Habían comenzado las vacaciones de verano, nos habíamos juntado unos cuantos amigos para merendar, antes de marchar a la playa. Haciendo planes, para los siguientes días, decidimos ir al siguiente día a pasarlo al Zoo. Preparamos por la mañana unos bocadillos y acoplándonos en los coches de los que disponíamos a ir al lugar que el día anterior habíamos decidido. Emprendimos la marcha todos contentos y alegres.
Que día tan bueno estábamos
pasando, ese zoo era el más bonito de toda España, se encontraba en Madrid.
Aunque vivíamos en un pueblo de la comunidad autónoma, yo lo había visitado en
varias ocasiones, pues me encantan los animales.
Visitamos todas las jaulas de los
animales más comunes, también los terrarios, a los animales más exóticos y
dejamos todos puestos de acuerdo, en visitar en último lugar el foso en donde
se encuentran los monos. Son los animales más simpáticos y agradables, hacen
reír con sus gestos y maneras a todos los que se acercan a verlos. Los
movimientos que hacen bajando hacia abajo y subiendo hacia arriba en las gradas
que hay dentro de su fosa, hacen las delicias de los visitantes. Se portan como
niños pequeños haciendo travesuras, exhibiendo su falta de pudor, atacando a
las monas que son de su agrado.
Se comenzó a hacer tarde y
pensábamos que cerrarían en poco tiempo y nos echarían de aquel recinto. Como
ya he comentado en alguna ocasión, tengo facilidad para despistarme, estaba
entusiasmada viendo como una de las monas, amamantaba a su bebé, al tiempo que
la quitaba los piojillos o pulgas que tuviese. Era como si lo estuviese
aseando. Yo pensaba en si algún día tenía hijos, sería capaz de cuidarlos con
el amor que se vía en aquel animalito. Fui siguiendo los pasos que la mona daba
por aquel recinto, con su hijito en los brazos, besándolo y acariciándolo y
buscaba sin lugar a duda, meterse en el cubículo en donde debían descansar.
Mis amigos fueron andando,
dirigiéndose a la salida. Sin darse cuenta y no acordándose de mi despiste,
llegaron a la salida y justo cuando habían salido, cerraron las puertas.
Pensaron que les seguiría, pero, aquello no ocurrió. Cuando quise darme cuenta
comenzaba a hacerse de noche y yo estaba muy perdida. Comencé a dar vueltas
buscando la salida, pero, mis esfuerzos fueron infructuosos. Al fin la encontré
pero era demasiado tarde estaba cerrada con grandes cerrojos y no había forma
de salir de allí.
Volví hacia dentro pensando que
iba a ser de mí en aquella noche. No se veía a nadie por los paseos, ni
guardas, ni cuidadores, nadie a todo el mundo se lo había tragado la tierra. No
tenía miedo, pero, si hambre y sueño pues el día había sido largo y solo
pensaba en donde podría refugiarme pues, aunque era verano, las noches
refrescaban y mi barriga pedía algo con que llenarla. Seguía caminando, buscaba
alguna jaula en la que colarme con la intención de pernoctar en ella y a ser
posible robarle algún alimento a su ocupante.
Esperaba no confundirme y meterme
en la jaula de los leones o los tigres, los más peligrosos. Al final encontré
una pequeña abertura en la jaula de los elefantes, logré penetrar por ella y
hacerme con varias piezas de fruta y verdura que les habían echado para que
cenasen. Ninguno hizo intención de atacarme, pero, el problema después era que
para dormir ellos seguían a la intemperie y yo necesitaba un sitio que
estuviese un poco blando para poder descansar y no pasar frio.
Por la misma abertura volví a
salir, caminando con la luz que me proporcionaba mi móvil, seguía caminando
despacio y sin hacer ruido, no quería que ningún animal me escuchase y se
alborotase. Después de mucho caminar, logré encontrar el recinto en donde se
encontraban los burros, ahí decidí colarme. La vaya que los protegía no era
alta y pude saltarla con facilidad. Una vez dentro y con mucho sigilo fui
buscando la parte que estaba cubierta en la parte alta y estaba llena de paja.
Ellos estaban tumbados y dormían plácidamente ya que estaban acostumbrados a
esos horarios y en cuanto se hacía de noche, se tumbaban a esperar el amanecer
del nuevo día.
Había un borriquillo pequeño el
cual estaba muy bien situado y sin pensarlo, me tumbé a su lado, desprendía un
calorcito agradable y aunque el olor no era tan agradable consiguió hacerme
dormir como un bebé. La cama no era muy blanda, pero era lo mejor que había
podido encontrar.
Una vez más mi despiste me había
jugado una mala pasada. Mis amigos, habían llamado al zoo varias veces diciendo
que me había perdido y estaba encerrada allí dentro, se lo tomaron a broma y no
hicieron caso alguno.
PILAR
MORENO 6 noviembre 2023
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