevaba usted en su cartera, junto con la tarjeta
de la seguridad social y una tarjeta de crédito del Banco de Santander.
-Buenoooo, del banco Santander, esos son
unos impresentables, unos sinvergüenzas, te quitan hasta el apellido si les
dejas. Ahí, ahí, es donde dicen que me dan la paga, pero me dan una miseria.
-Usted no tiene hijos
-Pues creo que tuve dos
-Y ¿dónde se encuentran?
-No sé
-Y usted con quien vive?
- Anda coño, pues conmigo
-Y ¿Quién le atiende y le hace la comida?
- Esa, esa, esa de plástico que pone
Santander, es mi mejor amiga y me da todo lo que quiero. Si quiero comer, voy a
donde hay comida, si quiero un dulce, entro donde los venden. Ya me conocen,
llevo años en el barrio y todos me saludan. Adiós Paco, otros dicen ¿Paquito a
dónde vas? Cuando se hace de noche subo al piso y duermo, cuando amanece, si
tengo ganas me levanto y si no me quedo en la cama, hasta que tengo hambre y
entonces me arreglo, eso sí no sin antes darme un buen fregao, que las partes
pudendas hay que tenerlas siempre limpias y frescas.
-Entonces quiere usted decir que ¿vive
solo?
-Ya le he dicho que vivo conmigo, que no
necesito a nadie.
- Bueno D. Francisco
-Y dale, ¿Quién coño es ese fulano que yo
no le conozco?
-Pues es usted, mire es lo que pone aquí en
su documento.
-Bueno pues que ponga lo que quiera
-Y su casa ¿en qué calle se encuentra?
- En la de siempre, yo nunca me he cambiado,
siempre he estado en la misma.
-Bueno Paco, ¿le gusta más que lo llame
así?
-Ve ya nos vamos entendiendo, ese si creo
que soy yo.
- ¿Toma usted alguna medicación?
-No, no, no yo no me drogo que es lo que
hacen los jóvenes de ahora y así están todos de locos. Como yo no tomo nada,
así estoy de sano y fuerte.
-D. Francisco, perdón, Paco si es así como
he de llamarle, ¿le importaría que lo acompañásemos a su casa para ver sus
condiciones de vida y si necesita alguna ayuda?
-Cojones, también vosotros os queréis meter
en mi vida, pues de eso nada. Yo no admito a nadie en mi casa y menos a
cotillear, si yo quiero subir a alguien a mi hogar, tendrá que ser cuando yo
quiera y porque sea mío, pero así por las buenas, nada de nada.
Estaba
claro que el seguir hablando con D. Francisco, no llevaría a buen puerto por
mucho que la policía se lo propusiese.
Le
ofrecieron un chocolate con unos bollos que, parecía ser lo que le gustaba y
entretenerlo en aquel lugar, mientras el comisario hacía unas gestiones, para
acercarse unos agentes al domicilio que ponía en el carnet y comprobar si era
verdad que vivía allí. Hablarían con los vecinos y podrían averiguar si aquel
hombre tenía familia o en realidad estaba solo en el mundo.
Pasado
el tiempo, cuando los agentes regresaron a comisaría, comentaron con el
comisario que, en efecto vivía en aquel domicilio. No estaba solo, con el vivía
una hija que era la encargada de hacerle todas las tareas del hogar. Era
soltera y a su vez enfermera y por las noches se dedicaba a cuidar enfermos
terminales. Como siempre trabajaba con turnos, en los que tenía libres, era
cuando atendía la casa, se encargaba de ponerle a su padre la tarjeta del banco
para que no le faltase de nada. Lo tenía bien limpio y cuidado, pero no hacía
carrera de él. Desde que había fallecido su madre, no lograba que parase en
casa, tenía que comer donde le apetecía y siempre iba diciendo que vivía
consigo mismo.
Los
agentes la citaron para mantener una firme conversación con ella y ver que
podían hacer con aquel hombre, el cual parecía haber perdido un poco el oremus.
Rocío,
así se llamaba la hija, se presentó en comisaría al ser citada por el jefe de
policía. Iba extrañada pues, no sabía que podía haber pasado con su padre. Era
un hombre tozudo, pero enemigo de meterse en problemas, no comprendía que
podría haber hecho, pues era un trozo de pan. En el barrio todo el mundo lo
quería. Era el barrio de toda la vida, en él había nacido, pasado su infancia y
juventud, se había casado con una buena chica del mismo lugar y se quedaron a
vivir en el mismo piso en el que siempre vivió y allí tuvo a su hija la que
ahora era requerida por las autoridades; también había fallecido allí su
querida esposa y a partir de ese momento es donde él parecía estar despistado.
Ella se ocupaba de todo y de que no le faltase nada, pero no estaba solo.
Tenía
muchos conocidos que también se preocupaban por él y si algo raro notaban
enseguida avisaban a Rocío. Los lugares que frecuentaba eran casi a diario los
mismos por eso, ella estaba tranquila.
Cuando
la recibió el comisario en su despacho, comenzó a contarle que habían
encontrado a su padre paseando solo en un parque de aquella zona y era ya
atardecido y los agentes pensaron que podía ser una persona que se hubiese
extraviado y no supiese volver a su casa.
-Sr. Mi padre lleva años haciendo lo mismo
a diario y sabe perfectamente donde vive, si no fuese así yo no estaría tan
tranquila trabajando día y noche para arle todo lo que pudiese necesitar y más.
-Srta. Habíamos pensado que, si no fue de
ese modo, podríamos llevarlo al hospital y valorar su estado mental.
-No es necesario, mi padre no padece
ninguna demencia y sepa usted que está muy bien vigilado en el hospital donde
yo trabajo.
-Me alegra que sea así, porque de otro modo
nos veríamos en la obligación de buscarle una residencia en donde lo pudiesen
atender, como se merece una persona de su edad.
-Pues sr. Comisario, si no necesita nada
más de mi persona, he de abandonar este lugar, mis obligaciones me reclaman y
no son pocas. Le quedo muy agradecida por las molestias que mi padre les haya
podido causar y por su atención hacia él.
-Srta. Rocío, si en algún momento nos
necesita o podemos ayudarle en algo no dude en dirigirse a nosotros que le
atenderemos con sumo gusto Y… cada vez que veamos pasear a su padre, le
saludaremos como se merece y si está en nuestra mano le haremos un rato de
compañía y le acompañaremos en lo que podamos.
-Adiós D. Francisco.
-Coño, como he de decirle que ese no soy
yo. Anda vamos hija que este tío se ha empeñado en ponerme un Don Francisco por
nombre y ya sabes tú que ese no soy yo. ¿O ES QUE NO SÉ QUIEN SOY?
PILAR MORENO 12 agosto 2024
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