sábado, 20 de febrero de 2016

EL BANCO DE LOS RECUERDOS

Dora desde hacía muchos años se dejaba caer todas las tardes en aquel mismo banco del parque, era el sitio donde tantas veces había soñado con estar junto a su amado Manuel, el día en que fuesen abuelos y mientras sus nietos jugaban, ellos retomar aquel amor que había sido imposible en su juventud. Manuel y Dora, habían tenido un bonito romance de juventud, pero por las circunstancias de la vida y por el miedo a las familias, aquel amor en contra de su voluntad, había tenido que terminar. Después de un tiempo, cada uno rehízo su vida por su lado. Fueron invitados cada uno a la boda del otro, pero ninguno de los dos se sintió con fuerzas de acudir de acudir. Para ellos era muy doloroso ver como su gran amor se convertía en marido o mujer de otros. A su modo y dentro de los recuerdos, fueron felices en sus respectivos matrimonios y cada uno tuvo sus hijos a los que criaron con todo cariño. Cuando había alguna celebración familiar, algún entierro o cualquier evento y no tenían más remedio que volver a verse, se saludaban correctamente, pero ay… esos ojos les traicionaban, esas miradas clavadas en los del contrario proclamaban a los cuatro vientos que aquel amor nunca había terminado, se delataban ellos solos, aunque quisieran disimularlo se ponían nerviosos al estar tan cerca uno de otro. Después de que se iba cada uno a su casa pasaban días de recordar las palabras que se habían dicho. Las repasaban una por una y sacaban de ellas conclusiones que les llevaban a pensar que casa sílaba tenía un sentido dirigido al amor perdido. Así pasaron varios años, hasta que un día sonó el teléfono en casa de Dora anunciándole la muerte de su amado Manuel. Había tenido un grave accidente y había muerto en el acto. De primeras dio un terrible grito y a continuación dejó caer el teléfono al suelo junto con su cuerpo diciendo que no era cierto, no podía ser que él se hubiese marchado sin despedirse de ella. Cómo había sucedido aquella tremenda desgracia. En alguna ocasión habían hablado de cuando fueran abuelos y llevasen a sus nietos al parque, por eso Dora acudía desde entonces a aquel banco y se dejaba caer pensando en lo que podía haber sido de ellos si aquel fatal accidente no hubiese sucedido. Ella se veía cogida de la mano de él y hablando de sus cosas de sus recuerdos más bonitos, de los tiempos pasados y del amor que no les dejaron llevar hasta el final. Ni en la vejez pudieron lograr sus sueños, aunque solo hubiesen podido rozarse las manos, no pretendían nada más, solo estar juntos a ratos en un sitio público donde de nada malo les pudiesen acusar, pero estaba claro que el destino tenía reservado para ellos una separación definitiva. Que nunca volviesen a estar unidos de ninguna de las maneras. Dora sufrió en silencio como lo había venido haciendo tantos años atrás y se quedó con la pena de no haber podido realizar sus más íntimos sueños. PILAR MORENO 13 Febrero 2016

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