Una calurosa tarde de verano salí
a pasear. De pronto me encontré con una gigante tienda de chinos la cual nunca
había visto, aunque si me habían hablado de ella.
Observé su escaparate y pensé
para mis adentros, esto es un bazar en toda regla, aquí tiene que haber de
todo. Como una limpia no será, pero curiosa un montón, decidí entrar a dar una
vuelta por su interior y ver si todo era tan interesante como me habían
contado. Comencé a pasear por todos sus pasillos y a fijarme en todo lo que
allí se exponía, realmente era tremendo, si por fuera parecía grande por dentro
aquello era un mundo.
Allí se podía encontrar de todo
lo inimaginable, constaba de tres plantas en las cuales te ibas sorprendiendo
pues realmente estaba todo muy bien organizado, distribuido por secciones,
precios muy asequibles a cualquier bolsillo. Era difícil salir de allí sin
haber comprado algo, todo era apetecible sobre todo para las que tenemos la
mano un poco suelta.
A la entrada un chinito de no mas
de quince o dieciséis años ya me ofreció una cesta y aunque le comenté que solo
iba a mirar, me dijo no importa, tu lleval por si necesital. Ya sabía que de
allí no saldría con las manos vacías. Después de haber dado una buena vuelta
por la planta sótano en la que hay cantidad de flores artificiales, subí por
una escalera bastante incómoda a la planta principal. Allí comencé mi
recorrido, pasillo por pasillo y como era de esperar piqué. Unas bombillas que
recordé tenía fundidas en la terraza; seguí mi camino despacio pues se estaba
fresquito y con el calor que en la calle hacía, era una forma de pasar el rato.
No tenía prisa, mi condición de viuda me permite gastar el tiempo en lo que más
me apetezca.
Una vez terminada esa planta,
decidí acceder a la superior, allí debía de haber mucho más en lo que recrear
la vista y quizás gastar algún euro más. Cuando iba a comenzarla subida a la
escalera, el chinito se acercó a mí y me dijo “hay ascensol más cómodo pala
ti”, no lo dude ya que las escaleras son uno de mis peores enemigos. Me acerqué
a donde el chinito me había indicado, pulsé el botón y aunque tardo algunos
segundos en llegar, cuando lo hizo se abrieron las puertas y accedí a él.
Mi sorpresa fue que una vez
cerradas las puertas, aquel artefacto no se movía. Más que un ascensor parecía
un montacargas de un viejo hospital en el que suben y bajan los cadáveres o al
menos eso me pareció a mí. Comencé a tocar los botones y aquello ni subía ni
bajaba, no se abrían las puertas y mis nervios comenzaron a aflorar.
De pronto toque un botón y por un
altavoz alguien contestó en chino. No lo podía creer, encima no me iban a
entender. Dije educadamente que me había quedado encerrada, que me sacasen de
allí. Volvió a contestar el chino en su idioma y bastante airado. Yo no podía
más, estaba al borde del infarto. De pronto; se abren las puertas entres dos
pisos y yo chillo y sin pensarlo de donde salía salta un chino ya mayorcito,
con los ojos tan rasgados que parecía que se quería despertar y no podía.
Aquellos ojos parecían dos puñaladas en un tomate y el jodio se pone en su
idioma a señalar el suelo como si yo hubiese infringido alguna ley, pero con
muy mal humor y claro está yo sin entender nada de nada.
En el suelo de aquel ascensor por
llamarlo de alguna manera, había unas marcas señaladas con papel adhesivo.
Cuando por fin llegué a la caja para abonar las bombillas compradas, la cajera
que era española me preguntó que había pasado y le expliqué mi versión pero que
no entendía el enfado del chino. Me comentó que esas marcas señaladas no se
debían pisar pues descontrolaban el manejo de aquel aparato. No lo entendí,
pues un ascensor se supone que es para elevar a las personas y cualquier
defecto puede ser muy peligroso, incluso mortal.
No se si le habrá vuelto a pasar
a alguien más. Yo solo sé que me juré no volver a ese comercio por cosas
bonitas y baratas que tengan.
PILAR MORENO 23
octubre 2021
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