sábado, 13 de junio de 2020

¿OTRA OPORTUNIDAD?




Marcelina estaba deseosa de que llegase el verano. Volvería a proponer a sus hijos que la dejasen pasar unos días de vacaciones a solas con sus nietos. El pasado año había sido divertido y rejuvenecedor para ella. Pensaba repetir la experiencia. Los niños iban creciendo y ya le darían menos guerra. Se portaban extraordinariamente bien lejos de sus padres que, en realidad, es cuando los niños mejor se portan. Para ella era un festejo poder disfrutar de su compañía. Iba preparando el momento de pedirle a su amiga que volviera a prestarle el apartamento, como el año anterior. No podía pagarle demasiado, era una pensionista sin demasiados posibles, pero estaba segura de que su amiga lo entendía y por una módica cantidad pasarían esos quince días de diversiones.
Ya estaba casi todo arreglado, solo faltaba el consentimiento de sus hijos. Los niños lo habían pasado muy bien con la abuela, por lo que suponía, casi con toda seguridad, que le concederían ese deseo. Al tiempo les serviría a ellos para “librarse” de sus hijos y disfrutar de la soledad que en todo matrimonio viene bien.
Repentinamente, en el mes de marzo, cuando Marcelina casi lo tenía todo previsto, se declara una pandemia. ¿Quién sabía lo que era aquel bicho? Se comenzó a saber que la gente se moría sin remedio. A los niños parecía no afectarles. Sin embargo, a los mayores, la parca, se los llevaba en dos o tres días. Sin tiempo a recuperaciones.
Y ahora ¿Qué? Qué vacaciones podía proponer a sus hijos para escapar con sus chiquillos como ella decía. Se habían cerrado las fronteras. Ni siquiera se podía viajar entre provincias del mismo país. No se podía salir de casa sin mascarillas. Se impusieron horarios desconociéndose el tiempo que aquello, que nadie sabía bien qué era, podría durar. La pena se adueñó de Marcelina. Lloraba sin consuelo. No dejaba de pensar si volvería a ver a sus nietos. Las noticias hablaban del peligro en las personas mayores y de alto riesgo. Ella era una de esas personas.
Los deseos y el desánimo se mezclaban entre sus pensamientos, en los que siempre tenía a José. Aún con el dolor y el pensamiento triste por lo que estaba ocurriendo, recordaba como los niños, el pasado verano, le patalearon y amenazaron con el palo de la sombrilla si se acercaba a su abuela, sin comprender, en un principio, que solo quería ayudarla, pues ella había tomado una copa y le había sentado mal. Qué momentos tan bonitos habían vivido juntos. José ya no estaría nunca más. En el invierno había tomado un viaje sin retorno.
No había perspectivas de que aquello que había sobrevenido tan de repente pudiese terminar. Era ya mediado el mes de junio y todo seguía igual. Los restaurantes apenas servían comidas. Las playas limitadas y guardando unas distancias de seguridad muy extremas. Más y más normas. Marcelina comprendió que era inútil pedir a sus hijos un esfuerzo para que le dejasen viajar con los niños.
Era imposible. Ella misma no se atrevía ni a salir de casa. Tenía miedo. Llevaba más de tres meses sin ver a los niños y no podía arriesgarse a llevarlos de vacaciones en esas condiciones, sería un error imperdonable. La oportunidad de gozar de sus nietos en unas vacaciones a solas con ellos había quedado trancada por aquel bicho. Desconsolada se preguntaba: - ¿Tendré otra oportunidad?
                           PILAR MORENO 10 junio 2020



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