Corría el año 1971 cuando
tomamos un tren que se ponía en marcha muy despacio y que tendría diversas
paradas a lo largo de los años. Nosotros decidimos que siempre juntos no nos
bajaríamos ni tan siquiera en un apeadero, seguiríamos así hasta final de
trayecto.
Pasaron miles de
estaciones ante nuestros ojos, pero nosotros seguíamos a nuestro aire, no nos
preocupaba la marcha de aquel tren que iba recorriendo su camino con toda
normalidad. Habíamos construido en el nuestro hogar, tuvimos hijos, los
educamos y les dimos todo lo mejor que estaba a nuestro alcance y éramos
felices; todo lo felices que se puede ser mientras se recorre una vida llena de
trabas y dificultades, pero, nuestro tren seguía en marcha con su chacacha,
chacacha, nos hacía la vida agradable. Veíamos como había gente a nuestro
alrededor, se iba quedando en algunas estaciones, como fueron abuelos, padres,
amigos etc..
A
principios de dos mil cinco, mi persona tuvo la mala ocurrencia de encontrar un
apeadero, en el cual me baje y si me descuido pierdo aquel valioso tren. Por lo
pelos lo tomé ya en marcha, pero pasé un susto muy fuerte y mi familia lo mismo
al pensar que lo perdía. Todo pasó y ese mismo año casamos a mi hijo mayor y al
poco tiempo al pequeño. El viaje seguía transcurriendo con normalidad,
comenzaron a llegar los nietos y todo era paz y alegría en nuestro vagón.
Siempre
íbamos sentados frente a frente, nos encantaba mirarnos a los ojos, tomarnos de
las manos, conversar de cualquier tema, nos contábamos absolutamente todo,
había una perfecta comunión entre los dos.
Nos
hacíamos mayores, salíamos a cenar con amigos y después a bailar, fueron unos
años muy bonitos los que pasamos mientras nuestro tren seguía con su marcha
lenta.
A
finales de dos mil quince, le fue diagnosticada la maldita enfermedad, a partir
de ahí, el tren comenzó a rodar más deprisa por sus railes, un día encontró un
apeadero y se bajó con el convoy casi en marcha, pero como este no iba demasiado
rápido le dio tiempo a volver a incorporarse a él.
Hubo
dos episodios más en los que también se bajó del tren, pero, haciendo grandes
esfuerzos lo pudo retomar. En esta ocasión, ese tren comenzó a desplazarse más
rápido. Seguíamos sentados frente a frente, sus ojos iban vaciándose de luz
propia, se iban apagando, ya su mirada no tenía brillo ni el candor de siempre.
Su
garganta emitía sonidos guturales, los cuales solo yo creía entender y sus gestos
me pedían caricias, besos. Sus manos enlazadas con las mías, las llevaba a sus
labios y no paraba de besarlas. ¡Cuán ciega estaba! Pensaba que se iba a bajar
del tren, pero volvería a cogerlo en marcha como en otras ocasiones, pero no me
daba cuenta de que se estaba despidiendo de mí, me decía adiós, que se apearía
de aquel tren para nunca más cogerlo. Así lo hizo, fue bajándose despacio, muy
despacio y ya sin fuerzas para agarrarse a la barandilla, se dejó caer mientras
yo envuelta en llanto, lo veía alejarse para nunca más volver.
Ese
tren sigue caminando por las vías de la vida, pero ya nada es igual, pasará
mucho tiempo antes de que yo pueda dejar de pensar en esa despedida, dulce,
tierna, que sin palabras me lo expresaba todo, lo que yo signifiqué en su vida.
PILAR MORENO 9
noviembre 2018
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