martes, 6 de noviembre de 2018

QUE FUE DE SÓCRATES




Sócrates fue un individuo del cual se conocían pocas cosas, de su vida y de su biografía. Solo que fue hijo de una comadrona Faenarete y de un escultor Sofrónico, emparentado con Arístides el Justo. En su juventud siguió el oficio de su padre y recibió buena instrucción, es posible que fuese discípulo de Anaxágoras y también que conociera las doctrinas de filósofos de la escuela de Pitágoras.
       Aunque no participó directamente en la política, cumplió siempre con sus deberes ciudadanos. Sirvió en varias batallas, en episodios de las guerras del Peloponeso en las que dio muestra de resistencia, valentía y serenidad extraordinarias. Salvó la vida de Alcibíades, quien saldó su deuda salvando la vida de Sócrates en la batalla de Delio.
Contrajo matrimonio a una avanzada edad con Xantipa, quien le dio dos hijas y un hijo. En cuanto a su apariencia física se le reconocía como bajito, rechoncho, de vientre prominente, ojos saltones y labios gruesos, al mismo tiempo que se le atribuye un aspecto desaliñado.
Lo que se sabe de Sócrates es a través de tres contemporáneos suyos, Jenofonte, el comediante Aristófanes y el filósofo Platón.
La Mayéutica: Al parecer, durante buena parte de su vida, Sócrates se habría dedicado a deambular por las plazas, mercados, palestras y gimnasios de Atenas, donde tomaba a jóvenes aristócratas o a gentes del común (mercaderes, campesinos, o artesanos), como interlocutores para sostener largas conversaciones, con frecuencia parecidas a largos interrogatorios. Este comportamiento, sin embargo, correspondía, a la esencia de su sistema de enseñanza, la mayéutica.
Este método, llevaba al interlocutor a alumbrar la verdad que llevaba alojada en su alma, por medio del dialogo, en el que el filósofo proponía una serie de preguntas y oponía sus reparos a las respuestas recibidas, de modo que al final fuera posible reconocer si las opiniones iniciales del interlocutor eran de una apariencia engañosa o un verdadero conocimiento.
Sus conversaciones filosóficas, al menos tal y como quedaron reflejadas en los Diálogos de Platón, Sócrates sigue, en efecto, una serie de pautas precisas que configuran el llamado diálogo socrático. Comenzaba las conversaciones alabando la sabiduría de su interlocutor y presentándose a si mismo como un ignorante; tal fingimiento es la llamada ironía Socrática, que preside la primera parte del dialogo. En ella Sócrates proponía una cuestión ejem: ¿Qué es la virtud? Y elogiaba la respuesta del interlocutor, pero luego oponía con sucesivas preguntas o contraejemplos sus reparos a las respuestas recibidas, sumiendo en la confusión al interlocutor que acababa reconociendo que no sabía nada sobre la cuestión.
Al prescindir de las preocupaciones cosmológicas que habían ocupado sus predecesores desde los tiempos de Tales de Mileto, Sócrates imprimió un giro fundamental en la historia de la filosofía griega.
El ser humano aspira a la felicidad, y hacia ello encamina sus acciones. Sólo una conducta virtuosa proporciona la felicidad. Y de entre todas estas virtudes la más importante es la sabiduría, que en ella se incluyen las restantes.
La sabiduría, la virtud y la felicidad son inseparables. Conocer el bien nos lleva a conocer la conducta virtuosa y la conducta virtuosa conduce a la dicha. La vida virtuosa lleva al equilibrio y la perfección humana a la libertad interior y a la autonomía respecto a lo que nos esclaviza y mediante ella se consigue la paz en el alma, el gozo imperturbable, la satisfacción interior que nos acerca a lo divino.
Con su conducta Sócrates se granjeó enemigos que, en el contexto de la inestabilidad en la que se hallaba Atenas tras las guerras del Peloponeso, consideraron que su amistad era peligrosa para aristócratas como sus discípulos Alcibíades o Critías, acusado de impiedad y de corromper a la juventud, fue condenado a beber cicuta después de que, en su defensa, hubiera demostrado la inconsistencia de los cargos que se le imputaban. Según relata Platón en la apología que dejó de su maestro, Sócrates pudo haber eludido la condena, gracias a los amigos que aún conservaba, pero prefirió acatarla y morir, pues como ciudadano se sentía obligado a cumplir la ley de la ciudad, aunque en algún caso, como era el suyo, fuera injusta; peor habría sido la ausencia de ley. La serenidad y la grandeza de espíritu que demostró en sus últimos instantes, están vivamente narradas en las últimas páginas de Fedón.
En los tiempos actuales, lo hubiesen acusado de pederastia, lo habrían juzgado rápidamente y lo hubiesen soltado de inmediato por no ser peligroso y a la semana podría haber estado otra vez charlando con la juventud.
             PILAR MORENO 3 noviembre 2018

  
     
        

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