Elvira procedía de una
familia humilde y como tantas chicas de esa época le gustaba mucho estudiar,
pero las posibilidades de su familia eran escasas por lo que no podían
permitirse darle una carrera como a sus padres les hubiese gustado y ella
hubiese sido feliz con ello.
Como
única salida sus padres decidieron enviarla a un convento de religiosas y en él
se educaría como una verdadera señorita y a cambio de algunas labores que
pudiese proporcionar a las monjitas, era probable que la dejasen estudiar lo
que ella quería.
Se
lo propusieron a Elvira y ella accedió sin poner ningún problema pues era una
chica de lo más obediente y nunca haría nada que pudiese disgustar a sus
progenitores. Prepararon su viaje a la ciudad, no sin antes haber olfateado en
que convento podría estar mejor, cuando lo tuvieron decidido, el padre la acompañó
para entregársela a las hermanas en custodia.
Una
vez se hubo incorporado al convento, la madre superiora le puso al tanto de las
tares que debería realizar, no eran fáciles, pero a cambio, le dejaban
matricularse en la escuela de enfermería, con lo cual así podría formarse en
esa especialidad. Antes de partir para la escuela, debería dejar fregada toda
la loza que se utilizaba para los desayunos, barrer y fregar el refectorio,
como es natural dejar impoluta su celda, además de recoger los huevos que
habían puesto las gallinas el día anterior y por supuesto haber rezado las
oraciones matinales. La pobre chica vivía sin vivir en ella, pero era tanta la
ilusión que tenía por estudiar, que, aunque no durmiese le merecía la pena
hacer todos aquellos trabajos, pues para estudiar, tenía que quitarse horas de
dormir aunque fuesen muy pocas las que disponía para ello.
Como
correspondía a una chica de su edad, conoció a otras chicas y se divertía con
ellas cuanto podía. Se hizo amiga de Isabel, una chica algo mayor que ella y
con mucho mundo. Pasado el tiempo, esa amistad, se fue convirtiendo en algo
más, se sentían muy a gusto la una con la otra y cuando quisieron darse cuenta
habían comenzado una relación amorosa.
Esa
relación claro está, que en el convento no podía ni mencionarla. Las hermanas
pensaban que ella solo salía del convento para estudiar. Llegó un día en que le
dijeron que, ya que estaba en la casa del Señor y le estaban costeando los
estudios, debería tomar los hábitos, claro está siendo novicia un tiempo antes.
No podía creer Elvira lo que la estaban proponiendo, ¿Qué iba a ser de su vida
si ella no tenía vocación religiosa?
Cuando se lo contó a Isabel,
esta montó en cólera, quien se habían creído esas señoras que eran para
disponer de su vida de esa forma.
¿Y tus padres que dicen?
Pues están conformes,
piensan que así seré feliz y nunca me faltará de nada.
De eso nada, mientras yo
viva, nunca te ha de faltar nada, eres el amor de mi vida y te protegeré hasta
el final.
Llegó el momento de tomar
los hábitos y cuando Isabel fue a presenciar la ceremonia, como regalo le llevó
a Elvira un teléfono móvil para que lo tuviese oculto y por las noches, en el silencio
de su celda, pudiesen comunicarse las dos, hasta ver como podían salir de
aquella situación. No debían prolongarse mucho en el tiempo deberían decidir
que hacer antes de que le pusiesen los hábitos definitivos.
Todas las noches Elvira,
llamaba a Isabel ya que esta no podía hacerlo pues no se podía escuchar el
sonido del teléfono. Le contaba todo lo acontecido durante el día y la pena que
sentía de no poder verse con ella a diario como hacían antes, ni besarse ni
tocarse como gustaban de hacer.
Una noche cuando estaban
en plena conversación, se abrió la puerta de la celda y apareció la madre
superiora, de un manotazo, arrancó el teléfono de la mano de Elvira y se lo
confiscó. Iba a ser castigada por aquella desobediencia y tampoco podría volver
a ver a Isabel ni salir más a la calle. Sería trasladada al convento de
clausura que tenía esa congregación en otra ciudad. Lo harían de inmediato,
aquello no se podía permitir.
A la mañana siguiente,
después de haber estado toda la noche pensando y llorando amargamente, a la
hora del desayuno, cuando estaban todas las hermanas desayunando en el
refectorio, Elvira, sin pensarlo dos veces, tomó el cuchillo que estaban
utilizando para cortar las rebanadas de pan y se lanzó con toda rabia contra la
madre superiora, clavándoselo directamente en el corazón.
En el mismo instante, la
mujer cayó al suelo y por más que trataron de reanimarla murió rápidamente. La
puñalada era mortal de necesidad.
Elvira salió corriendo del
convento, pero, las otras hermanas habían dado parte a la policía y claro está
no era muy frecuente ver a una monja corriendo desesperada por la calle. Fue
detenida de inmediato y tras un juicio rápido, pasó el resto de sus días tras
las rejas de una celda, pero esta vez de la cárcel.
PILAR MORENO 9 noviembre 2018
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