Caminaba por la montaña en uno de sus amplios
paseos matinales apoyándose en su cayado para no escurrirse por las piedras,
además le servía para descansar de vez en cuando sin tener que sentarse. Era
una ruta que solía hacer con cierta frecuencia, una ladera en la cual no debía
esforzarse mucho, los repechones eran bastante suaves. Su médico le había
aconsejado no hacer trabajar mucho su corazón, procuraba hacer caminatas que
aunque si le llevasen tiempo, fuesen lo más ligeras posibles. Siempre le había
gustado ir monte arriba, pero eso ahora ya no era posible.
Desde lo alto, divisó la alameda que tanto le
gustaba, no quedaba muy lejos de donde él se encontraba. Siguió caminando y
dirigió sus pasos hacia ese lugar que tan conocido era para él. Se fue
acercando despacio y ¡oh sorpresa! al llegar al lugar, nunca había visto ese
sitio con el follaje tan alto y la cantidad de amapolas que en ese momento
había. Parecía que habían crecido para que solo él recrease su vista. Anduvo un
buen rato por entre las mismas, apreciando ese aroma tan especial que dicha
flor silvestre desprende.
Decidió que estaba cansado y se sentó entre
ellas ¡Que paz sintió y que serenidad, aquello era como estar en el paraíso.
Entonces comenzó a merendar. Una vez hubo terminado, colocó su mochila a modo
de almohada, se tumbó, tomó un libro que llevaba en el bolsillo y comenzó a
leer. Era el lugar ideal para la poesía. Poco a poco, se fue adormeciendo con
el olor de las amapolas.
Días más tarde fue encontrado por los agentes
de la autoridad que lo estaban buscando después de la llamada de su familia
tras su desaparición.
PILAR MORENO 14-5-2013
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