sábado, 8 de octubre de 2016

EL DULCE SILENCIO


 

 

       Un día de agobiante calor, desde que amanece el día sudando sin parar “Dios mío” ¿Por qué no haces que el tiempo refresque un poco? Con la de cosas que yo tengo que hacer y lo único que me apetece es tirarme al suelo que es lo que parece estar más fresco en toda la casa.

          No me queda más remedio que ponerme a faenar es un día un poco especial, el abuelo es decir mi marido cumple años, además hace dos días que ha salido del hospital después de haberse sometido a una intervención quirúrgica de bastante riesgo y todo ha salido bien, para celebrarlo nos vamos a juntar a comer toda la familia. Es un día de gran alborozo y de alegría, también celebramos los cuarenta y cuatro años de matrimonio, los hermanos van a verse después de varios meses ya que el mayor trabaja fuera de España. Los primos hace un año que no se han visto y todos están como locos de poder jugar juntos.

          Las cosas no comienzan muy bien, llamo a la madre de mi nieto para que me lo deje para pasar el día y de entrada me dice que no me lo deja y que si los primos no se ven pues ya se verán en otra ocasión. Claro está mi berrinche es monumental y lo guardo dentro de mí para no estropear el día a los demás sobre todo a mi hijo que lógicamente le sienta a cuerno quemado que su ex mujer no le deje a su hijo para pasar un día en familia, cuando el niño lleva con su familia mes y medio y pasará el resto del verano con ellos.

          Tragando quina como si fuese veneno recibo a mi otro hijo con su esposa y a mis nietos que traen una alegría inmensa de venir a casa de los abuelos. Son tres ángeles que corretean por la casa sin parar, cada uno exhibiendo sus gracias y dándonos todo el cariño del mundo. Son inmensamente cariñosos y estaban muy contentos puyes el abuelo ya podía jugar con ellos dentro de unas limitaciones.

          Llegada la hora de la comida, como de costumbre ya tengo todo dispuesto para poder sentarme, aunque solo sea un ratito chiquitín con el resto de la familia, pues como todo el mundo sabe el ama de casa está constantemente levantándose de la mesa para servir y traer a la misma todas las cosas que se han olvidado.

El día transcurre con normalidad, los niños son muy felices y yo también, juego con ellos todo lo que puedo pues al día siguiente se marchan de vacaciones y son días que me restan de los dos meses que están en España. Vas de un lado a otro atendiéndoles en todas sus peticiones. Sacas juguetes y más juguetes, escuchas sus gritos, su alegría y los pitidos y diversos sonidos musicales de los innumerables juguetes (que por cierto no sé por qué cuanto más estridentes son más les gustan). Ya a última hora de la tarde, el más pequeño decide ponerse a tocar la batería, por cierto, con mucha gracia y bastante buen sonido para solo tener cuatro años. Según el tocaba una canción y cuando se suponía que la había terminado, se levantaba de su banqueta y saludaba. La verdad es que, para comérselo, pero el condenado estuvo más de una hora dándonos la vara con dicho instrumento y como veía que hacía gracia más la aporreaba.

Cuando llega el momento en que deciden marcharse, como están muy bien enseñados recogen todos los trastos que habían sacado, pero lo hacen a su manera. Al quedarnos en la soledad, el abuelo lógicamente está agotado y decide cenar y acostarse. Yo lo ayudo para que esté lo más cómodo posible dadas las circunstancias y una vez acomodado, comienzo a recoger a mi manera todo lo que no había quedado en su lugar, entre otras cosas cocina, comedor, habitación de juegos, etc. Etc.

Decido por fin que después de un largo día ha llegado la hora de acostarme. Es entonces cuando hago balance de todo lo ocurrido durante el día, de lo feliz que me he sentido con mis tres niños, con mis hijos juntos y dando gracias a Dios por habernos permitido pasar un buen día, aún con la falta del otro nieto.

Al tumbarme en la cama y cerrar los ojos, es cuando aprecio lo que es el dulce silencio que me rodea.

 

PILAR MORENO 30 septiembre 2016

 

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