miércoles, 9 de enero de 2019

UNA MUERTE POR ÉXITO (LA MUERTE DEL DOCTOR PEETER)




       Peeter, después de terminada su carrera en la Sorbona de París, comenzó sus prácticas como investigador en EE.UU. Era un enamorado de su carrera y tenía muy claro que quería dedicarse a que sus investigaciones fuesen dirigidas a la curación del cáncer.
       Esa maldita enfermedad que a tantas personas se llevaba por delante y que no respeta la edad de la persona en que se adentra. Así lo hizo, comenzó a investigar duramente, para él era un reto el dar cuanto antes con un fármaco que, si no curase en su totalidad la enfermedad, al menos la frenase y diese al paciente una calidad de vida digna, que pudiese hacer una vida casi normal y los padecimientos fuesen escasos.
       Consiguió fabricar un medicamento, que después de muchos ensayos en animales, pudo pasar a experimentar con humanos. Se trataba de una sola inyección cada cierto tiempo y unos comprimidos diarios a los que el se refería como las defensas. Comenzó a resultar casi milagroso. Todos los enfermos a los que se les comenzó a aplicar aquella terapia resurgían como el Ave Fénix de entre las cenizas.
       Los había de distintos sitios en los que la enfermedad estaba anclada, había mujeres con el mal en las mamas, otros eran de colon, otros de pulmón también los había de estómago y a cada uno le iba aplicando la medicina según cada día diesen sus parámetros y sus analíticas. Siempre era la misma forma de actuar, pero las cantidades debían estar muy medidas, era muy peligroso pasarse o quizás quedarse corto en el tratamiento, todo era el bien estar del paciente.
       Todos sus enfermos estaban muy agradecidos pues, después de haber pasado por la quimioterapia y la radioterapia, aquel tratamiento en poco tiempo les había hecho florecer, tenían alegría ganas de vivir y en lugar de cuando les tocaba acudir al hospital a que les aplicasen aquella medicina, ir tristes o preocupados, lo hacían al contrario deseosos. Sabían que aquello les proporcionaba más vitalidad y más tiempo junto a sus seres queridos. Incluso entre los mismos enfermos, habían hecho amistad, se contaban sus progresos, como les había ido en el tiempo en que no se habían visto. Eran ya casi como una familia.
       Había algunos que llevaban un año, otros dos, otros tres y había que escucharles las alabanzas hacía el doctor Peeter y su descubrimiento. Pero… como en todas las cosas de este perro mundo, nada es para siempre, comenzaron a faltar a la cita, un día uno de un grupo, en la siguiente otro de otro grupo, cuando sus amigos preguntaban por el o ellas, los sanitarios, siempre ponían escusas como, le hemos dado vacaciones, está enfermo con catarro, ya pronto volverá, pero no volvía.
       Los que comenzaron a faltar, eran los que más tiempo llevaban con el tratamiento, estaba claro aquello no era la salvación, simplemente les alargaba la vida y le hacía vivirla plenamente pensando en que ya estaban prácticamente curados y realmente algunos, sobre todo los de pulmón habían tenido unos éxitos maravillosos, según las prueban que muy a menudo les hacían les había desaparecido por completo de su cuerpo, pero habían de seguir aplicando el tratamiento para que no hubiese vuelta a atrás.
       Un día uno de los pacientes, comenzó a sentirse mareado y a decir que no podía fijar bien la vista, entonces fue cuando al volver a hacer pruebas, descubrieron que el bichito había trepado hasta el cerebro de aquel hombre y sin poder hacer nada en muy pocos días falleció.
       Peeter después de aquel suceso, se vino abajo, era un fracaso para él, estaba convencido de que podría salvarlos a todos y darles una larga vida, pero no fue así. Entró en una gran depresión, todos sus colegas trataban de animarle y decirle que la vida seguía y él era un magnifico investigador y que seguiría descubriendo beneficios para la humanidad en ese campo, pero él no se reponía, se culpaba de la muerte de aquel hombre y de otros que le precedieron, sin darles tiempo a reaccionar ni a tener un antídoto para si ocurría algo así poder resolverlo.
       Una mañana, cuando los auxiliares llegaron al hospital, se dirigieron al laboratorio como de costumbre, que es donde él solía estar y allí cambiaban impresiones, pero esa mañana, en efecto estaba allí, pero solo su cuerpo colgado de una viga. El no había podido soportar la presión a que se vio sometido, pensando que las muertes se iban a ir sucediendo paulativamente.
       MUCHAS VECES NOS DEJAMOS LLEVAR POR EL ÉXITO, PERO ESTE ES EFIMERO, NO SIEMPRE DURA DE POR VIDA Y HAY QUE SABER ASUMIRLO.

                                   PILAR MORENO 9 enero 2019
      

No hay comentarios:

Publicar un comentario