Transcurría el día con total normalidad, la clase estaba en calma mientras la profesora explicaba la lección en el encerado. Era una clase de niños de entre ocho y nueve años de edad, juguetones como todos los niños, pero la maestra había conseguido con su buen hacer que sus explicaciones los envolviesen de tal manera que parecía estar ella sola ante la pizarra.
Se
abrió la puerta de golpe y un hombre armado hasta las cejas, comenzó a disparar
con ambas manos, hiriendo a varios niños, otros cayeron muertos, algunos, los
que más atrás estaban pudieron esconderse debajo de los pupitres y dejando tirada en el suelo sin vida a la
profesora. Era un desalmado, un asesino sin piedad que gritaba como loco “si yo
no lo puedo tener, los demás padres tampoco”. La seguridad de la escuela, pudo
detenerlo y al llegar la policía, descubrieron que era el padre de un alumno
que había fallecido debido a una penosa enfermedad.
La
escuela se mantuvo cerrada durante algún tiempo. Era muy penoso cuando se
volvió a abrir el recordar lo que allí había sucedido y la falta de los alumnos
y la maestra que ya no estaban en el mundo de los vivos.
Cuentan
que por los pasillos de dicha escuela, a la hora de la matanza, todos los días
se escuchaban llantos lastimeros, así como se veían deambular por los pasillos
sombras de niños y niñas. Eran los espíritus de los fallecidos que se
manifestaban en señal de lo injusto que había sido todo aquello y que no
querían ser olvidados.
PILAR
MORENO – 26-4-2013
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