martes, 17 de mayo de 2016

EL SARGENTO DEL OJO REMIRADO Y LA PUERTA FUERA DE LUGAR

Aquel cuartel era un auténtico desastre, nada permanecía en su sitio. Al ser muy viejo, le iban haciendo reparaciones, que más bien eran parches que le ponían. Las baldosas del suelo se levantaban cada dos por tres, los techos se agrietaban y había que meter incluso alguna viga para que no se desplomasen sobre los acuartelados. Las letrinas, excuso decir como estaban y de que época eran. Un día el sargento Buenavista, fue con urgencia a evacuar a una de las letrinas, sin darse cuenta, puso los pies donde debía ponerlos, pero sin apercibirse de que antes había habido alguien que la había usado antes que él. Tomó posición y cuando la hubo hallado, en plena faena, se deslizó suavemente, aterrizando sus posaderas sobre sus excrementos y los que anteriormente había depositado algún desconocido. Henchido de ira, se limpió lo mejor que pudo usando el cubo de agua que había justo al lado para derramarla sobre el agujero a través del cual debían desaparecer los desechos humanos. Todo mojado y con un olor fétido a más no poder, pues también se le había manchado la guerrera y esa era imposible de limpiar en esas circunstancias, salió como un huracán, gritando y maldiciendo a quien le había precedido en tan necesaria acción. Al salir con tantas prisas, tropezó con una puerta que al pobre le habían colocado al paso en mitad del pasillo, de pronto pareció volverse loco, la dio patadas, puñetazos, y diciendo toda clase de improperios en contra de la misma. De todas formas, habría de encontrar al culpable de haber dejado abierta aquella puerta que siempre estaba cerrada, aquello debía de ser una conjura contra él. Cuando llegó a su despacho, mandó que fuesen todos sus soldados a toda velocidad a reunirse con él con el objeto de averiguar quien había sido el culpable de su desgraciado accidente. Como es natural, nadie dijo quien había sido el que se había aliviado antes de que entrase el “BIZCO” como era conocido entre la tropa. Y es que el pobre hombre tenía un ojo casi dentro de otro. Era un ojo que sentía tanta admiración por su compañero que no podía dejar de mirarle, por eso en cuanto había cualquier circunstancia extraña, el sargento era tan propenso a los accidentes. Ya que nadie se declaraba culpable de haber usado la letrina antes de que lo hiciese él, al menos debía decirle quien había cerrado la puerta del pasillo, haciendo que tuviese aquel tropiezo tan gordo, con el que casi se abre una brecha en la frente. Fue entonces, cuando le comunicaron, que no es que la hubiesen cerrado, simplemente es que al tener que arreglarla, no había habido forma de ponerla en su posición, por lo que tuvieron que ponerla del revés. El pobre sargento, no tuvo más remedio que admitir, que su bizquera no le permitía ver ciertas cosas y si tenía la mala suerte de que le cambiasen las cosas de posición, sus ojos se confabulaban y le jugaban estas malas pasadas. PILAR MORENO 14 mayo 2016

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