martes, 14 de mayo de 2013

LOS ESPEJOS


Cuenta la leyenda que hace muchos, muchos años en un pueblo cercano a Madrid, había una joven que desde muy tierna infancia, tenía por costumbre admirarse en todos los espejos que a su paso encontraba. Era la hija del terrateniente más importante de la comarca y aunque ella no se veía diferente, siempre presumía de ser la más guapa. Pasaban los años y como es natural crecía y al mismo tiempo, crecía su fealdad y su deformidad, claro está que ella no era consciente de esta última, pues a los espejos que ella tenía acceso, solo podía verse el rostro.
No se explicaba como todas las mozas de su edad, estaban cortejadas ya que se acercaba la edad casadera. Cuando de esto se quejaba a sus progenitores, siempre la decían que se debía a las riquezas de su padre y que ninguno de ellos podía compararse con ellas, por eso ninguno era capaz de osar pretenderla.
Nunca había salido de la comarca pero un día, sus padres fueron invitados a la capital a la fiesta que daban todos los más importantes terratenientes de la provincia. Como es natural ella deseosa de ampliar sus horizontes, les pidió que la llevasen con ellos. No pudieron negarse, al fin y al cabo era una petición muy loable y decidieron llevarla con ellos. También fue en el viaje, la doncella que a su cuidado estaba. Una vez en la ciudad, sus padres debieron de acudir a varias recepciones, a las cuales no les podía acompañar, por lo tanto le autorizaron a salir de su hospedaje, eso sí, acompañada siempre de su criada, para hacer las compras que desease y visitar la ciudad.
En su primera salida, pasaron por un comercio en cuyo escaparate se exhibía un precioso vestido del cual la muchacha quedó prendada. Pasaron al interior y los dependientes le invitaron a probárselo.  Accedió gustosa y al entrar en el probador, ¡“OH TERROR”! ¿quién era esa que estaba ante el espejo? Era su cara, pero ese cuerpo, no se correspondía con ella, nunca se había visto de cuerpo entero. Aquello debía de ser una broma, no podía ser ella.
Salió despavorida de aquel lugar, llorosa, no podía creer lo que había visto, no daba crédito a la imagen que se había reflejado en aquel espejo. Decidió volver a la posada acompañada de su sirvienta sin haber comprado absolutamente nada. En el camino de vuelta, pasaron por una calle muy famosa en Madrid, el Callejón del Gato, una calleja en la que había en una de las fachadas varios espejos. A pesar de la impresión que se había llevado, decidió mirarse en ellos. ¡Dios! ¿Que veía? era su cuerpo, las imágenes más grotescas que jamás había supuesto podrían existir. Era ella misma, pero absolutamente deformada, mucho más de lo que había visto en la tienda de modas de la que había salido a toda prisa. Eso no lo podía soportar, siempre le habían dicho que era una mujer de belleza singular y ahora ante aquellos espejos, se había dado cuenta de que se mofaban de ella, que lo que era en realidad, solo un esperpento.
Decidió encerrarse en su habitación y cuando sus padres llegaron, la doncella les contó lo sucedido. Tocaron a su puerta para consolarla, pero nadie contestó. Cuando pudieron abrir, la encontraron tendida sobre la cama con las venas cortadas.

PILAR MORENO  9-5-2013

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