Desde muy jovencita tuve la gran ilusión de saber conducir, eso de poder moverte por todos sitios sin tener que meterte en el metro o en el autobús en las horas punta, era desagradable pues al ir tan llenos la gente se sujetaba en la barra central del techo; sobre todo en el metro que era mi medio de transporte habitual y había quien desprendía unos aromas mareantes; como era temprano se olvidaban dar un repaso a los sobacos y aquello no había quien lo soportase, claro está y de suponer es que los países bajos tampoco los habían refrescado, en fin había días muy tortuosos.
En cuanto cumplí los dieciocho
años, fui con mi prima a apuntarme a una autoescuela para poder sacar el
permiso de conducir, pero… tropecé con la burocracia de entonces. No tenía el
Servicio Social hecho y sin ello era imposible poder examinarte y que te diesen
dicho permiso.
Tuve que hacerlo a la fuerza y
aunque no fue desagradable para mí pues lo pasé bastante bien, al estar
trabajando y tener horario de comercio, lo tuve que hacer nocturno y llegaba a
casa a las tantas de la noche; pero eso no fue obstáculo para que yo siguiese
empeñada en sacarlo. Una vez el Servicio Social terminado y con buena nota,
quise volver a la autoescuela, pero… entonces tropecé con el permiso paterno;
¿para que quería yo ir a la autoescuela cuando el me podía enseñar con su
coche? Enorme error el cometido al fiarme de que el me enseñaría, lo intentamos
unas cuantas veces, pero nada, a la mínima tiraba del freno de mano y me decía,
lo dejamos por hoy. Y así se sucedieron varias veces por lo que acabé aburrida
y dándome por vencida y sin conducir.
Fue pasando el tiempo y a los
veintidós años me casé, seguía en las mismas, mi marido también era de la
opinión que no lo necesitaba, Tuve mi primer hijo y me dediqué a él, después el
segundo y lo mismo. Siendo este muy pequeño, alquilamos una casa en Los
Negrales y mi marido para irse a trabajar, iban tres compañeros y él cada
semana en un coche y el nuestro estaba tres semanas parado en la puerta y yo
mientras acarreando con niños y carro de la compra hasta la tienda más cercana
a por lo que me hiciese falta. Como la osadía nunca me ha faltado, un día
decidí meter a los niños atrás y ponerme al volante. Bien es verdad que en esa
época ese barrio estaba sin asfaltar y yo no pasaba de la primera marcha.
Un día me pilló pues lo cogí por
rutina y ya me iba a cualquier sitio como una señora en coche y se me ocurrió
en esa ocasión irme con los niños a verle jugar al tenis. Se armó gorda y me retiró
las llaves. Yo seguía insistiendo en que quería conducir y el en que era muy
nerviosa y no valía para ello. Así que siguieron pasando los años y yo en las
mismas dependiendo de él y eso me condicionaba mucho y me costaba aceptarlo.
Cuando mi hijo mayor cumplió los
dieciocho años enseguida quiso sacar su permiso de conducir y yo entonces sin
dar explicaciones fui a la autoescuela y me apunté para sacarlo lo antes
posible. Fui muy valiente y para examinarme fui con mi hijo, lo sacamos los dos
a la primera y a partir de ahí no he dejado de conducir ni un día y eso supuso
poder venir a vivir a Villalba de fijo. Nadie puede imaginarse la independencia
que tener mi coche me dio; he sido otra persona a partir de ese momento.
Después de todo, eso mi ilusión
hubiese sido conducir un camión de esos de muchas ruedas, muy alto. Cada vez
que en carretera me encontraba con uno y le adelantaba, siempre decía y digo
que maravilla, lo fuerte y poderoso que se tiene uno que sentir ahí arriba,
dominando todo lo que sucedes. Mi marido que E.P.D, siempre me decía, pues
adelante ya lo hiciste con el coche, pues ahora a por el camión y pienso que,
si ahora tuviese los dieciocho años, no lo dudaría y lo sacaría.
PILAR MORENO
No hay comentarios:
Publicar un comentario