Peeter, después de terminada su carrera en la Sorbona de
París, comenzó sus prácticas como investigador en EE.UU. Era un enamorado de su
carrera y tenía muy claro que quería dedicarse a que sus investigaciones fuesen
dirigidas a la curación del cáncer.
Esa maldita enfermedad que a tantas personas se llevaba por
delante y que no respeta la edad de la persona en que se adentra. Así lo hizo,
comenzó a investigar duramente, para él era un reto el dar cuanto antes con un
fármaco que, si no curase en su totalidad la enfermedad, al menos la frenase y
diese al paciente una calidad de vida digna, que pudiese hacer una vida casi
normal y los padecimientos fuesen escasos.
Consiguió fabricar un medicamento, que después de muchos
ensayos en animales, pudo pasar a experimentar con humanos. Se trataba de una
sola inyección cada cierto tiempo y unos comprimidos diarios a los que el se
refería como las defensas. Comenzó a resultar casi milagroso. Todos los
enfermos a los que se les comenzó a aplicar aquella terapia resurgían como el
Ave Fénix de entre las cenizas.
Los había de distintos sitios en los que la enfermedad estaba
anclada, había mujeres con el mal en las mamas, otros eran de colon, otros de
pulmón también los había de estómago y a cada uno le iba aplicando la medicina
según cada día diesen sus parámetros y sus analíticas. Siempre era la misma
forma de actuar, pero las cantidades debían estar muy medidas, era muy
peligroso pasarse o quizás quedarse corto en el tratamiento, todo era el bien
estar del paciente.
Todos sus enfermos estaban muy agradecidos pues, después de
haber pasado por la quimioterapia y la radioterapia, aquel tratamiento en poco
tiempo les había hecho florecer, tenían alegría ganas de vivir y en lugar de
cuando les tocaba acudir al hospital a que les aplicasen aquella medicina, ir
tristes o preocupados, lo hacían al contrario deseosos. Sabían que aquello les proporcionaba
más vitalidad y más tiempo junto a sus seres queridos. Incluso entre los mismos
enfermos, habían hecho amistad, se contaban sus progresos, como les había ido
en el tiempo en que no se habían visto. Eran ya casi como una familia.
Había algunos que llevaban un año, otros dos, otros tres y
había que escucharles las alabanzas hacía el doctor Peeter y su descubrimiento.
Pero… como en todas las cosas de este perro mundo, nada es para siempre,
comenzaron a faltar a la cita, un día uno de un grupo, en la siguiente otro de
otro grupo, cuando sus amigos preguntaban por el o ellas, los sanitarios,
siempre ponían escusas como, le hemos dado vacaciones, está enfermo con
catarro, ya pronto volverá, pero no volvía.
Los que comenzaron a faltar, eran los que más tiempo llevaban
con el tratamiento, estaba claro aquello no era la salvación, simplemente les
alargaba la vida y le hacía vivirla plenamente pensando en que ya estaban
prácticamente curados y realmente algunos, sobre todo los de pulmón habían
tenido unos éxitos maravillosos, según las prueban que muy a menudo les hacían
les había desaparecido por completo de su cuerpo, pero habían de seguir
aplicando el tratamiento para que no hubiese vuelta a atrás.
Un día uno de los pacientes, comenzó a sentirse mareado y a decir
que no podía fijar bien la vista, entonces fue cuando al volver a hacer
pruebas, descubrieron que el bichito había trepado hasta el cerebro de aquel
hombre y sin poder hacer nada en muy pocos días falleció.
Peeter después de aquel suceso, se vino abajo, era un fracaso
para él, estaba convencido de que podría salvarlos a todos y darles una larga
vida, pero no fue así. Entró en una gran depresión, todos sus colegas trataban
de animarle y decirle que la vida seguía y él era un magnifico investigador y que
seguiría descubriendo beneficios para la humanidad en ese campo, pero él no se
reponía, se culpaba de la muerte de aquel hombre y de otros que le precedieron,
sin darles tiempo a reaccionar ni a tener un antídoto para si ocurría algo así
poder resolverlo.
Una mañana, cuando los auxiliares llegaron al hospital, se
dirigieron al laboratorio como de costumbre, que es donde él solía estar y allí
cambiaban impresiones, pero esa mañana, en efecto estaba allí, pero solo su
cuerpo colgado de una viga. El no había podido soportar la presión a que se vio
sometido, pensando que las muertes se iban a ir sucediendo paulativamente.
MUCHAS VECES NOS DEJAMOS LLEVAR POR EL ÉXITO, PERO ESTE ES
EFIMERO, NO SIEMPRE DURA DE POR VIDA Y HAY QUE SABER ASUMIRLO.
PILAR MORENO 9 enero 2019
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