domingo, 27 de enero de 2019

EL CUCHILLO ENCIMA DE LA PUERTA




       Señor Pepe, señor Pepe, venga que aquí hay un cadáver.
¿Cómo que hay un cadáver?
El señor Pepe, todo asustado, salió corriendo de su chiscón de portero y se apresuró a subir la escalera corriendo hasta el segundo piso que era de donde lo reclamaban. Era Lucía la hija de los dueños de aquel piso, que mientras estaban de vacaciones, habían encargado hacer unas obras en el mismo.
Lucía se presentó en su casa a demanda de sus progenitores para ver como iba quedando la reforma que habían encargado a una casa que se dedicaba a tales menesteres.
Al entrar en la vivienda, Lucía fue pasando habitación por habitación, para ver si todo estaba de su gusto y así poder informar a sus padres. El baño azul, había quedado de cine, pensó para ella, el rosa que era el suyo, era de ensueño, se imaginaba en aquella bañera llena de espuma y la toalla enrollada en la cabeza como tantas veces había visto en las películas, el de la habitación de sus padres como era de esperar, habían puesto una combinación de verde y beige que era una maravilla, muy señorial claro estaba y el aseo de servicio, también era muy bonito, un color lila muy suave contrastando con el blanco de los sanitarios.
Se dirigió a la cocina y realmente le pareció maravillosa, con lo grande que era, la cocinera se sentiría como la mejor chef del mundo guisando en aquella isla que contenía de todo. Todo era increíble, podría informar a sus padres con todo detalle de lo que le había gustado, seguiría pasando por allí hasta que ellos volviesen de su veraneo, para deleitarse con aquellas vistas.
Le quedaba por ver la terraza y el amplio salón y rauda fue a verlo. De pronto, detrás de la puerta de este, vio un hombre tirado en el suelo, envuelto en un charco de sangre, con un cuchillo clavado en el cuello.
El señor Pepe, entró en la vivienda casi sin resuello. Había trepado la escalera de dos en dos y ya no tenía edad para eso.
       ¿Qué pasa señorita Lucía?
       ¡¡¡Mire aquí hay un cadáver!!!
       Dios bendito, es uno de los pintores.
       No toque nada, hay que llamar a la policía. ¿quién habrá podido hacerlo?
       Ay señor Pepe, que disgusto, cuando se lo cuente a mis padres.
       Señorita, si me hace caso, de momento no les diga nada, su mamá seguro que no querría volver a vivir en esta casa si lo descubriese.
Cuando llegó la policía, comenzaron las preguntas, ¿Quién más había en aquel piso? ¿Cómo había sucedido? Mientras estaban interrogándoles, entró por la puerta del salón un hombre de gran estatura, gordo y colorado con un puro en la boca.
       Coño, ¿Qué pasa aquí? Ostias el Marcelo, pero… ¿qué le ha pasao? ¿Dios quien ha hecho eso? Ay madre, si ese es el cuchillo con el que yo rasco los bordes de arriba de las puertas y cuando me he ido a comer lo he dejado justo encima de esa, seguro que se le ha caído encima al Marcelo.
Comenzaron a interrogarle a él también y después de mucho rato, llegó el juez a levantar el cadáver y viendo la situación dijo que aquello había sido un accidente con mala suerte, estaba claro que aquel hombre con cara bonachona no había tenido la intención de matar a su compañero ni mucho menos. Había circunstancias en las que se torcían las cosas sin uno quererlo.
Lucía y el señor Pepe, estuvieron de acuerdo en no decir nada a los dueños del piso, pues en realidad había sido todo producto de mala suerte y la sangre del suelo, como había que acuchillar la tarima, ni se notaría nada, para que disgustar a aquel matrimonio que llevaba toda su vida habitando felizmente en aquella casa.


                                  PILAR MORENO 17 enero 2019


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