martes, 29 de marzo de 2016

EN EL HOSPITAL (CAMINO DEL SILENCIO)

Era el mes de febrero, hacía un frío insoportable, sobre todo para un enfermo. Menos siete grados y medio marcaba el termómetro del coche y eran las ocho de la mañana. Que podía hacer yo para que no se enfriase, poner la calefacción a tope y esperar un rato a que se calentase, calarle el gorro hasta los ojos, el abrigo bien cerrado y la bufanda bien atada tapándole la boca como si fuese un niño pequeño. Teníamos que salir de casa sin otra opción, en el hospital nos esperaban para darle su primer tratamiento. Al llegar al hospital, se termina el problema, meto el coche en el parquin y al subir a la planta lo único que hace es un calor sofocante. En la consulta, nada más llegar comienzan a ponerle en vena diferentes frascos de cosas previas al veneno que han de inyectarle. Siendo la primera vez que iban a aplicárselo, no teníamos ni idea del tiempo que habríamos de estar allí, por ello me dirijo a las enfermeras para que me informen. Muy solicitas me comunican que habría de estar conectado a la máquina unas seis horas por lo que me aconsejan que salga a dar una vuelta y luego vaya a recogerlo. ¿Cómo iba yo a salir a la calle? uf… con el frío que hacía pero después de una hora de estar allí sentada y viendo que solo se me iba a poner el trasero cuadrado de lo dura que era la silla que me habían puesto para acompañarlo, decidí dar una vuelta pero por dentro del hospital. Lo conocería más a fondo pues preveía que por desgracia puedo pasar bastante tiempo en él. Le doy un beso como es mi costumbre y me encamino despacio por los amplios pasillos. Voy viendo y observando a muchas personas, unas solas y otras acompañadas, comentando lo que les han dicho en su consulta, unos llevaban las caras alegres y otros no tanto. De pronto me pongo a pensar en mi problema, me voy concentrando en lo que nos pasa, es una dura situación y aunque desde muy joven he luchado contra viento y marea con grandes problemas, este me supera. Es mi querido esposo el que está ahora luchando con su grave enfermedad, con un duro tratamiento y un incierto final. Sigo despacio recorriendo pasillo tras pasillo sin rumbo determinado. Sin darme cuenta, me encuentro en la planta baja. Ahora en lugar de tanto murmullo de salas de espera, lo que aprecio es el entrar y salir al público, cada uno a sus quehaceres. Sigo ensimismada en mis pensamientos y observo que cada vez me voy encontrando más sola, pero aún así sigo atravesando pasillos. De pronto, me encuentro en uno muy lúgubre en el que no hay nadie, reacciono y observo que no hay ninguna indicación de hacia a donde me dirijo. Miro a todos lados y veo que estoy en el final del recorrido, tan solo una inmensa puerta que me indica que no hay por donde seguir. Sin dudarlo y muy osadamente, abro aquella puerta, todo estaba en absoluta oscuridad, nada se escuchaba, me sobrecogió aquel silencio tan tenebroso, me quedé parada más de pronto siento que la puerta se ha cerrado. No veía absolutamente nada y ahora ¿cómo salgo de aquí? Me dispongo a buscar mi móvil en el bolso para utilizarlo como linterna y tratar de volver a abrir la puerta para salir de aquel tétrico lugar. Es entonces, cuando la puerta se abre de golpe, por ella asoma un joven bien parecido empujando una camilla, en la que iba tumbado un hombre. Sorprendido con mi presencia me pregunta. ¿Señora que hace usted aquí? No lo sé respondo toda nerviosa, Inmersa en mis pensamientos he ido recorriendo pasillos, me encontraba bien en soledad y este último era muy silencioso y sin darme cuenta entré aquí. Pues sepa señora, que está usted en el mortuorio y que este que traigo aquí es un fiambre. Si mira a su alrededor, verá que hay muchos más. Salí despavorida de aquel lugar diciendo por Dios ya decía yo que me dirigía camino del silencio. PILAR MORENO 9 Marzo 2016

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