martes, 24 de mayo de 2016

LA SEGURIDAD DEL CAMINO

Aquel camino, aunque apartado, para mí era muy seguro, conducía directamente a la estación del ferrocarril; en ella yo debía tomar un tren que me condujese a mi destino, una localidad palentina en donde habría de pasar unos días en compañía de unos familiares. Era bastante largo y en un principio, no estaba en exceso transitado, pero casi todo el que lo hacía sabía perfectamente a donde llevaba. Sobre todo, para quien iba andando como era mi caso, evitaba dar un rodeo de más de dos kilómetros. Apresurada caminaba pues llevaba el tiempo justo de llegar a tomar aquel tren, pues si lo perdía tendría que esperar hasta el siguiente que ya no pasaría hasta bien avanzada la tarde. No llevaba mucho trayecto andado, cuando de pronto una voz masculina a mis espaldas, sonó con fuerza. Señorita, no camine tan deprisa, puede tropezar y caerse debido al mal estado del piso. Me volví para ver quién era, su voz era totalmente desconocida para mí. En efecto, aquel sujeto no lo había visto en mi vida. No se preocupe, contesté sin dejar de caminar, conozco bien el terreno y llevo prisa. Bien, contesto el desconocido, al menos déjeme que le ayude con la maleta, tiene pinta de pesar bastante y así usted andará más ligera. Sin más dilación, se puso a mi altura y tomó mi maleta en su mano sin que yo pudiese retenerlo. Un suave roce en mi mano con la suya, me hizo ver que era una mano fina, no desgastada ni tosca por un trabajo duro. Se le veía educado y con ganas de hablar: ¿Hacia dónde se dirige? Voy a la provincia de Palencia Qué casualidad, yo también voy a esa ciudad. Yo la pasaré de largo, me dirijo a Cervera de Pisuerga, es donde me esperan mis familiares. Bueno pues al menos hasta la Ciudad, haremos el camino juntos si no le molesta. ¿Cómo iba a molestarme, el tren es de todos? Mujer, lo digo pues así nos haremos compañía y podremos charlar mientras dure el trayecto. Está bien si así lo desea, por mi parte no hay ningún problema. Llegamos a la estación, sacamos el billete en la taquilla y nos dirigimos al andén en donde el convoy ya estaba formado. Subimos a nuestro vagón y nos acomodamos en los correspondientes asientos. Señorita: hemos hecho ya un recorrido charlando y todavía no nos hemos presentado, creo que ya es hora de que lo hagamos. Yo me llamo Daniel y usted. Yo soy Paula, encantada de conocerlo. Aquí comenzó nuestra andadura ferroviaria, con una conversación fluida y sencilla, me contó que era veterinario y se dirigía a una feria de ganado que había en esa provincia, debía examinar unos animales que un cliente había adquirido y claro quería que estuviesen en las mejores condiciones. Estaría allí no más de tres días. Yo le conté que era una humilde secretaria y que iba a visitar a mi familia, aprovechando unos cuantos días que había tomado de vacaciones. Intercambiamos impresiones y la verdad es que el viaje resultaba muy ameno. Cuando el tren comenzó a internarse en la gran estepa castellana, comenzamos a ver a través de las ventanillas, los grandes campos llenos de espigas con ese amarillo inconfundible y entre ellas, salpicadas rojas amapolas, lo que convertían aquel paraje en un sitio idílico, unas vistas de kilómetros y kilómetros alfombrados por aquellos colores primaverales, nunca olvidaría aquel paisaje. Mientras mirábamos el maravilloso panorama, de vez en cuando se cruzaron nuestras miradas, sonreíamos sin decir nada. Esto sucedió varias veces, por eso me pude fijar en la serenidad de aquellos ojos acastañados, esa limpia y cálida sonrisa. Era una persona encantadora o al menos así me lo pareció a mí. Ya el tren se iba acercando a Palencia y entonces fue cuando me dijo: Paula: te importaría darme tu teléfono, yo te doy el mío y podemos estar en contacto estos días y si me es posible por sobra de tiempo, me acercaría hasta donde tú te encuentres y podríamos dar un paseo juntos. Dije sí, casi sin pensarlo, estaba impactada por la amabilidad y caballerosidad de aquel muchacho. Casi estaba deseando de que me lo pidiese. Llegada su estación, me pidió permiso para darme un beso de amigos antes de apearse con la promesa de llamarme y si no era posible en esos días, quedaríamos sin falta a mi regreso. El resto del viaje, lo hice como flotando en una nube, se me había hecho cortísimo cuando en otras ocasiones me había aburrido como una ostra y deseaba con todas mis fuerzas que pasasen los tres días para recibir aquella llamada pues estaba completamente segura de que se produciría. Creo que ahí fue donde me di cuenta de que había encontrado al amor de mi vida. PILAR MORENO 22 mayo 2016

No hay comentarios:

Publicar un comentario