Aquella mañana, Leroy, salió a correr
por el parque como venía haciendo varios años. Estimulaba todo su cuerpo
aquella carrera tanto con frío como con calor. Al regresar a su casa siempre se
daba una buena ducha con agua tibia, tomaba un café y se dirigía feliz a su
trabajo. Sin embargo, ese día tenía el presentimiento de que no iba a ser un
día corriente, algo en su interior le hacía sentir inquieto.
Al apearse del suburbano en su estación,
anduvo unos cuantos metros y de pronto vio un remolino de personas. Curioso se
acercó y pudo comprobar con gran sobresalto que era su propio jefe el que yacía
tirado en el suelo. Había sufrido un infarto. No podía ser, el Dr. Conrad no
podía morir era su mentor; el hombre que lo había sacado de la Cuba opresora y
le había enseñado todo lo que sabía. Era la mejor persona que había conocido,
había tenido fe en él y le había dado un sitio en su hospital para que
ejerciese la profesión médica que con tanto trabajo había estudiado en su país.
En lo que llegaba la ambulancia, Leroy
no dejaba de pensar que sería de él. Presto se subió con él y se dirigieron
rápido al hospital. Los enfermeros, nada más subirlo a la ambulancia, lo
entubaron y le aplicaron los primeros auxilios con gran presteza. Nada más llegar,
se dirigieron a quirófano y le operaron obteniendo un gran éxito. Leroy
intervino en la operación aunque muy nervioso.
Una vez que el Dr. Conrad salió de
aquel incidente, agradeció a todo el mundo las preocupaciones y las atenciones
que para con él habían tenido, especialmente con Leroy al que realmente tenía
como un hijo.
Leroy, era el que realmente estaba
agradecido de que el Dr. Conrad hubiese sobrevivido pues en aquel hospital,
todavía no llevaba el tiempo suficiente como para conservar su puesto, ya que
todavía no había aprobado la oposición que debía celebrarse para obtener una
plaza fija. De no estar amparado por su mentor, era muy posible que tuviese que
volver a Cuba su país natal, allí sí, tenía sus raíces, pero era muy posible
que en lugar de ser un buen especialista, se viese obligado a ejercer una
medicina rural sin medio alguno, que aunque muy necesaria, era tan precaria,
que carecía de los medios más elementales para poder salvar vidas en las
condiciones pertinentes. Eran ancestrales los recursos con los que allí se
contaba y él en su interior, sabía que no había estudiado con tanto esfuerzo
para no poder ejercer debidamente su profesión por falta de
elementos.
Cada vez que pensaba en su tierra, la
miseria, la pobreza, destrucción, abandono y todo lo que allí estaba
ocurriendo, sentía que aquello era en realidad peor que un desierto. Era esa
tierra sin aire en la que era imposible respirar, en la que los pulmones cada
vez se cerraban más y más, hasta exhalar el último suspiro.
PILAR MORENO 19-7-2013
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