Sócrates fue un individuo
del cual se conocían pocas cosas, de su vida y de su biografía. Solo que fue
hijo de una comadrona Faenarete y de un escultor Sofrónico, emparentado con
Arístides el Justo. En su juventud siguió el oficio de su padre y recibió buena
instrucción, es posible que fuese discípulo de Anaxágoras y también que
conociera las doctrinas de filósofos de la escuela de Pitágoras.
Aunque no participó directamente en la política, cumplió
siempre con sus deberes ciudadanos. Sirvió en varias batallas, en episodios de
las guerras del Peloponeso en las que dio muestra de resistencia, valentía y
serenidad extraordinarias. Salvó la vida de Alcibíades, quien saldó su deuda
salvando la vida de Sócrates en la batalla de Delio.
Contrajo matrimonio a una
avanzada edad con Xantipa, quien le dio dos hijas y un hijo. En cuanto a su
apariencia física se le reconocía como bajito, rechoncho, de vientre prominente,
ojos saltones y labios gruesos, al mismo tiempo que se le atribuye un aspecto
desaliñado.
Lo que se sabe de Sócrates
es a través de tres contemporáneos suyos, Jenofonte, el comediante Aristófanes
y el filósofo Platón.
La Mayéutica: Al parecer, durante
buena parte de su vida, Sócrates se habría dedicado a deambular por las plazas,
mercados, palestras y gimnasios de Atenas, donde tomaba a jóvenes aristócratas
o a gentes del común (mercaderes, campesinos, o artesanos), como interlocutores
para sostener largas conversaciones, con frecuencia parecidas a largos
interrogatorios. Este comportamiento, sin embargo, correspondía, a la esencia
de su sistema de enseñanza, la mayéutica.
Este método, llevaba al
interlocutor a alumbrar la verdad que llevaba alojada en su alma, por medio del
dialogo, en el que el filósofo proponía una serie de preguntas y oponía sus
reparos a las respuestas recibidas, de modo que al final fuera posible reconocer
si las opiniones iniciales del interlocutor eran de una apariencia engañosa o
un verdadero conocimiento.
Sus conversaciones
filosóficas, al menos tal y como quedaron reflejadas en los Diálogos de Platón,
Sócrates sigue, en efecto, una serie de pautas precisas que configuran el
llamado diálogo socrático. Comenzaba las conversaciones alabando la sabiduría
de su interlocutor y presentándose a si mismo como un ignorante; tal
fingimiento es la llamada ironía Socrática, que preside la primera parte del
dialogo. En ella Sócrates proponía una cuestión ejem: ¿Qué es la virtud? Y
elogiaba la respuesta del interlocutor, pero luego oponía con sucesivas preguntas
o contraejemplos sus reparos a las respuestas recibidas, sumiendo en la
confusión al interlocutor que acababa reconociendo que no sabía nada sobre la
cuestión.
Al prescindir de las
preocupaciones cosmológicas que habían ocupado sus predecesores desde los
tiempos de Tales de Mileto, Sócrates imprimió un giro fundamental en la
historia de la filosofía griega.
El ser humano aspira a la
felicidad, y hacia ello encamina sus acciones. Sólo una conducta virtuosa
proporciona la felicidad. Y de entre todas estas virtudes la más importante es
la sabiduría, que en ella se incluyen las restantes.
La sabiduría, la virtud y
la felicidad son inseparables. Conocer el bien nos lleva a conocer la conducta
virtuosa y la conducta virtuosa conduce a la dicha. La vida virtuosa lleva al
equilibrio y la perfección humana a la libertad interior y a la autonomía
respecto a lo que nos esclaviza y mediante ella se consigue la paz en el alma,
el gozo imperturbable, la satisfacción interior que nos acerca a lo divino.
Con su conducta Sócrates
se granjeó enemigos que, en el contexto de la inestabilidad en la que se
hallaba Atenas tras las guerras del Peloponeso, consideraron que su amistad era
peligrosa para aristócratas como sus discípulos Alcibíades o Critías, acusado
de impiedad y de corromper a la juventud, fue condenado a beber cicuta después
de que, en su defensa, hubiera demostrado la inconsistencia de los cargos que
se le imputaban. Según relata Platón en la apología que dejó de su maestro,
Sócrates pudo haber eludido la condena, gracias a los amigos que aún
conservaba, pero prefirió acatarla y morir, pues como ciudadano se sentía
obligado a cumplir la ley de la ciudad, aunque en algún caso, como era el suyo,
fuera injusta; peor habría sido la ausencia de ley. La serenidad y la grandeza
de espíritu que demostró en sus últimos instantes, están vivamente narradas en
las últimas páginas de Fedón.
En los tiempos actuales,
lo hubiesen acusado de pederastia, lo habrían juzgado rápidamente y lo hubiesen
soltado de inmediato por no ser peligroso y a la semana podría haber estado
otra vez charlando con la juventud.
PILAR MORENO 3 noviembre 2018
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